Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Rubén
D. Atahuichi López
Un
fenómeno no tan nuevo pero muy vigente con la irrupción de las tecnologías está
desordenando —generalmente de manera deliberada— la información responsable en
la crisis social del país. Solo es posible abstraerse de él con un poco de
periodismo, ética profesional o sensatez política, si no es pedir mucho en aras
de preservación del derecho a la información.
En
poco menos de tres días, en Bolivia hemos experimentado una avalancha de
información falsa, que incluso causó una psicosis colectiva el sábado, cuando a
través de grupos de WhatsApp y luego en Facebook circuló un rumor en sentido de
que, con el paro del transporte pesado y del gremio contratado para el
transporte de carburantes, acechaba un desabastecimiento de combustibles. Fue
ocasión oportuna para el copy paste del dato falso, cuya consecuencia fueron
las largas filas en las estaciones de servicio, que duraron hasta el amanecer
del domingo.
Al
día siguiente, las gasolineras habían sobrevivido al terror del rumor y el
entusiasmo de quienes lo habían hecho correr o de quienes informaban con tanto
afán de las largas filas también desapareció.
La
tarde del domingo, por las mismas redes sociales (o social media) otro rumor
comenzó a expandirse: habrá estado de sitio y se sugiere a las familias
abastecerse de alimentos “y clamar
juntos por la paz”.
Y
una tercera media verdad estuvo vinculada al Código del Sistema Penal —contra
el que se articularon más protestas en el país—, bien sistematizada, explicada
hasta para creer y graficada, que fue contrarrestada por las autoridades del
Gobierno, la Asamblea Legislativa y afines al oficialismo.
Una
avalancha sin clemencia contra la información responsable.
La
Real Academia Española (RAE) acaba de incluir —en diciembre— en su diccionario
la palabra posverdad, que la explica así: “Distorsión deliberada de una
realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la
opinión pública y en actitudes sociales”.
Y
el ejemplo que usa es muy aplicable a nuestra realidad: “Los demagogos son
maestros de la posverdad”.
Entonces,
no es fácil creer que —por lo menos los rumores sobre desabastecimiento de
combustibles o el estado de sitio— hayan surgido por la preocupación sobre esos
eventuales problemas. Han sido generados para causar zozobra en la población,
en un estado de situación, como el del conflicto médico, de por sí complicado,
en el que había mayor sensibilidad o susceptibilidad ante anuncios
cuasirreales.
Que
políticos de oposición y del oficialismo propalen posverdad, pasa; tienen
fuertes intereses de afectarse el uno al otro. Que ciertos ciudadanos se
dediquen a ese trabajo, también pasa; no tienen conocimiento sobre la gestión
de la información ni tienen la capacidad de sopesar si su acción rebasa o no
los códigos de ética. Pero que algunos periodistas se encarguen de hacer lo
mismo, es bastante cuestionable y preocupante; su oficio es precisamente
determinar, con las técnicas de contrastación de la información y con base en
los valores éticos, qué es falso y qué no.
El
fenómeno de la posverdad es muy común en las redes sociales, no es casual ni
inocente; tiene un fin. “Miente, miente, que algo queda”, dice la frase
histórica.
Ante
una situación tan polarizada en el país, quienes se dan cuenta de que un hecho
falso es tal, prefieren divulgarlo, postearlo o retuitearlo sin mayor reparo:
algo conseguirán con tal de mermar la credibilidad del contendor. Así vamos.
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