Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Freddy Morales
Se
cuenta que dos borrachitos, para no morir de aburrimiento, decidieron
divertirse con la candidez de la gente y empezaron a gritar que habían
aparecido sirenas en el río Guadalquivir. La gente, curiosa, empezó a correr
hacia el río para ver a las sirenas y uno de los borrachitos también. El otro
le pregunta: “¿Cumpa, a dónde está corriendo?”. “Al río cumpa, a lo de las
sirenas”. “Pero si es mentira, cumpa”, le recuerda el compadre. El amigo le
responde, “¿y si fuera cierto?”. Una de las características de la nueva mentira
es ésa, que el mentiroso finalmente cree su propio engaño.
Hasta
no hace mucho, mentir no solo era mal visto, sino que además era considerado
algo horrible y ruin; incluso en los cuentos infantiles se advertía a los niños
que si la practicaban les iba a crecer la nariz de una forma desmesurada, para
que todo el mundo supiese que eran unos mentirosos. La mentira fue catalogada
como un delito e incluso como un pecado. La Biblia la ubicó entre los 10
mandamientos que el mismo Dios imprimió y entregó a Moisés con un sonoro “no
mentirás”, que retumbó en el Monte Sinaí y que el cine se encargó de meternos
por los oídos con eco, para que no quedase duda de dónde y de quién venía la
orden.
Tan
perjudicial era la mentira que en los tribunales de justicia a los testigos,
acusados y acusadores se les hacía (y aún se les hace) jurar con la mano sobre
la Biblia, seguida de la pregunta “¿Jura decir la verdad, solo la verdad y nada
más que la verdad?”, seguida de la advertencia de que el falso testimonio es
delito. Antes, la mentira era tan detestable que se tuvo que crear la figura de
la mentira “piadosa” para otorgarle algún sentido, alguna justificación que la
haga digerible.
Pero
los tiempos cambian. De a poco se va posicionando la mentira alevosa,
premeditada y ruin como un noble atributo, siempre que se lo use para una buena
causa. Algo así como que el fin justifica los medios. Ya no importa mucho si el
fin es tan falso como los medios que se usan para alcanzarlo.
Las
nuevas tecnologías, con sus redes sociales que tienen el atributo de las
inagotables posibilidades de anonimato e insulto a distancia, han facilitado y
catapultado el proceso. Es el nuevo escenario de una guerra que carece de
reglas y de ética. Allí las mentiras reciben aplausos y los mentirosos reciben,
reconfortados y fortalecidos, los likes, una especie de tónico y certificado
público de que mentir “es bien” (parafraseando al autor del Club de los
gorrioncillos o maridos estropeados). Los mentirosos van experimentando su
metamorfosis al revés: sienten que de insectos se van convirtiendo en héroes
(aunque se miren al espejo y se vean insectos).
El
proceso es tan extendido y universal que quienes lo practican se sienten
legitimados, y los expertos lo han convertido en motivo de sesudos estudios y
le han dado un nombre: posverdad (traducido así del inglés). De todos modos, y
pese a los likes aún no logran quitarle ese tufillo a simple engaño y
manipulación, de pinche mentiroso.
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