Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
De
pronto, desde las sombras, desde un “no-lugar” que no se identifica, oculto
aunque se lo percibe, alguien, o mejor dicho un aparato político, mueve los
hilos de la telaraña de una cadena de enlaces de grupos de WhatsApp, como si se
tratase de una mano negra. Allí aparece en la pantalla de los teléfonos móviles
de las personas conectadas a una gran cantidad de barrios, desparramados por
doquier en toda la ciudad.
Estos
enlaces fueron creados antes del paro ciudadano en Cochabamba. Casi parodiando
a lo sucedido los días previos al 11 de enero de 2007.
En
aquel entonces los mensajes de texto (SMS) sirvieron para que los ciudadanos de
los barrios residenciales cochabambinos marcharan contra el gobierno de Evo
Morales. Allí se puede encontrar la referencia originaria del uso de las nuevas
tecnologías de comunicación para la movilización política de los ciudadanos en
Bolivia.
Hoy
determinados sectores urbanos sienten malestar respecto al Gobierno. El
discurso movilizador se concentra en el rechazo al Código Penal y al fallo del
Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) que habilitó a las actuales
autoridades a una nueva postulación para sus cargos públicos.
A
partir de allí, el clivaje democracia/autoritarismo cobró un efecto
interpelador significativo.
Ese
discurso movilizador tiene en las redes sociales, particularmente en WhatsApp,
un instrumento que sirve por ejemplo para articular grupos de promociones y
otras familiaridades, los cuales utilizan este medio para entretejer, por la
vía de la evocación nostálgica, relaciones emocionales de la adolescencia o la
juventud. Las experiencias en otros países sobre estas redes sociales han
demostrado que existe un empoderamiento de la ciudadanía; quizás por esta razón
hoy esos dispositivos comunicacionales encauzan, entre otras cosas, la
organización de la movilización ciudadana.
No
obstante, en estos espacios whatsapperos no se permite la disidencia con
aquella matriz discursiva rectora. A los osados que se atreven a debatir y, aun
peor, a cuestionar se los elimina del grupo. Y pensar que estos espacios podrían
servir para concretar el sueño que Jürgen Habermas condensa en su Teoría de la
Acción Comunicativa, y que consiste en aquella fuerza racional que se
fundamenta a partir de las verdades sometidas a crítica. No, estos medios
digitales se han convertido en espacios de adoctrinamiento político. Incluso se
envían tutoriales difundidos a través de YouTube que sirven para organizar la
resistencia; y en este caso en concreto ante el gobierno del Movimiento Al
Socialismo (MAS).
Aun
peor, en determinados grupos se destilan mensajes distorsionados respecto al
nuevo Código Penal como parte de esa estrategia conspirativa en curso. Se
difunden mensajes racistas como elemento diferenciador que sirve para la
movilización, organización e instigación de algunos sectores urbanos. Por la
prolijidad de su organización y la configuración de sus redes digitales,
pareciera que no es fruto de una iniciativa ciudadana, sino, algo orquestado
por un aparato político afín quizás a la derecha conservadora.
La
conspiración es parte del juego político. Su esencia radica en montar mentiras.
En estos tiempos, la política tiene un modus operandi distinto, otorgado por
los nuevos sentidos gracias a las redes sociales, aunque con el mismo propósito
conspirativo: desfigurar al enemigo político que hoy está encarnado en la
imagen del Presidente. Quizás esa conspiración política y los errores
gubernamentales hayan configurado un resquicio para perforar el liderazgo de
Evo Morales.
y Twitter: @escuelanfp
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