Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Silvia Ribeiro
El
sistema alimentario industrial, desde las semillas a los supermercados, es una
máquina de enfermar a la gente y al planeta. Está vinculado a las principales
enfermedades de la gente y de los animales de cría, es el mayor factor singular
de cambio climático y uno de los principales causantes de factores de colapso
ambiental global, como la contaminación química y la erosión de suelos, agua y
biodiversidad, la disrupción de los ciclos del nitrógeno y del fósforo, vitales
para la sobrevivencia de todos los seres vivos.
Según
la Organización Mundial de la Salud, el 68 por ciento de las causas de muerte
en el mundo se deben a enfermedades no trasmisibles. Las principales
enfermedades de este tipo, como cardiovasculares, hipertensión, diabetes,
obesidad y cáncer de aparato digestivo y órganos asociados, están relacionadas
con el consumo de comida industrial. La producción agrícola industrial y el uso
de agrotóxicos que implica (herbicidas, plaguicidas y otros biocidas) es además
causa de las enfermedades más frecuentes de trabajadores rurales, sus familias
y habitantes de poblaciones cercanas a zonas de siembra industrial, entre ellas
insuficiencia renal crónica, intoxicación y envenenamiento por químicos y
residuos químicos en el agua, enfermedades de la piel, respiratorias y varios
tipos de cáncer.
Según
un informe del Panel Internacional de Expertos sobre Sistemas Alimentarios Sustentables
(IPES Food) de 2016, de los 7.000 millones de habitantes del mundo, 795
millones sufren hambre, 1.900 millones son obesos y 2.000 millones sufren
deficiencias nutricionales (falta de vitaminas, minerales y otros nutrientes).
Aunque el informe aclara que en algunos casos las cifras se superponen, de
todos modos significa que alrededor de 60 por ciento del planeta tiene hambre o
está mal alimentado.
Una
cifra absurda e inaceptable, que remite a la injusticia global, más aún por el
hecho de que la obesidad, que antiguamente era símbolo de riqueza, es ahora una
epidemia entre los pobres. Estamos invadidos de comida que ha perdido
importantes porcentajes de contenido alimentario por refinación y
procesamiento, de vegetales que debido a la siembra industrial han disminuido
su contenido nutricional por el efecto dilución que implica que a mayor volumen
de cosecha en la misma superficie se diluyen los nutrientes; de alimentos con
cada vez más residuos de agrotóxicos y que contienen muchos otros químicos,
como conservadores, saborizantes, texturizantes, colorantes y otros aditivos.
Sustancias que al igual que pasó con las llamadas grasas trans que hace algunas
décadas se presentaban como saludables y ahora se saben son altamente dañinas,
se va develando poco a poco que tienen impactos negativos en la salud.
Al
contrario del mito generado por la industria y sus aliados –que mucha gente
cree por falta de información– no tenemos porqué tolerar esta situación: el
sistema industrial no es necesario para alimentarnos, ni ahora ni en el futuro.
Actualmente sólo llega al equivalente del 30 por ciento de la población
mundial, aunque usa más del 70 por ciento de la tierra, agua y combustibles que
se usan en agricultura.
El mito
se sustenta en los grandes volúmenes de producción por hectárea de los granos
producidos industrialmente. Pero aunque resulten grandes cantidades, la cadena
industrial de alimentos desperdicia del 33 al 40 por ciento de lo que produce.
Según la FAO, se desperdician 223 kilogramos de comida por persona al año,
equivalentes a 1.400 millones de hectáreas de tierra, el 28 por ciento de la
tierra agrícola del planeta. Al desperdicio en el campo se suma el de
procesamiento, empaques, transportes, venta en supermercados y, finalmente, la
comida que se tira en hogares, sobre todo los urbanos y del norte global.
Este
proceso de industrialización, uniformización y quimicalización de la
agricultura tiene pocas décadas. Su principal impulso fue la llamada Revolución
Verde –el uso de semillas híbridas, fertilizantes sintéticos, agrotóxicos y
maquinaria– que promovió la Fundación Rockefeller de Estados Unidos, empezando
con la hibridación del maíz en México y el arroz en Filipinas, a través de los
centros que luego serían el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y
Trigo (CIMMYT) y el Instituto Internacional de Investigación en Arroz (IRRI).
Este paradigma tiene su máxima expresión en los transgénicos.
No fue
sólo un cambio tecnológico, fue la herramienta clave para que se pasara de
campos descentralizados y diversos, basados fundamentalmente en trabajo
campesino y familiar, investigación agronómica pública y sin patentes, empresas
pequeñas, medianas y nacionales, a un inmenso mercado industrial mundial –desde
2009 el mayor mercado global– dominado por empresas trasnacionales que devastan
suelos y ríos, contaminan las semillas y transportan comida por todo el planeta
fuera de estación, para lo cual químicos y combustibles fósiles son
imprescindibles.
La
agresión no es solamente por el control de mercados e imposición de
tecnologías, contra la salud de la gente y la naturaleza. Toda diversidad y
acentos locales molestan para la industrialización, por lo que también es un
ataque continuo al ser y hacer colectivo y comunitario, a las identidades que
entrañan las semillas y comidas locales y diversas, al acto profundamente
enraizado en la historia de la humanidad de qué y cómo comer.
Pese a
ello, siguen siendo las y los campesinos, pastores y pescadores artesanales,
huertas urbanas, las que alimentan a la mayoría de la población mundial. Defenderlos
y afirmar la diversidad, producción y alimentación local campesina y
agroecológica es también defender la salud y la vida de todos y todo.
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seria bueno que generen un campo que sirva para enviar a terceros
ResponderEliminargracias