Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
En marzo de 1526, los conquistadores Pizarro y Almagro firmaron un pacto en Panamá para adueñarse del oro del Nuevo Mundo. Compraron soldados, curas, armas y caballos, y fueron por el sur de Abya Yala. En Tumbes planearon secuestrar al inca Atahuallpa y exigir un elevado rescate en oro puro. En Cajamarca capturaron al soberano. El cura Valverde le leyó la Biblia y le pidió rendirse, porque así estaba escrito sin letra chiquita, según tradujo el intérprete Martinillo, un nativo, pajpacu del quechuastellano, adiestrado por los invasores.
Cuentan que el inca tomó el libraco, lo miró hoja tras hoja, le habló, esperó una respuesta, una letra que se moviera o algo y, exasperado, lo arrojó por los aires. A una señal del barberí con sotana, los barbados atacaron fieramente. Esa primera matanza de indios en América fue el 16 de noviembre de 1532. Según su Pánama papers, Pizagro y Almarro (sic) se repartieron el oro ataucado en dos cuartos por la gente del Tawantinsuyu para salvar a su monarca. El cura Valverde, que quería más oro para sí, buscó atemorizar al inca con eso del cielo, el limbo y el infierno —salvación, stand by o condena eterna—, “según voluntad de nuestro padre celestial, amén”.
El monarca le refutó: padre es el Sol; madre, la Pachamama, que no castigan porque se los ama. El sacristán tradujo esa alegoría como una procacidad; y el fraile Valverde acusó al inca de “idólatra, hereje, contumaz, tirano, regicida, traidor, polígamo, incestuoso”, hijo de sutalporcual, y pidió a la Corona quemarlo vivo o desnucarlo. Caín versus Inca; los indios y los sin Dios. Lo decapitaron (para que no piense más, habrá dicho el Martinillo).

Ya se alista el tinglado de otra farsa reaccionaria, pero los pueblos avanzan cantando con Atahuallpa Yupanqui: alguna gente se muere para volver a nacer, y el que tenga alguna duda, que se lo pregunte al Che, nada más. Nada más.
y Twitter: @escuelanfp
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