Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Como un
cardiópata en la ciénaga del infarto o una ciudad temerosa de los manotazos de
un sismo, así vivió Bolivia todo el siglo pasado, al borde de matanzas
militares y/o golpes de Estado. Amanecíamos los bolivianos pendientes del humor
con que despertaban los generales o coroneles con mando, psicópatas que
flotaban en la “efes” de su fuerza por la fama y fortuna fortuitas en su favor.
El
coronel Alberto Natusch Busch fue uno de esos. Su golpe de Todos Santos ocurrió
el 1 de noviembre de 1979 y duró dos semanas, hasta un día como hoy, hace 38
años, fecha en que renunció y huyó por la puerta trasera de la cobardía,
acosado por una sólida huelga general y la rechifla pública. Sus secuaces
escaparon también historia atrás y hacia abajo.
Todos
ellos se blindaron contra la Justicia, pero no sacaron sus nombres de la
memoria histórica. El libro testimonial La masacre de Todos Santos, editado por
la Asamblea de Derechos Humanos, los menciona uno por uno: Arturo Doria Medina,
comandante del regimiento Tarapacá que ametralló a multitudes en las calles;
Jaime Niño de Guzmán, jefe de la aviación que bombardeó sobre plazas y mercados
atestados de gente; Edén Castillo; Armando Reyes Villa; Carlos Mena
(“torturador profesional”, dice el escrito); Oscar Larraín; Mario Oxa; Luis
García Meza; Humberto Cayoja; Faustino Rico Toro y otros 10.
En ese
texto están citados otros asesinos, sin uniforme pero plenos de culpas e
impunidad: Guillermo Bedregal, José Fellman, Edil y Willy Sandóval, Abel Ayora
Argandoña, Félix Agapito Monzón (ministro de Finanzas que se robó 64 millones
de pesos), el cura jesuita Luis Rojas; agentes y torturadores como Boris
Marinkovic, Froilán Killer Molina, Míster Atlas, Rafael Loayza, Franz Pizarro,
Damy Cuentas y otros paranoicos. El golpe contra el presidente Guevara Arze, y
que frustró la mayor victoria diplomática de Bolivia en la OEA por la
reintegración marítima, fue lanzado también para evitar que el diputado Marcelo
Quiroga Santa Cruz siguiera con el juicio de responsabilidades al sanguinario
Hugo Banzer.
En
diciembre de ese 1979 se publicó en Presencia Cultural un alegato de Marcelo
con su alias Pablo Zarzal. El poema No es en vano dice: Dos/ fueron dos/ las
semanas de noviembre/ una teñida de sangre/ y otra manchada de miedo.// Cuatro/
fueron cuatro/ dos en busca de fortuna/ y dos en busca de nombre.// Diez/
fueron diez/ los uniformes de hierro/ cinco sedientos de sangre/ y cinco ávidos
de fuego.// Uno/ solo fue uno/ el terrible cancerbero/ mitad lengua de veneno/
mitad colmillo de acero.// Quinientos/ fueron quinientos/ caídos en el sendero/
unos vieron su victoria/ y otros vencerán de muertos.// Millones/ fueron
millones/ los puños que se encendieron/ millones de corazones/ opuestos a la
levita/ las balas y al cancerbero.// Millones/ serán millones los hombres/ que
un día/ serán uno solo y nuevo.
También
en ese diciembre, el semanario Aquí publicó un amargo Parte de guerra que yo
envié al Estado Mayor General por la honra de 76 asesinados y unos 400 heridos
y desaparecidos en tan terrible quincena. Mi escrito finaliza así: “Avisen al
comandante/ ya nada debe temer/ ya puede bajar del tanque/ ya tiene un nuevo
laurel/ ha muerto Jaime Mamani/ que dejará de joder.../ Una ronda de singani/ a
su salud coronel”.
El
periódico dirigido por Luis Espinal llamó a Natusch Busch “masacrador con
apellidos de estornudo”. Cuatro meses después, en marzo de 1980, el narcoronel
Luis Arce Gómez, mandón de los torturadores Galo Trujillo, Javier Hinojosa,
Freddy Quiroga Francisco Estrada, Gary Alarcón y Andrés Ivanovic, ordenó
secuestrar y torturar al padre Espinal. Lo mataron con 17 tiros de metralleta.
Luego, en julio de 1980, el general Luis García Meza mandó matar y desaparecer
a Quiroga Santa Cruz con paramilitares venidos de Argentina. De esas masacres y
golpe hoy no queda nada. Y ante la Justicia, sus autores son todos santos.
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