Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Olga Fernández Ríos
Mucho
tiene que ver la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia con las actuales
búsquedas de un mundo mejor al que millones de seres humanos aspiran por haber
provocado una transformación revolucionaria de largo alcance, más allá de las
fronteras rusas – más tarde soviéticas-, y por ser la primera experiencia de
desconexión del dominio capitalista e imperialista.
Los
méritos de ese importante acontecimiento se multiplican si se tienen en cuenta
las condiciones económicas de la Rusia de principios del siglo XX, país inmenso
semifeudal, con millones de analfabetos y solo con algunos bolsones de
desarrollo industrial. A ello se une que al derrocar la reaccionaria monarquía
zarista y emprender el cambio revolucionario debió enfrentar la agresión
económica y militar de prácticamente todas las potencias capitalistas de la
época.
En
aquellas difíciles condiciones la revolución provocó una colosal transformación
socioeconómica, política y cultural a favor de los intereses de las mayorías
desposeídas y excluidas de riquezas y derechos.
Fue
una experiencia de búsqueda y descubrimiento de un cambio cultural y
civilizatorio y, como muchos reconocen, fue un huracán de esperanzas, no solo
para Rusia y para las repúblicas soviéticas que más tarde fueron conformándose,
sino para los trabajadores del mundo empeñados en lograr una mejor distribución
de la riqueza y el cese de la explotación, junto con la dignificación del
trabajo.
La
Gran Revolución Socialista de Octubre revolucionó el mundo, motivó la
implementación de fórmulas organizativas para enfrentar al capital y como una
oleada se fueron multiplicando partidos comunistas, sindicatos, movimientos
obreros y campesinos, junto con organizaciones de mujeres en defensa de sus
derechos, a la vez que creció el enfrentamiento al colonialismo y al
neocolonialismo.
Aquella
revolución impregnó de nuevos bríos la lucha popular en nuestro continente,
gestada desde fines del siglo XIX cuando el imperialismo norteamericano – como
había avizorado José Martí-, se expandía con botas injerencistas y usurpadoras
de riquezas naturales. En ese contexto la clase obrera crecía en algunos países
de mayor desarrollo industrial bajo el influjo de ideas revolucionarias,
marxistas en muchos casos, anarquistas en otros, que traían los inmigrantes
europeos que llegaban a tierra latinoamericana y caribeña. Fueron ideas y
acciones revolucionarias que después de 1917 se multiplicaron.
Mucho
tuvo que ver la revolución de 1917 en Rusia con las conquistas sociales
obtenidas por amplias masas populares a lo largo del siglo XX y con las
capacidades patrióticas e internacionalistas desarrolladas en los pueblos de
las repúblicas soviéticas que, junto con el Ejército Rojo, fueron decisivos en
el enfrentamiento y derrota del fascismo. También tuvo mucho que ver con las
razones que llevaron a que la URSS se convirtiera en la segunda potencia
mundial, a devenir factor de equilibrio que posibilitó mejores condiciones para
el logro de la independencia de muchos países coloniales. Aquel inmenso país
fue el que envío el primer hombre, la primera mujer y el primer latinoamericano
al espacio, lo que no es simple simbolismo, sino muestra de desarrollo
científico y tecnológico a favor de la paz.
El
propio capitalismo no pudo eludir los impactos de la revolución y se vio
obligado a adaptarse a un nuevo contexto en el que le aparecía un fuerte rival
que más tarde condujo a la bipolaridad. Las tesis y acciones reformistas a
favor del llamado “Estado de Bienestar” en las formaciones del capitalismo
europeo fue uno de esos impactos, al igual que la política del llamado New Deal
(1933-1938) adoptada por el Presidente de Estados Unidos Franklin Delano
Roosevelt.
Fue
una revolución genuina con incalculable valor histórico y político, que no
puede subestimarse por las desviaciones que en algún momento alejaron a
dirigentes y sectores de la sociedad soviética de las bases conceptuales y
políticas de la revolución y de las honestas raíces marxistas de los ideales y
acciones de Vladimir I. Lenin y de otros líderes de aquella gesta.
No
es en esta oportunidad que vamos a juzgar las tergiversaciones acerca del ideal
socialista, ni la perversión de prácticas democráticas que más tarde permearon
a la URSS, tampoco nos detendremos con puntos de vista acerca del desmontaje de
la construcción del socialismo que condujo al desplome de una sociedad que se
levantó con notables éxitos como alternativa al capitalismo. Pero mucho menos
vamos a demeritar lo que significó la Revolución de Octubre y la existencia de
la URSS y el campo socialista europeo para el mundo subdesarrollado y para el
avance de la Revolución Cubana.
Lo
cierto es que lo ocurrido fue una extraordinaria experiencia cuyos logros y
errores requieren de profundización y análisis. Los primeros como muestra de lo
que es posible alcanzar por los pueblos a favor de sus intereses, y los
segundos para reflexionar acerca de factores endógenos en un proceso de
transición socialista que pueden llevar a su desmontaje, incluso en muy poco
tiempo, si no se solucionan adecuadamente las contradicciones propias de ese
tipo de proceso.
Son
temas en los que hay que profundizar junto con interrogantes alrededor de
enfoques conceptuales, socioeconómicos y políticos que se fueron instalando en
la URSS sobre problemáticas muy sensibles, sobre todo para el pueblo.
Es
el caso de la correlación entre desarrollo y crecimiento económico sin que se
despliegue una conciencia individual y social permeada de valores socialistas y
comunistas; el distanciamiento de las estructuras partidistas, estatales y de
gobierno de las masas y del Estado con la sociedad civil, junto con la
subvaloración del factor subjetivo en un proceso revolucionario y de su rol en
la necesaria renovación de la hegemonía socialista. También el impacto social
de distorsiones en el campo de la cultura, el dogmatismo, el burocratismo y la
corrupción merecen serias reflexiones si se tienen en cuenta los alertas
planteados por Lenin desde antes del triunfo de la revolución, pero sobre todo
entre 1918 y 1923.
De
muchos trabajos, notas y reflexiones expuestos durante poco más del primer
lustro de la revolución en el poder destacamos sus análisis en “Las tareas
inmediatas del poder soviético” y ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?
donde profundizó sobre las complejidades asociadas a la tarea de gobernar
representando los intereses de obreros y campesinos. También resaltamos las
proyecciones sobre temas de organización y política partidista expuestos en su
carta de diciembre de 1922 al congreso del partido que para muchos constituye
su testamento político con claras referencias al importante rol de los obreros
y campesinos, de las masas populares, en un proceso hacia el socialismo.
Lo
cierto es que lo que lo que condujo al derrumbe de la URSS no puede achacarse
ni a Lenin, ni al marxismo, ni puede utilizarse para descalificar el valor
histórico y político de la Revolución Bolchevique de 1917, acontecimiento que
reviste gran actualidad más allá de la celebración de su centenario. No se
trata de envolvernos en nostalgia, sino de analizar equilibradamente los hechos
históricos, los logros, los errores, las contradicciones que existieron, pero
también la inconsistencia de mitos y trampas que se levantan, sobre todo desde
1989, con vistas a “fundamentar” la supuesta inviabilidad del socialismo y la
inevitabilidad del capitalismo, lo que constituye un fatalismo histórico
inaceptable.
Pero
sobre todo el análisis de la Revolución de Octubre demuestra que las lecciones
de la historia son un legado irrenunciable que nutre el movimiento
anticapitalista y antiimperialista en la actualidad, son recursos que alimentan
el accionar para enfrentar el presente y proyectar el futuro de los que aspiran
a un mundo mejor. Son lecciones para el despliegue de los procesos de transición
socialista que siempre se desarrollarán con muchas condiciones inéditas porque
no hay dos países iguales, pero que a la vez requieren de brújulas que permitan
encausar el rumbo hacia una estrategia de orden socialista. Por tanto no solo
aporta a la evaluación del pasado, sino a la proyección del presente y el
futuro de la humanidad.
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