Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Gerardo Honty
El
pasado 6 de noviembre la Organización Meteorológica Mundial (OMM) publicó un
avance de su informe “Estado del clima mundial 2017”. Allí se anuncia que este
año va a ser uno de los tres años más cálidos jamás registrados (los otros dos
fueron 2015 y 2016) con cada vez más frecuentes episodios de efectos
devastadores, como huracanes, inundaciones, olas de calor y sequías. De enero a septiembre de 2017 se registró una
temperatura media global de aproximadamente 1,1 °C por encima de los niveles
preindustriales y el período de 2013 a 2017 será el quinquenio más cálido jamás
registrado.
Los
indicadores del cambio climático a largo plazo, como el incremento de las
concentraciones de dióxido de carbono, el aumento del nivel del mar y la
acidificación del océano, siguen aumentando mientras los hielos del Ártico, la
extensión del hielo marino de la Antártida y los glaciares continúan
reduciéndose. El manto de hielo de Groenlandia –elemento clave para la
circulación oceánica- ha perdido cerca de 3 600 000 millones de toneladas de
masa de hielo desde 2002.
“Hemos
sido testigos de fenómenos meteorológicos extraordinarios, temperaturas que han
llegado a +50 °C en Asia, huracanes sin precedentes en el Caribe y en el
Atlántico que han llegado hasta Irlanda, devastadoras inundaciones monzónicas
que han afectado a muchos millones de personas y una sequía implacable en
África oriental” afirmó el Secretario General de la OMM, Petteri Taalas durante
la presentación del informe en el marco de la Convención de Cambio Climático de
Bonn (COP 23).
Hace
dos años -en la COP 21 de París- esta misma Convención había firmado el
“Acuerdo de París” con gran algarabía y los muy extendidos aplausos de las
delegaciones nacionales de todo el planeta. Seguramente no haya sido igualmente
aplaudida la principal noticia del informe de la OMM con los resultados
efectivos de aquel Acuerdo: La tasa de aumento del CO2 de 2015 a 2016 fue la
más alta jamás registrada, a saber, de 3,3 partes por millón/año, lo que supuso
que la concentración de CO2 alcanzara las 403,3 partes por millón. Y los datos
en tiempo real de diversos lugares específicos indican que los niveles de
dióxido de carbono, metano y óxido nitroso siguieron aumentando en 2017.
Aumentan
los desastres
Según
el reporte los fenómenos extremos afectan a la seguridad alimentaria de
millones de personas, especialmente a las más vulnerables. En los países en
desarrollo, el 26 por ciento de los daños y las pérdidas causados por
tormentas, inundaciones y sequías de mediana y gran escala recayó sobre la
agricultura (cultivos, ganadería, pesca, acuicultura y silvicultura).
El
riesgo general de enfermedades o muertes relacionadas con el calor ha aumentado
de forma constante desde 1980, y actualmente cerca del 30% de la población
mundial vive en condiciones climáticas que provocan olas de calor extremas
prolongadas. Entre 2000 y 2016, el número de personas vulnerables expuestas a
episodios de olas de calor se ha incrementado en aproximadamente 125 millones.
En 2016
se desplazaron 23,5 millones de personas como consecuencia de desastres de
origen meteorológico. Al final de 2017 varios millones de personas habrán
resultado desplazadas por las inundaciones en Asia y por las sequías en África
y se contarán por millares los muertos y enfermos por estas causas.
Pero no
solo los países menos desarrollados han sido afectados. El índice de energía
ciclónica acumulada, que mide la intensidad total y la duración de los
ciclones, alcanzó este septiembre su valor mensual más elevado jamás
registrado. En el Atlántico Norte hubo tres huracanes de primer orden y de gran
impacto, que se sucedieron en un corto intervalo de tiempo: Harvey en agosto e
Irma y María en septiembre. Un pluviómetro ubicado cerca de Nederland (Texas)
midió un total provisional de 1.539 mm de precipitación en siete días, que fue
el mayor volumen jamás registrado para un solo fenómeno en el territorio
continental de los Estados Unidos.
A
mediados de octubre, Ophelia se convirtió en el huracán de primer orden
(categoría 3) ubicado a más de 1 000 kilómetros al noreste que ningún otro
huracán anterior del Atlántico Norte. Causó daños importantes en Irlanda,
mientras que los vientos asociados a este sistema contribuyeron a provocar
incendios de gran magnitud en Portugal y el noroeste de España.
En
muchas zonas del Mediterráneo predominaron unas condiciones secas. La sequía
más grave se dio en Italia, afectando a la producción agrícola y provocando una
caída del 62% de la producción de aceite de oliva con respecto a la producción
de 2016. Además, se dieron las temperaturas más altas registradas en Italia
para el período de enero a agosto, con una anomalía de 1,31 °C superior a la
media del período 1981-2010.
En
varios países las altas temperaturas alcanzaron niveles nunca antes registrados
como en Australia, Pakistán, Irán, Barhein, Omán, China, España, Italia,
Francia y Estados Unidos. En particular en América del Sur, Santiago de Chile
registró la mayor temperatura conocida (37,4 °C) lo que contribuyó a la propagación
de los mayores incendios forestales en la historia chilena que arrasaron 614
mil hectáreas de bosque. En Puerto
Madryn (Argentina) se alcanzó una temperatura de 43,5 °C, la más alta
registrada tan al sur (43° S) en ningún lugar del mundo. En el otro extremo
térmico, el frío intenso y grandes nevadas afectaron partes de la Argentina en
julio. En Bariloche, la temperatura descendió hasta -25,4 °C, más de cuatro
grados por debajo de la temperatura más baja registrada anteriormente en esa
ciudad.
La
esperanza es lo último que se perdió
Este
informe es demoledor. Mucho más que los similares anteriores de la OMM. Los
indicadores de la crisis ambiental planetaria empeoran y no hay acuerdo
internacional que sea capaz de revertirlo por más aplausos, felicitaciones
mutuas y grandilocuentes alocuciones con que sean anunciadas.
Y este
no es el único reporte. Hace pocos días la revista médica Lancet publicó otro
informe donde se revela que la contaminación ambiental, desde el aire sucio
hasta el agua contaminada, está matando a más personas cada año que todas las
guerras y la violencia en el mundo. Más que fumar, el hambre o los desastres
naturales. Más que el SIDA, la tuberculosis y la malaria combinados. Una de
cada seis muertes prematuras en el mundo en 2015 - alrededor de 9 millones -
podría atribuirse a la enfermedad por exposición tóxica, según el estudio
publicado el jueves 19 de octubre. El costo financiero de la muerte, la
enfermedad y el bienestar relacionados con la contaminación es igualmente masivo
-dice el informe- y cuesta unos U$D 4,6 billones en pérdidas anuales, o
alrededor del 6,2 por ciento de la economía mundial.
Desde
la publicación del histórico informe del Club de Roma de 1972 –Los límites del
crecimiento-, que anunciaba el colapso de la civilización para el año 2030 si
se seguía insistiendo con las políticas de crecimiento económico, muchos
autores (llamados más o menos despectivamente “colapsistas”) han estado
alertando sobre la certeza de aquellos escenarios y la corroboración de la
trayectoria de los indicadores proyectados.
Muchas
veces estos analistas han estado utilizando la imagen del “Titanic” para
ejemplificar como nuestra civilización, ante el choque evidente contra el
iceberg, continúa la fiesta a bordo sin intentar tomar las previsiones
necesarias para evitar el choque. En estos momentos estoy tentado a pensar que
ese momento ya pasó, que nuestro barco ya chocó contra el iceberg y que estamos
viendo a los primeros náufragos caer al mar y a los demás aferrarse a cualquier
cosa que los ayude a sostenerse en la cubierta del barco inclinado.
Lo que
nos muestra la evidencia de los datos de estos informes científicos, es la
irreversibilidad del proceso y que no
hay ya posibilidad de recuperar la salud del ecosistema planetario. El
calentamiento global, la acidificación de los océanos, la pérdida de
biodiversidad, la desertificación, la muerte de las zonas marinas costeras y la
contaminación del agua, no son procesos reversibles. No al menos en la escala
de tiempo de vida de los que aún estamos sobre el barco.
El
Titanic se hunde. Habrá sobrevivientes sin duda. Pero su vida estará condenada
a flotar sobre los restos de madera de algo que alguna vez supo ser un barco
esplendoroso.
Analista de CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social)
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y Twitter: @escuelanfp
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