Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Nazaret Castro
Dice la antropóloga Patricia Aguirre, especialista en
Alimentación y docente en la Universidad San Martín de Buenos Aires, que desde
hace años termina todas sus conferencias insistiendo en la misma idea: lo que
hagamos hoy con nuestra alimentación prefigura el mundo del mañana. Nada hay
más esencial para la vida humana y, posiblemente, ningún sector de la economía
expresa mejor el absurdo despilfarro, la injusticia social y la lógica suicida
del sistema capitalista.
En el marco de la jornada “Comunicar y consumir para
transformar”, celebrada en el CCC Floreal Gorini de Buenos Aires, Aguirre
desgranó algunos de esos sinsentidos que configuran la actual industria
alimentaria: alimentos “kilométricos”, que van de punta a punta del planeta
para que podamos comer uvas todo el año; campos enteros dedicados a la
producción de agrocombustibles para dar de comer a los automóviles; animales
hacinados y medicados; pesca depredadora que, de seguir a este ritmo, llevará a
la extinción del 90% de las especies marinas para 2050, según la FAO; y una
alimentación basada cada vez en una menor variedad de alimentos: de las miles
de especies comestibles que existen, el 90% de las calorías que ingerimos
provienen de sólo 15 especies y el 75% de sólo tres cereales (trigo, arroz y
maíz).
La pérdida de diversidad nos hace más vulnerables; el abuso
de antibióticos para el ganado nos lleva a una evolución descontrolada de
bacterias y virus; la sobreexplotación de la tierra y los mares expolia irresponsablemente
los recursos de nuestros hijos y nuestras nietas. El ecocidio siempre es,
también, un suicidio. Y, como recuerda Aguirre, el problema de fondo es que hoy
los alimentos no son nutrientes, sino mercancías: no se producen para
alimentarnos, sino para generar la máxima ganancia posible.
“Podemos y debemos producir con sustentabilidad, distribuir
con equidad y consumir con comensabilidad”. Con esto último, la antropóloga nos
recuerda que cocinar y alimentarnos, como también producir, ha sido durante
siglos una actividad social, un hecho humano que nos une; hoy, los alimentos
ultraprocesados, esos que no nos nutren pero reportan sustanciosas ganancias a
la decena de multinacionales que controlan la alimentación en el mundo
globalizado, triunfan porque no hace falta que los cocinemos y los podemos
comer mientras leemos o hacemos otra cosa a las carreras. Al fin y al cabo,
“comemos como vivimos: si vivimos a las carreras, comemos ultra-procesados”.
Pero esa alimentación que promueve la industria alimentaria y las grandes
multinacionales de la distribución, esa que se presenta con una falsa
apariencia de variedad, en envases de mil colores y tamaños, nos enferma: nos
provoca hipertensión, obesidad, diabetes; y, por esa misma lógica del mercado
que necesita de la desigualdad y la carencia, la opulencia de unos pocos
condena al hambre y la malnutrición a mil millones de personas, en un mundo que
produce alimentos de sobra para toda la población mundial.

¿Y si, en lugar de pensar si alimentamos el automóvil con
maíz o con petróleo, nos cuestionamos el automóvil en sí? ¿Y si rompemos con
las dicotomías de la modernidad occidental y nos cuestionamos esa división
radical entre campo y ciudad? Otra ciudad es posible -sin coches, con huertas y
espacios verdes, cambiando el asfalto por adoquines que dejen pasar el agua de
la lluvia-, así como otra economía es posible. Es más: esos otros mundos posibles
ya existen y, tal vez, comienzan y se recrean en una maceta en un balcón…
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