Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Jorge Mansilla Torres
Cuando mataron al Che en La Higuera, se
inició para la izquierda otro angustioso tiempo de zozobra y repliegue. Bajo
estado de sitio y toque de queda hubo que andar los días de puntitas,
pendientes de los tiras y buzos, máxime si un capanga subalterno, digamos el
Silico, me achacó el cargo de ser “enlace urbano” de la guerrilla y azuzaba por
mi captura; la misma gente de esa catadura que años después me endilgó una
babosada de ataque suicida titulada Loto rojo Tachai.
Sirvió la poesía como refugio y arma,
palabra artillada y en parapeto para seguir creyendo en la lucha. Desde aquel
aciago año 67 advinieron sucesos de difícil olvido, entre ellos la muerte
fortuita del tirano que apodamos el Arque-tipo, el ascenso de Ovando, la
expulsión de la Gulf Oil, el Inti acribillado en La Paz, la hombrada
guerrillera que alumbró Teoponte, el arribo de Torres al Gobierno y sus logros
de inesperada audacia, la Asamblea Popular y el sanguinario golpe del fascismo
y la embajada yanqui.
La poesía, digo, como bandera ondeante
ante el viento del miedo. En agosto del año 69 escribí tres sonetos asonánticos
al despuntar la aurora de la gloria del Che. Fueron los primeros cantos en
Bolivia y los llamé Testimonios públicos; 48 años después los hallo vigentes.
1) Ya no se puede, Che, vivir sin dar
contigo en las cosas más tristes o más bellas, anda tu nombre escrito en
prisiones y escuelas como una imprecación y una esperanza. / Suena tu nombre,
Che, como campana amiga, truena tu nombre, Che, como seco balazo, según lo
digan los que siegan la espiga o lo denuesten, Che, tus-nuestros enemigos. / Tú
viste, comandante, el humo ciego de mi pueblo profundo deambulando entre nubes
de ira y decidiste el fuego. / Que queden sin arena los desiertos, como no nos
dan paz mientras vivimos, que no nos pidan tregua ni aun de muertos.
2) Tú pusiste la paz en pie de guerra
para que no la vendan ni la ultrajen; desde entonces la paz va con nosotros
repartiendo consignas con tu imagen. / Eres consigna previa necesaria, el “pido
la palabra” claro y franco, cuando hay la discusión al rojo vivo, cuando por
unidad se vota en blanco./ Por ti dije a
mi tiempo que yo escojo el camino de polvo por el que andan los de poncho,
overol o guardatojo. / No puede haber sosiego, comandante: si este mundo se
funda en la injusticia, que caiga el mundo y que otro se levante.
3) De ti viene, Guevara, este desvelo
poblado de secretos movimientos, de panes que se comen boca al suelo para que
el pueblo se mantenga enhiesto. / Es tuyo, comandante, el escarceo del miedo
natural ante el peligro —sístole y diástole clandestinos (si estoy libre me
escondo, si me siguen, paseo) —. / Tuya es también, Ernesto, la guitarra que
puntea nuestros cantos de esperanza y acompaña el insomnio que desgarra. / Tuya
será la fiesta cuando luego muera el imperialismo que te odia, porque aquí se
te quiere a sangre y fuego.
Después, en el exilio desde el 71,
compuse incontables sonetos, epigramas, cantos y aforismos para el Che,
homenajes a su ejemplo y memoria con prescindencia del cargo de conciencia o
justificación de los comunistas bolivianos de la época por haberlo dejado solo,
al igual que muy distante de los trotskistas que desdeñaban al Che, con Lora y
Filipo al frente, por ser un “foquista alejado para su desgracia de la alianza
obrero-campesina…”. El Che, firme hoy, apuntando victorias con armas de futuro.
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