Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Fernando
de la Cuadra
Hace
ya algunas décadas atrás el economista húngaro Karl Polanyi apuntaba que es posible
pensar que existen formas de integración o de funcionamiento de la economía que
no se asientan necesariamente en instituciones monetarias basadas en el
intercambio convencional, es decir, que superan los movimientos de “doble mano”
que se producen en el lugar del mercado, el cual representaría su locus por
excelencia. De esta manera, Polanyi propuso algunas visiones alternativas de
aquella existente en la economía capitalista, identificando en esa construcción
tres principios de distribución distintos al modelo de intercambio mediado por
el mercado y orientado a la ganancia, a saber, la administración doméstica, la
redistribución y la reciprocidad. Según él, en la economía real pueden
coexistir dos o más principios en los cuales esté presente inclusive la
ganancia monetaria, aunque su presencia no necesariamente debe representar el
principio dominante.
La
importancia de estas formas para entender la actividad económica, residiría en
que ellas no solo poseen una dimensión histórica sino que además ostentan una
expresión empírica demostrable en actividades concretas realizadas por las
personas, lo cual demostraría las limitaciones de la perspectiva de Olson y
seguidores, en torno al lugar central ocupado por el comportamiento egoísta y
la acción racional que tendrían los grupos y sus miembros individuales en las
actividades desarrolladas cotidianamente.
Especialmente
la noción de reciprocidad permite visualizar otros aspectos en torno a los
cuales se organizan las sociedades, ya no basadas únicamente en la idea de
interés y de competencia entre las personas y las organizaciones, sino también
o sobre todo en torno a prácticas de cooperación destinadas a preservar los
lazos sociales dentro y entre los diversos tipos de agrupaciones
En
el caso latinoamericano es necesario considerar especialmente la prevalencia de
formas de economía doméstica, visto el papel prioritario que dichas formas de
integración ejercen en la conformación de grupos y comunidades que insertan las
actividades económicas de producción y distribución en las diversas formas de
sociabilidad presentes en la esfera local. Ello es especialmente significativo
en el caso de aquellos países de cultura andina o mesoamericana. En este marco,
tal como enunciado por José Luis Coraggio, la cuestión económica sustantiva se
resuelve como una economía ‘natural’ o comunitaria, cuyo sentido es asegurar la
autosuficiencia de todos los miembros o grupos que comparten los medios de
sustento según reglas y estructuras no estrictamente económicas.
Una
reflexión sobre la obra de Polanyi nos plantea el desafío de postular otras
formas de organización económica de la humanidad, o como dicen sus principales
adherentes, de pensar “Otra Economía” que supere el paradigma de la
competitividad impuesto por la civilización del capital y de los mercados
globales. En otras palabras, es necesario pasar de un paradigma centrado en la
competitividad y la posesión de riqueza pecuniaria para un modelo centrado en
las energías y capacidades que surgen desde las personas, en el trabajo y la
cooperación que abunda en las comunidades. Ello implica, que los diversos
actores (personas, comunidades y entidades públicas) sean capaces de construir
nuevos espacios de cooperación, solidaridad y convergencia que integre lo
económico en lo que verdaderamente es, un entramado de relaciones de
sociabilidad -de parientes, amigos y vecinos en el territorio-, que buscan
establecer vínculos equitativos y justos entre los diversos participantes del
proceso económico y, de esta manera, propender hacia el bienestar de todos. A
este tipo de prácticas cooperativas, asociativas y comunitarias se las conoce con
el nombre de economía social y solidaria.
Pero
no obstante las premisas recién expuestas, igual se mantiene en el aire la
interrogante de si puede existir efectivamente una economía social y solidaria
que supere el ámbito local. Esta es una pregunta que se podría responder – y
descartar casi automáticamente – con un no rotundo. Para ciertas visiones, la
evidencia acumulada hasta ahora nos permitiría concluir que el conjunto de
experiencias que se sustentan en formas solidarias, cooperadoras y autogestionarias
de concebir la actividad económica, difícilmente pueden traspasar los límites
de lo local. Por lo mismo, es improbable que ellas lleguen a constituirse en
modalidades globales de funcionamiento de la economía y las sociedades
contemporáneas.
Aceptar
esta premisa sin más, significa admitir que las sociedades y las personas
poseen una naturaleza inmutable y que el estado de cosas con el cual nos
deparamos cotidianamente va a seguir su mismo curso. Desde otra tradición
crítica de esta ideología del status quo, Piotr Kropotkin, Marcel Mauss o
Marshall Sahlins han podido demostrar que por el contrario las comunidades
humanas han desarrollado preferentemente estrategias de cooperación para poder
afrontar en conjunto la lacha por la supervivencia. Es decir, los seres humanos
necesitamos de construir persistentemente lazos de cooperación con los otros
para enfrentar los avatares de la vida, desde las estructuras familiares y de
parientes (lealtades primordiales) hasta comunidades más amplias y complejas de
colaboración.
Si
admitimos que la humanidad no se encuentra condenada a la acción individual de
personas que emprenden batallas competitivas sin cuartel, en las cuales
necesariamente se debe producir una solución del tipo “suma cero”, la
perspectiva de dar un giro a esta narrativa no resulta tan ilusoria. Entonces,
el mayor desafío de este giro consiste en ir edificando un sistema
multiescalar, en el que se articulen las diversas experiencias que se originan
en un plano local, para ir ascendiendo a una escala regional, nacional y
global.
Si
bien es cierto el horizonte de un sistema económico solidario de alcance global
se ve muy lejano, cada vez son más las experiencias que intentan construir
áreas de intercambio y flujos de bienes y servicios que no se rigen
necesariamente por el parámetro de transacciones de equivalentes en mercados
convencionales. Sus principales impulsores no han sido ni los conglomerados
políticos ni las agencias públicas, sino que un sinfín de asociaciones y
organizaciones de ciudadanos, que se han inspirado en experiencias históricas
(mutualistas, cooperativas, asociaciones de autogestión o cogestión) o que han
concebido nuevas modalidades de poner en común sus capacidades y deseos de
complementarse solidariamente. Son Bancos de tiempo, de monedas alternativas o
sociales, cajas populares de ahorro y crédito, mercados de trueque,
cooperativas de diversa índole (vivienda, previsión, salud, educación,
saneamiento, compra y venta), grupos de producción y consumo autogestionarios,
etc. Es una enorme constelación de experiencias, muchas veces desperdigadas,
pero que pueden ir convergiendo en una escala planetaria a partir de elementos
comunes que las unen y que son susceptibles de articular en entes mayores.
Son
iniciativas que demuestran que la historia de la humanidad está llena de
millares de esfuerzos por construir relaciones basadas en la cooperación, la
reciprocidad, la solidaridad y la búsqueda del bien común. Su transformación en
iniciativas que vayan conformando una red cada vez más densa de relaciones y
sinergias no solo representa una tendencia deseable y urgente, sino que es
absolutamente posible en función de los repertorios culturales con que cuenta
la humanidad para construir decididamente un futuro más viable, justo y fraterno.
Fernando Marcelo de la Cuadra
es académico de la Escuela de Sociología,
Universidad Católica del Maule
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