Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Itzamná Ollantay
La península ibérica, desde tiempos
inmemoriales estuvo habitada por un “archipiélago” de tribus (condados) que se
guerreaban entre sí, pero que se agrupaban, por momentos, bajo el mando de
algún Rey militar para combatir a enemigos comunes.
Por intereses de subsistencia, desde el
siglo XII, para hacer frente al panexpansionismo musulmán, paulatinamente los
caudillos de dichas tribus fueron intercambiando a sus hijas para sellar
“pactos políticos”. Fue lo que ocurrió con el pacto Catalunya-Aragón, origen de
la actual “unión” que no pudo ser de Catalunya – España.
Estas tribus aunados, movidos siempre por
intereses económicos-políticos, abrieron fuego en otros continentes, saquearon
riquezas ajenas. Pero fueron incapaces de compartir equitativamente los botines
de guerra. Ocurrió con la invasión española a América. España no supo
compartir, ni le dio oportunidades que Catalunya exigía. He allí la génesis del
“salvaje” proceso secesionista democrático que vive Catalunya española.
En otras palabras, la idílica comunidad política
imaginada (por la ciencia política occidental) de Estado nación jamás existió,
ni pudo ser en el archipiélago de reinos de España. Mucho menos un Estado
democrático. ¿Qué democracia puede ser aquella que aporrea manu militari a sus
súbditos del Monarca sólo por realizar una autoconsulta regional?
Un Estado nación requiere de un proyecto
de comunidad política construida y compartida por, entre, y para todos. Cuyos
beneficios y obligaciones se comparte paritariamente. Cuya identidad nacional
inyecta sentido de pertenencia y sentimientos de orgullo en sus habitantes.
En la España actual, después de más de
ocho siglos de intento de nación, los vascos y catalanes se ofenden cuando se
les llama españoles. Luego del zafarrancho del Estado democrático del 1 de octubre,
la vergüenza será mayor.
Las élites económicas catalanes, en pleno
siglo XXI, arengaron y enfilaron a las “urnas” a la población bajo la consigna
de “España nos roba”. Siendo esta región autónoma la “fábrica de España”. La
más rica en el porcentaje del Producto Bruto Interno (18% del PIB de toda
España), incluso por encima de Madrid. ¿Dónde estaba el robo, pues?
Como a principios del siglo XVIII (Rey
Felipe V), España con brutalidad militar intenta prohibir la
institucionalización del uso oficial del idioma catalán en dicha región
(recortes al Estatuto Autonómico Catalán en 2010). ¿Acaso la España moderna no declara
en su Constitución Política (de 1978) autonomía de las nacionalidades y
regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas? ¿Acaso Catalunya
no es una de las 17 regiones autónomas legalmente constituidas? ¿Acaso el uso
del idioma, y la administración propia de la justicia no son elementos constitutivos
de un Gobierno Autónomo?
Un amigo musulmán, carpintero de oficio,
me dijo con sarcasmo, en Madrid, refiriéndose a España. “Este país alardea ser
moderno, pero pasaron directamente del burro al avión”. Sin pasar por el
automóvil. Y, el hecho que franceses y alemanes (de la Unión Europea) los hayan
tomado como sus guardianes en el Sur continental para evitar “la avalancha de
migrantes indeseados” a cambio de hacerles creer que “España era parte de los
privilegios de la Unión Europea”, es una evidencia.
La España octocentenaria no pudo ser
nación. Mucho menos pudo salir del primitivo uso de la fuerza bruta para
“mantener la unidad nacional”. Ingresó a la ilusa modernidad por la ventana,
sin ilustración básica.
Mucho menos pudo ser un Estado
democrático. No es tanto que haya intentado ser una democracia con Rey y con
súbditos (en lugar de ciudadanos), sino que como en la edad de la piedra, su
Monarca y élite política “muelen” a palos a cuanto “español” se atreva a
ejercer sus legítimos derechos establecidos en Ley. Eso hace que lo que
sospechábamos de la rusticidad intelectual española se confirme, ahora, de
sobre manera.
Ayer, se fueron los catalanes. Ahora, se
van los vascos. Mañana se irá el resto de “españoles”. Que el último pague la
cuenta (que los bancos no perdonan) y apague la luz. Y que la Unión Europea se
contrate nueva gendarmería.
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