Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Mariano Pacheco
Santiago
Maldonado se caracterizó por ejecutar en ese gesto que trasciende la
solidaridad y se transforma en una actualización de lo más humano que tenemos
como seres humanos: la capacidad de sentir en lo más hondo cualquier
injusticia, cometida contra cualquiera en cualquier lugar del mundo, como supo
remarcar el Comandante Nuestroamericano Ernesto Che Guevara hace poco más de
medio siglo atrás.
Santiago
puso el cuerpo junto a la comunidad mapuche de Pu Lof, no sólo se solidarizó
con ellos: se puso en su lugar. Sintió el lugar del otro transformado en Otro
absoluto por el poder que domina las instituciones del país, y se expande
horizontalmente con sus ideas y valores por el cuerpo social (el
“micro-gatismo”, según supieron decir desde el colectivo Juguetes perdidos en
un reciente posteo de Facebook); ese microfascismo que tanto hemos visto
proliferar en los últimos años, incluso entre trabajadores y sectores
populares, que miran con indiferencia la situación, o incluso se identifican
con sus dominadores, aquellos que nos explotan y tratan a cada instante de
des-humanizarnos.
“Esta
zona de angustia era la consecuencia del sufrimiento de los hombres. Y como una
nube de gas venenoso se trasladaba pesadamente de un punto a otro, entrando en
murallas y atravesando los edificios, sin perder su forma plana y horizontal;
angustia de dos dimensiones que guillotinando gargantas dejaba en éstas un
regusto de sollozo”.
Como
Erdosain, el personaje de Los siete locos de Roberto Arlt, muchos sentimos el
jueves “las primeras náuseas de la pena” al enterarnos aquello que se
sospechaba: que el cuerpo “plantado” en aquél río de Chubut era el de Santiago Maldonado.
Pena porque otra vez sangre joven regaba los ríos de la patria (esta, nuestra
patria, la que no tiene pruritos a la hora de afirmar que es la de quienes la
habitamos y la construimos, y eso incluye Mapuches y tantos pueblos que
precedieron a la Argentina, pero también bolivianos y peruanos, senegaleses y
quien sea que se plante en estas tierras); pena porque otra vez, “en la
provincia donde no se dice la verdad” (como supo señalar Néstor Perlongher en
su poema citado a modo de epígrafe, y al que podríamos agregar, en “el país en
el que no se dice la verdad”), hay cadáveres. Pero también bronca por otro
asesinato perpetrado por el Estado contra un joven de nuestro pueblo (esta vez
un joven trabajador de la economía popular).
Bronca
y furia además, por haber tenido que escuchar dichos asquerosos de personajes
repugnantes como Elisa Carrió (que comparó el cadáver de Santiago con el de
Walt Disney); furia por los operadores del periodismo canalla (“el terrorismo
mediático”) que se apresuraron en deslindar responsabilidades del Estado y
poner en el lugar de victimarios a las víctimas que se salieron de ese lugar en
el momento mismo en que decidieron emprender la lucha (la que cultivó la
amistad de Santiago Maldonado); furia por el oportunismo bien-pensante del
progresismo ramplón, que se auto-adjudicó el lugar de representación de la
bronca popular. Y tristeza nuevamente por ver cómo el dispositivo de la
representación electoral (parlamentarismo que subordina la política al Estado y
encuentra en el momento electoral la síntesis entre el pueblo y sus
organizaciones partidarias) nos separa de lo que podemos, de nuestras potencias
plebeyas para cuestionar lo dado.
Tristeza
conjurada por la bronca que se transforma en protesta y se ve atravesada por el
deseo de resistencia, es decir, de revolución. Y alegría de sabernos, miles
(aunque no tantos miles como nos gustaría, miles al fin y al cabo), miles de
almas dispuestas a salir a las calles para honrar ese gesto que es ejemplo y
reclama ser multiplicado: el de ponerse en el lugar del otro, el de poner el
cuerpo (cuerpo que no es solo acción sino también pensamiento y sentimiento)
para dejar de ser aquello que hicieron, que están haciendo de nosotros.
@PachecoenMarcha
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