Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Claudia Peña
La
escritora Liliana Colanzi escribió una columna brillante y contundente sobre el
acoso callejero. Lourdes Montero, cientista social y activista, escribió otra
columna centrándose en la inclusión del acoso callejero como delito, en el
nuevo Código Penal. Miles de mujeres vienen escribiendo sobre sus dolorosas
experiencias de acoso, como parte de una campaña mundial que se llama
#YoTambién.
Celebro
cada una de esas valientes contribuciones. Pero los problemas de las mujeres
nunca nos atañen a nosotras solamente, aunque pareciera que sí. Usted que me
lee, revise por ejemplo las columnas de los diarios. Quienes escribimos sobre
la violencia contra las mujeres, quienes opinamos acerca de la feminización de
la pobreza, quienes hablamos acerca de paridad y alternancia, somos siempre
mujeres.
Lo
mismo en este tema del acoso callejero. No pareciera ser un tema importante
para los varones. Antes de ponerme a escribir, me dije ¿de nuevo vas a escribir
sobre mujeres? ¿Y si buscas otros temas? La reelección, los desfalcos en las
empresas del Estado, la infraestructura urbana… Pero cientos de miles de
mujeres son amedrentadas y agredidas, nada más poner un pie en la calle. Miles
de mujeres dejan su liderazgo político por la guerra sucia del acoso, que pasa
por cuestionar su capacidad y su comportamiento sexual. Cuántas cuidan hijos,
cocinan y limpian todos los días, sin que se reconozca que aquello es un
trabajo; aunque la maquinaria productiva en su totalidad dependa de esa
explotación. ¿Y cuántos hombres hablan de eso? Aunque sean suyos los hijos y
suyas las camisas: ninguno. Aunque sean suyos los amigos, o sean ellos mismos
los que perpetúan el miedo en la calle: ninguno.
Pero es
de ellos el problema. El acoso callejero no depende de qué nos pongamos las
mujeres, ni de qué ruta tomemos, ni de la hora en que se nos ocurra andar. Es
consecuencia de los códigos que determinan las relaciones entre hombres. Él no
acosa para conquistar, sino para que sus amigos lo vean y lo reconozcan como
par. Acosa, violenta, domina para mantener su prestigio de varón, en todos los
ámbitos, todo el tiempo.
Esforzada
tarea, la de mantenerse hombre. Y, sin embargo, cuando se habla del tema, ellos
prefieren hablar del mundo, aunque su liberación esté ahí mismo, al alcance de
sus manos, y al mismo tiempo tan lejos: una masculinidad nueva, democrática,
equilibrada, serena. Un hombre sin miedo de ser hombre, ni de dejar de serlo.
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