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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

Rodolfo Soliz G.: Dirigente sindical y autor de la obra “Masacres Obreras”

Por: Luis Oporto Ordóñez, Carola Campos Lora y Edgar Ramírez Santiesteban*
La labor de documentar la historia de los movimientos sociales tropieza con la inexistencia de fuentes primarias debido a que éstas han sido monopolio de las oligarquías y los gobiernos que actúan en función de sus intereses. Eso explica que los movimientos sociales en general y la clase obrera en particular, carezcan de historias que expliquen su trayectoria, identifiquen sus héroes y sus principales hitos sociales, culturales y políticos. Las oligarquías han invisibilizado las historias de los trabajadores, con el fin de esconder la explotación laboral, la represión sistemática, los despidos selectivos, la conculcación de los derechos laborales e inclusive la eliminación física selectiva de los dirigentes. Los obreros, sin embargo, tuvieron apoyo de intelectuales comprometidos con su causa, quienes al formar parte natural de las élites, dominaron la palabra escrita y oral, defendiendo a los proletarios con su pluma y su oratoria. Escritores, artistas, historiadores, abogados y políticos, volcaron sus esfuerzos y su conocimiento para apoyar las reivindicaciones sociales de los trabajadores. Posteriormente, la estrategia obrera visualizó varias vías para perpetuar su memoria: el acceso de los obreros a la educación; la formación de bibliotecas obreras; la organización de centros de discusión política y de formación de cuadros. De esa manera se fue formando una intelectualidad propia, orgánica, al servicio de su clase.
Un “codificador” obrero
Uno de esos intelectuales fue Rodolfo Soliz G., técnico codificador de leyes sociales ligado a la clase obrera de Llallagua y Uncía, en la primera mitad del siglo XX, cuya figura se perdió en la historia. Los escasos datos biográficos nos muestran a un dirigente obrero y agitador social. Guillermo Lora afirma que “se autoproclamó “codificador obrero y social”. [1] En 1918 se incorporó a las luchas sociales contra las empresas mineras que explotaban los yacimientos minerales del norte de Potosí, desarrollando una febril labor “enfrentando unas veces al torbellino de injusticias sociales, que se yerguen inmisericordes sobre las espaldas del obrero y otras propugnando o sugiriendo proyectos de mejoramiento social, para el beneficio colectivo de todos los trabajadores nacionales”. [2] Ante el vacío generado por la disolución de la Federación Obrera Central Uncía, fundó la Liga Obrera del Trabajo, en Catavi, a principios de 1927, organismo que se dotó de una directiva de 30 miembros, que fueron perseguidos y desterrados, por orden de la Patiño Mines, el 30 de junio de ese año, medida de fuerza apoyada por el Regimiento Abaroa. Los dirigentes buscaron refugio en La Paz, Oruro y Cochabamba. En su obra, Soliz, propugna la unidad de los explotados, mencionando que:
“el tipo trabajador es uno solo; el intelectual, el manual y el indígena. Crear categorías o hacer clasificaciones, para conceder derechos a uno y negar a otros, es implantar el régimen de la desigualdad, que hace generar el odio. No puede admitirse líneas de separación, ni fronteras absurdas para levantar el privilegio. El derecho cabal y la ley protectora son amplios.” [3]
Denuncia el carácter explotador de las empresas, para las que la vida de los trabajadores no valía nada:
“He ahí una poderosa compañía minera en la provincia Bustillo, y otras en las provincias Quijarro y Sud Chichas, que son monstruosos vampiros que chupan las energías vivas del obrero, sin compasión. Insatisfechas con tener metidos a cientos de obreros a más de quinientos metros, bajo las entrañas de la tierra, en medio del agua hirviendo de copajira y gases, les ha impuesto un régimen que suprime la dignidad”. [4]
Expone con crudeza la influencia de la empresa sobre los campamentos y las poblaciones civiles, con claridad sorprendente:
“El poder arbitrario de esas empresas, aumenta desde el instante que todos son suyos y el pueblo está sometido a una esclavitud, no solo moral sino material. Les pertenece el agua, luz, caminos, teatros, mercados, terrenos, etc., que en estos centros existen. Una policía bien organizada, sostenida por ellas, constituye una institución atormentadora de esas sombras humanas que como salario máximo ganan apenas bolivianos veinte a treinta”. [5]
Los campamentos mineros responden al modelo del Company Town, en los que rigen las normas de la empresa, sin influencia alguna de las autoridades municipales o prefecturales, modelo que alcanzó su cúspide en los campamentos mineros de Patiño Mines en Catavi, donde se desarrolló una infraestructura singular: mansiones para la alta jerarquía con ambientes para la servidumbre, vivero para cultivo de plantas exóticas, sala con chimenea, cocina con refrigerador, agua potable, tina con agua caliente, alcantarillado, energía eléctrica permanente, auto a la puerta, teléfono para conectarse con el mundo; chalets para la “clase media” de empleados y técnicos, campamentos con viviendas precarias para obreros; escuelas primarias para hijos de obreros y empleados; cines y teatros, con butacas especiales de uso exclusivo de la gerencia general; baños termales para empleados y otros para obreros; canchas de tenis, palitroque y golf para la jerarquía y clase media; campos de fútbol, básquet, volibol, pelota vasca (k’ajcha), para obreros; clubes sociales (diferenciados para empleados y obreros), en cada centro minero. [6] Lo que no desarrolló la empresa fue bibliotecas, por ser consideradas vehículos para el adoctrinamiento político, aspecto que fue resuelto por los propios obreros. [7]
Soliz preconiza el fin de la Gran Minería, advirtiendo el alcance de las transformaciones sociales que experimentaba el país en 1943:
“Asimismo deben entender los magnates Patiño, Hochschild y Aramayo, que la Revolución Social del 20 de Diciembre de 1943, tiende a estructurar la verdadera Justicia Social, sobre la base de la reciprocidad y entendimiento que debe primar entre los grandes factores: el CAPITAL y el TRABAJO, que hacen el progreso y la grandeza de los pueblos y eminentemente proletarios como el nuestro”. [8]
Testimonios sobre las masacres de Miraflores (Socavón Patiño), Uncía y Catavi
Su gran aporte a la historia del movimiento obrero de Llallagua y Uncía, de principios del siglo XX, se plasma en un opúsculo sobre las primeras masacres obreras. Gracias a testimonios de primera mano –y como protagonista-- consigue reconstruir los hechos fatales de la primera masacre del Ingenio de Miraflores (Socavón Patiño), provocada por Máximo Nava, hombre fuerte, palo blanco y funcionario de confianza de Simón I. Patiño, que muestra la estrategia del poderoso dueño de “La Salvadora” para reprimir a la clase obrera organizada. Esta masacre no ha sido estudiada por los tratadistas de la cuestión social minera, por lo que constituye un verdadero hallazgo.
La segunda masacre, provocada por el tenebroso administrador de la Compañía Estañífera Llallagua, Emilio Díaz, en septiembre de 1919, en la Casa Gerencia de Catavi, es igualmente desconocida en la historia social minera. En ella se diseñó la estrategia empresarial para aplastar al movimiento minero: paralelismo sindical, declaratoria de zonas militares de los centros mineros, represión sangrienta, despido selectivo, supresión de sindicatos, destierro y exilio de dirigentes.
La tercera masacre por tropas militares enviadas por el presidente Bautista Saavedra, es más conocida gracias al testimonio que sobre ella dejó el dirigente de la Federación Obrera Central Uncía, Gumersindo Rivera, [9] a quien los historiadores han tratado de descalificar por su condición de peluquero, sin conocer que junto a su socio, el sastre Francisco Irusta, dedicaron sus ganancias en explotar la Mina San Vicente en ese distrito. [10] Para documentar esta masacre, Soliz recoge el testimonio del secretario general de la FOCU, Alberto Molina Aguilar, testigo ocular del genocidio afirmando que “corrió a torrentes la sangre de los trabajadores”, siendo masacrados niños, mujeres y hombres, “a la luz del claro día y de la noche, bajo el régimen del Caudillo Saavedra”. [11]
La cuarta masacre, planificada por la Patiño Mines, la más importante transnacional en el mundo, instruyó al gerente de la Empresa Minera Catavi, Percy Holmes, desatar la represión sangrienta usando tropas de los Regimientos Ingavi, Sucre, enviados con orden del presidente Enrique Peñaranda, a pedido de la Patiño Mines, con el apoyo de la fuerza de Carabineros. Para documentar la masacre de Catavi, el autor acude al testimonio del trabajador Julio Loredo Fiorilo, quien perdió la pierna por herida de bala, y declara de manera pormenorizada los sucesos:
“a las 10 horas del 21 de Diciembre de 1942, el gobierno Peñaranda hizo asesinar en Catavi, centenares de obreros, mujeres y niños. Desde el 18 estaban cerradas las tiendas y pulperías para no vendernos ningún alimento, No había lugar de dónde comprar un pan. Nuestros hijos tenían hambre. Ya no podíamos soportar más tanta miseria. Esa fue la causa principal y única del paro. Aterrados y valerosos ante esta situación de hambre y angustia, resolvimos bajar nuevamente el 21 hasta Catavi. En el Kilómetro 4 comprobamos que estaban pertrechados allí tres regimientos, con stockes, ametralladoras y fusiles. Los campamentos se hallaban sitiados. Nos dejaron acercar a 150 metros de ellos. Éramos unas 4 mil personas, entre obreros, mujeres y niños. Apenas entramos al terreno preparado por ellos, comenzaron oficiales y solados a disparar sobre la masa indefensa… Cayeron centenares, a montones, con las piernas trituradas, los labios sangrantes, los ojos fuera de las órbitas. La masa comenzó a dispersarse. Unos corrieron a los cerros. Las mujeres se hincaron en el suelo levantando sus pañuelos. Siguió el tiroteo. Sin compasión. Sin misericordia. Sin oír el pedido de auxilio de infinidad de niños que lloraban junto a los cadáveres”. [12]
Los fotógrafos, testigos de su época: inéditas fotografías de las masacres
Un archivo único en su género, de trece fotografías y un gráfico, alto valor testimonial, y un “Responso al Minero de Catavi” de Wálter Fernández Calvimontes, documentan las masacres de Uncía (1923) y Catavi (1942). Al haber sido tomadas en el lugar de los hechos, los registros se convierten en testimonios del genocidio militar. Se desconoce al autor de las fotografías de Uncía y Llallagua. En dos de las fotografías de Catavi se identifican las iniciales del fotógrafo: CHR, y en otras se distingue “Foto Rodríguez”.
Seis registros se refieren a Uncía: “Uncía. Socavón Patiño o Callaperías donde se suscitó la primera huelga en julio de 1918”; “Uncía. Ingenio Miraflores, parte del cual da a la Estación donde se consumó la Primera Masacre”; “Llallagua, donde se suscitó la segunda huelga y se consumó la Segunda Masacre en septiembre de 1919”; “La titánica Plaza Alonso de Ibáñez de Uncía donde se consumó la Tercera Masacre”; “De la horrenda Masacre de Uncía, cuatro cadáveres extraídos del Cementerio que forman la mínima parte de los masacrados la luctuosa noche del 4 de junio de 1923”; “Aurelia v. de Tapia, sobreviviente de la Masacre de Uncía, que junto a su marido, cayó acribillada por 7 balas homicidas y dio a luz un hijo varón la misma noche de la masacre”.
Ocho refieren a la Masacre de Catavi: “Habla un mutilado de Catavi, Julio Loredo Fiorilo, sintetizando aquella masacre”; “La masacre de Catavi, gráfico demostrativo de esta horrenda masacre acaecida el 21 de diciembre de 1942”; “Ana Chambi v. de Aguilar y su hija huérfana sobreviviente de la Masacre de Catavi”, “Mutilado de Catavi, Juan Álvarez, le faltan los dos pies”, “Muchedumbres compactas de obreros de la Empresa Patiño Mines Enterprises Consolidated Inc., mantienen en sus hombros ataúdes toscos de los mártires sacrificados en Catavi, por la metralla asesina”, “Velorio de un muerto de la Masacre de Catavi, rodeado de sus familiares, con la expresión trágica del rictus de sus semblantes”, “Momentos en que ingresan al cementerio de Llallagua conduciendo a una parte de los muertos de Catavi”; y, “Entierro de obreros, mujeres y niños, mudos testigos de la barbarie cometida con la clase proletaria, por el delito de haber reclamado un mendrugo de pan para su subsistencia”.
*    Historiador; Archivista, y exdirigente de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia y de la Central Obrera Boliviana, respectivamente.
1   Obras completas: Tomo LXVII. Diccionario (N-Z). La Paz, Masas, 2002, p. 366.
2    Rodolfo Soliz y G., Soliz Masacres Obreras de Bolivia. La Paz, Edit. Libertad, 1944.
3    Arturo Costa de la Torre, en su Catálogo de la Bibliografía Boliviana (La Paz, UMSA, 1968), cita a Soliz con dos obras: Masacres obreras en Bolivia. La Paz, Edit. Libertad, 1944, 50 p.; e Injusticias sociales. Tratado de jurisprudencia cochabambina. Crítica y obra documental. Cochabamba, Edit. Universo, 1954, 43 p.
4    Soliz, op. Cit.
5    Ibidem.
6    Luis Oporto Ordóñez: Uncía y Llallagua. Empresa minera capitalista y estrategias de apropiación real del espacio (1900-1935). La Paz, Plural, 2007.
7    Luis Oporto Ordóñez: “Las bibliotecas políticas de los mineros revolucionarios de Bolivia”, en Fuentes, revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional, No. 45: 43-52. 2016.
8    Soliz, op cit., caracteriza los hechos como dirigente y estudioso de la cuestión social (p. 5). Propone nueve proyectos de Reforma Social. 1. Garantías y seguridad en el trabajo; 2. Control y vigilancia de inspecciones del trabajo; 3. Restitución del Ministerio de Higiene y Salubridad; 4. Jornada escalonada de trabajo; 5. Salario Mínimo; 6. Jubilaciones obreras; 7. El derecho al trabajo; 8. Participación en las utilidades; y 9. Medidas tendientes a garantizar el pago de las utilidades. (pp. 31-40).
9    Gumersindo Rivera López. La Masacre de Uncía. Oruro: Universidad Técnica de Oruro, 1967
10   Luis Oporto Ordóñez: Uncía y Llallagua…
11   Ibidem, p. 49.

12   Ibidem, p. 22.

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