Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Hacia 1952, arrasado el sistema político oligárquico y su propia
base económica, prácticamente disuelta la clase de los terratenientes del
campo, la burguesía (la que existía como grupo marginal al Superestado minero,
es decir, la burguesía tomada en su expresión concreta y no en su contenido
histórico) estaba reducida a su expresión mínima y no disponía de perspectivas.
Sin embargo, ése fue el momento en que se organizó el moderno Estado burgués boliviano,
al cual llamamos por eso Estado del 52. Se puede decir que en ese
momento, porque lo querían conscientemente o porque no tenían otro remedio, todas
las clases perseguían fines burgueses, menos la burguesía, que seguía atada
a la costumbre de una superestructura derrotada. Pues al no poder fundarse en
la propia clase a la que quería servir, el Estado en este caso es anterior a la
clase a la que serviría; el Estado abrogaría sin miramientos el germen burgués
sobreviviente, crearía su nueva burguesía, le daría el tiempo, los medios y la
imaginación para que se constituyera como clase.
Ésta es la cuestión de la determinación derivada de una clase en
otra. Sin duda, no era la primera vez que una clase social daba lugar al poder
de otra y, por último, en su consecuencia histórica diferida, a la constitución
de una tercera. Esto es, por el contrario, algo clásico de las revoluciones
burguesas de tipo democrático.
En el caso boliviano, es la clase obrera la que conquista un poder
para el que no es capaz todavía, como clase misma, y lo entrega a su aliado más
verosímil como clase burocrática, que es la pequeña burguesía, portadora ya de
los ideales burgueses (aunque en contradicción concreta con la burguesía misma
preexistente), que es débil y carece de un proyecto propio, que es incapaz
siquiera de la tarea de interpretar el hecho. La burguesía nueva se construye
aplastando políticamente a la vieja burguesía.
Caos social y pequeña burguesía
El núcleo de ubicación de la acumulación originaria de la
burguesía, de la que tampoco puede decirse que se constituya como clase
política sino alrededor de 20 años después (del 52), es el Estado.
Como los mismos supuestos ideológicos (que como hemos visto eran
difusos) pueden dar lugar a diferentes desarrollos, es probable que la propia
fase de la dictadura de las masas (1952) haya dado lugar a que maduraran en el
seno de la MNR propensiones que ya estaban de un modo germinal en su interior.
En el supuesto de que la desgracia del país no era la existencia
de una burguesía, sino la insuficiente existencia de una burguesía nacional y
su correlato, la lucha por la integración nacional, la construcción del Estado
nacional, los puntos de acumulación, se enquistaban en el capitalismo de Estado
(creado en su parte fundamental por la racionalización de las grandes empresas
mineras) y las zonas de recursos naturales de nueva apertura. En lo que era ya
un plan consciente, la Comibol se convirtió en empresa generadora de empresas,
en empresa de construcción de la burguesía comercial ampliada y, por otro lado,
sus excedentes fueron desviados hacia el desarrollo capitalista de Santa Cruz
de la Sierra.
Esta es la razón por la que la lucha obrera giraría —tanto en el
tiempo de la Tesis de Colquiri como durante la Asamblea Popular— en torno a la
cuestión de la minoría nacionalizada.
Mencionemos ahora el impacto del caos económico-social, o lo que
se vive como caos, que es el vuelco del estilo cotidiano de vida social, en los
grupos intermedios. No es el de Bolivia, por cierto, el único caso en que la
revolución democrática se acompaña de una gran crisis agrícola, un desorden
general en la economía, aparte del descenso de la producción minera y el desatamiento
de la inflación en gran escala. Esto no afectaba de una manera decisiva a los
campesinos que, aun sin aportar excedente agrícola al mercado, en el peor de
los casos mantenían sus condiciones de vida en un estatus que se hacía
ventajoso porque iba acompañado de la expulsión de los patrones, de la libertad
política y la participación. Ya entonces, en efecto, los campesinos dieron la
base social para la supervivencia del esquema político, y por el otro lado,
aunque esto Eder jamás habría podido entenderlo, incluso la llamada estabilización
monetaria, que fue quizá el más drástico plan anti inflacionario implantado
en la América Latina, habría podido sobrevivir si los campesinos no hubieran comenzado
entonces a practicar su concurrencia al mercado.
La situación era bastante diferente en lo que respecta a la
pequeña burguesía urbana. Despojada de sus privilegios políticos, con el voto
universal, clase cuya pretensión era conservar el orden social abstracto, a
diferencia de los obreros y los campesinos sin tierra, que aspiraban a
sustituirlo, grupo de ahorristas, empleados, artesanos, comerciantes sin
reservas económicas, etcétera, no podían sino vivir como un momento demoníaco,
aquel de la ruptura del orden político, que iba además acompañado de un proceso
inflacionario violento. El proletariado, incapaz de retener la concentración
del poder en torno a sí mismo, luchando en los tiempos siguientes por retener
la fuerza inicial, desorganizando aún más el sistema, no podía ofrecer a la
pequeña burguesía su propio orden en la política ni en la economía.
Al no caber ni existir una respuesta diferente a esta crisis, se
produce el reingreso del imperialismo norteamericano por la vía de la ayuda.
Tal como se ha dicho antes, el imperialismo a su turno confirma las
características del plan de desarrollo agrarista y territorial del MNR y lo
fortifica canalizando su ayuda en el mismo sentido, es decir, acelerándolo. El
precio que se paga por esta ayuda es la interrupción específica de todo
hipotético plan de industrialización que, en ese momento, sólo podía concebirse
en torno a la producción minera. En los hechos, Estados Unidos impone que el
proyecto de constitución de la burguesía se dirija hacia la producción
primaria, y suprime toda posibilidad de creación de industrias pesadas y de
integración de la minería, que habrían sido su único remate racional. Pero esto
se basa ya en la quietud o satisfacción del campesinado y en el élan del
orden en la pequeña burguesía urbana, que está dispuesta a pagar cualquier precio
por ello y que, no hay que olvidarlo, es la mayoría de las ciudades. Esto se
puede decir también de otra forma: una mayoría conservadora había sustituido a
la mayoría revolucionaria del pueblo y exacerbado los aspectos moderados que
preexistían a ambas, mayoría conservadora y mayoría revolucionaria, en el seno
de la clase burocrática.
Tesis de Pulacayo
Tales son, entre otras, las razones por las que un programa más avanzado
que la capacidad de poder real de la clase no puede aplicarse aún en el momento
de control material de la situación que logra el proletariado en 1952. Sin
embargo, aunque los obreros no consolidaron la continuidad de su ofensiva,
demostrarían en los años siguientes su extraordinaria consistencia defensiva.
Fue por medio del fracaso de los intentos de organizar mecanismos de mediación
correspondientes a la fase semibonapartista que se derrumbaría el proyecto
histórico del Estado burgués de 1952.
Ya durante el gobierno de Siles Suazo
(1956-1960), el régimen se empeñó en la construcción de un sindicalismo
dependiente del Estado, a la manera de lo que había ocurrido con los sindicatos
campesinos. Aunque no vale la pena entrar en la anécdota de estos
acontecimientos, por lo menos el incidente producido hacia 1958 entre los
sindicatos de Catavi y Huanuni es algo que resulta ilustrativo. Los mineros, a
partir del Plan de Estabilización, que constituye el verdadero reingreso del
imperialismo de los manejos de los asuntos bolivianos, estaban ya en oposición
al régimen del MNR. El gobierno logró éxito por lo menos en ciertos puntos,
como Huanuni y las minas del sur. Se produjo entonces un enfrentamiento armado
sindical que concluyó en la toma de Huanuni por los mineros de Catavi-Siglo XX,
hechos que incluían la ejecución del dirigente principal de la línea
gobiernista, Celestino Gutiérrez. Era, todavía, la imposición del aparato
armado que conservaban los mineros del año 1952.
Todavía el proletariado minero tenía influencia
en el MNR como para imponer la vicepresidencia de Lechín, cuando Paz Estenssoro
fue elegido presidente por segunda vez, en 1960. Pero Paz Estenssoro
completaría la línea iniciada por Siles, con el llamado Plan Triangular, que
reorganizó la minería nacionalizada excluyendo el Control Obrero y otras formas
de participación proletaria en el manejo de las minas. La Tesis de Colquiri
expresa este período de ruptura del proletariado con el Estado bonapartista, lo
que, por otra parte, selló la imposibilidad misma de desarrollo de dicha forma
estatal.
Veamos algunos de sus puntos:
“El gobierno ha demostrado la manera
persistente y que no ofrece la menor duda, que está vivamente interesado en
eliminar toda injerencia obrera en el manejo de las empresas y de la cosa
pública”. (Referencia a la supresión del Control Obrero con derecho a veto y
otras medidas).
“Declara que los sindicatos no deben
convertirse en agencia de partido político alguno, aunque éste se encuentre en
el poder y se autodenomine revolucionario. La Federación no sustenta el
apoliticismo, sino una política independencia de clase […] De hoy en adelante,
los mineros se colocarán a la cabeza de su clase para enseñarles a seguir su
propio camino y a defender sus propios intereses, a marchar detrás de su propia
bandera”. Aquí se dan ya los elementos de la superioridad del sindicato sobre
el partido como característica básica del movimiento revolucionario boliviano,
a lo que nos referiremos después.
“El sindicato es la forma elemental del
frente único de clase, en cuyo seno coexisten las tendencias políticas y
religiosas más diversas, con la única condición de que aquéllas se inspiren en principios
revolucionarios”.
“El gobierno pretende hacer trabajar a
los mineros bajo la amenaza del terror y excluir total y radicalmente a la
clase obrera de la dirección de la Comibol. Si prospera este criterio, se habrán
acentuado las características burguesas de la estatización […] Los obreros
propugnamos una tesis opuesta: deben ser la capacidad creadora de la clase trabajadora
(que se expresa sólo cuando está organizada colectivamente), su voluntad de
vencer y la certeza de su rol dirigente las que se transformen en el cimiento real
de una nueva administración de las mismas, que permita sacarlas de su actual
caos y aumentar sensiblemente los índices de producción”.
“La suerte de las minas es la suerte del
país mismo y no puede plantearse al margen del destino del poder político”. (En
los dos párrafos anteriores se está gestando ya lo que se llamará proyecto
de cogestión, que se planteará en la Asamblea Popular, en tiempo de Torres,
como veremos también luego).
“La revolución no tiene más garantía ni
más defensa que las milicias mineras”. (Esto es una reminiscencia del 52).
“El gobierno antiobrero tiende a resolver
los conflictos sociales mediante la despótica intervención de las Fuerzas
Armadas […] Los mineros sólo podemos tener una respuesta a esta situación concreta:
armarnos y disciplinarnos, a nuestro turno, para rechazar con la violencia la
amenaza de masacre […]” (Ya se está definiendo el rol de árbitro de la
situación que asumen las Fuerzas Armadas, entre el Estado bonapartista, cada
vez con menos sustento de clase, y el proletariado, que se ha desvinculado de
él. Ésta es la base de la fase militar-burguesa del Estado del 52).
Se puede situar entre los años 1956 y 1964 el
período de desprendimiento de la clase obrera del MNR, es decir, del movimiento
democrático burgués como conjunto. Pero puesto que la burguesía misma no era
capaz de concebir su proyecto estatal, y que la propia burocracia, la verdadera
portadora de dicho proyecto, no habría podido sostenerlo sino en tanto
estuviera sostenida a su turno por la clase obrera, fácil es advertir hasta qué
punto, junto con el proyecto burgués burocrático, fracasó también la única perspectiva
auténtica de que podía disponer la burguesía que se estaba conformando. Con
todo, es notorio el carácter defensivo que ya tiene esta tesis, que sin duda es
mucho más coyuntural que la de Pulacayo; aunque los obreros denuncian la
defección del MNR, no dejan de situar la debacle del esquema del 52 en su verdadero
punto de agotamiento: “El imperialismo —dice la Tesis de Coloquiri— ha
impuesto sus planes al gobierno del MNR”.
El resultado de esta premonición de la ruina del
proyecto burocrático estatal, de la frustración de la clase obrera como clase hegemónica
sin capacidad estatal y de su diferenciación con relación al movimiento
burgués, sería primero el repliegue hacia el sindicalismo mismo y, cuando ya
haya una instalación inicial de los partidos obreros en su seno, el lanzamiento
de su propio proyecto estatal, que se configuró en la Asamblea Popular de 1971.
Tomado del texto El Proletariado Minero en
Bolivia (1978) de René Zavaleta Mercado
y Twitter: @escuelanfp
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