Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Ana Esther Ceceña
Las guerras del Siglo XXI tienen la
particularidad de parecerse a las movilizaciones por derechos ciudadanos. La larga experiencia del Pentágono en
intervenciones y políticas de disciplinamiento en todos los continentes y en
todo tipo de situaciones, ha llevado a concebir las guerras de maneras muy
distintas a las empleadas, con mayor o menor éxito, en épocas pasadas (tan
cercanas como las del último Siglo XX).
Las catástrofes climáticas o humanitarias son hoy uno de los denominados
riesgos o amenazas a la seguridad que permiten la movilización de tropas y su
intervención en territorios extranacionales, tal como ocurrió en Haití con el
terremoto de 2010 y donde el Comando Sur de Estados Unidos que había ocupado la
plaza, cuando decidió retirarse, dejó instalada la Misión de Naciones Unidas
(MINUSTAH). La intervención humanitaria
produjo una ocupación militar que después de siete años deja un lamentable
saldo de violaciones de derechos humanos y conculcación del derecho a la
autodeterminación del pueblo haitiano.
Pero quizá lo más novedoso de las
intervenciones de este siglo es su carácter reptante. Avanzan a ras del suelo de manera silenciosa,
colándose entre la gente, comiéndose los tejidos comunitarios y sembrando
miedo, confusión e incertidumbre. El estallido
viene después. Primero se carcomen las
bases de los vínculos sociales, los que hacen a “la gente” ser “pueblo” con un
sentido sujético explícito, así como las bases del entendimiento colectivo o
sentido común, a través de un cuidadoso trabajo de socavamiento simbólico,
bombardeado desde los medios masivos de transmisión de datos e imágenes.
Esto viene pasando desde hace rato y ya
no suena novedoso, a pesar de que propiamente es un modo de hacer la guerra que
sólo se sistematizó en el siglo XXI, combinado con la estrategia de espectro
completo (abarcar todas las dimensiones de la organización social y de la
geografía) y con la idea de aplicar todos los mecanismos simultáneamente y sin
reposo.
Esta modalidad de dominar, o de hacer la
guerra, tiene como inspiración el estudio del comportamiento de los sistemas
complejos, que se han constituido de manera natural, y más particularmente el
de las abejas. La asimilación del
comportamiento de las abejas deriva en una estrategia de ataque al modo de un
enjambre: todos al mismo tiempo pero de diferentes maneras y desde direcciones
distintas. Gran parte de la fuerza del
ataque proviene de la confusión que se genera pues el atacado no identifica tan
fácilmente de dónde viene la ofensiva, y tampoco tiene reposo como para
observar o pensar con cuidado cómo defenderse de ella. Más que un enjambre lo que se despliega es
una red o un conjunto de enjambres: atacan el abasto, la capacidad de compra,
la movilidad, los servicios básicos, la tranquilidad en el barrio, la
organización comunal, los sentidos comunes, y todo en una modalidad similar a
la que se desata cuando alguien patea un panal de abejas. Según David Faqqard, oficial de la Fuerza
Aérea de Estados Unidos, “implica un ataque convergente por muchas unidades”. Es un modo de hacer una guerra que no parece
tal, pero que cuando ya está es absolutamente abrumadora.
Métodos como estos, con sus
particularidades y escalas, han sido usados en Libia y Siria. Siempre aprovechando y atizando las
contradicciones ya existentes y llevándolas a un nivel de confrontación
absoluta, que propicia la introducción de fuerzas adicionales (fuerzas
especiales de mercenarios), de operaciones encubiertas o incluso de bombardeos
del exterior, que no sólo elevan la tensión sino que garantizan el
acaparamiento de los lugares estratégicos (pozos petroleros, puertos, pasos o
rutas). Generalmente estas
intervenciones se combinan también con algunos ataques estrepitosos y
fragilizadores, como incendios de infraestructura básica o de hospitales
(maternidades, como en Venezuela), para además crear sensación de indefensión.
Crear “situaciones de guerra” como éstas
es altamente rentable. En general, como
los ataques son súbitos y contundentes (y relativamente inesperados), permiten
el apoderamiento de los recursos o territorios valiosos que regularmente se
siguen explotando en beneficio del atacante.
Adicionalmente, en esta situación, hay una constante y creciente necesidad
de armas y otros bienes, entre los que se cuentan alimentos básicos o
medicamentos, y que tienen que ser adquiridos en el exterior por el
socavamiento de condiciones de producción interna, en caso que hubieran
existido. Es un buen negocio por todos
los ángulos.
La venta de armas no es un asunto
menor. Sólo Arabia Saudita ha adquirido
110,000 millones de dólares en armas para consolidarse como eje de la llamada
OTAN árabe y el nuevo equipo gobernante de Estados Unidos ha multiplicado sus
presiones en diversos foros para inducir la compra de armamento que proviene de
sus fábricas, o las de Israel.
La guerra es el modo más rentable de
disputar territorios, riquezas, rutas, ganancias y espacios de poder, y es un
modo altamente eficiente de imponer disciplinas.
Entre la paz y la guerra
Por eso nadie se sorprende si escucha
decir que Venezuela es la Siria de América, pero esa es una afirmación
temeraria. En Siria hay una guerra
propiamente dicha, con armas, bombas, desplazados, asesinados, disputa de territorios
y todos los derivados de una situación de confrontación armada abierta con
múltiples frentes y una enorme complejidad que deviene del hecho de que Siria
es el epicentro de un conflicto bélico que involucra una zona muy amplia que
abarca la región del Medio Oriente y una parte de Europa y del norte de
África. Aún más, la guerra en Siria es
una manifestación de la disputa entre Estados Unidos, la coalición potencial o
velada entre Rusia, Irán y China, y quizás una Europa en proceso de reconstitución,
con el involucramiento diferenciado de casi todos los estados de los
alrededores, configurando un escenario de potencial guerra mundial.
A Venezuela, que es un eslabón
principalísimo del corredor energético mundial, se le está haciendo una guerra;
pero en Venezuela no hay guerra. Venezuela
es un escenario de lucha entre la construcción de la paz y la guerra. Tres elementos muy importantes han permitido
detener la guerra:
1) el proceso venezolano está siendo
defendido en las calles y los barrios por el pueblo organizado; la revolución bolivariana
es del pueblo;
2) el proceso de construcción de la
llamada unidad cívico-militar ha llevado a una imbricación que compromete a
ambas partes con una defensa diferenciada pero compartida de lo que queda bajo
el rubro de la revolución bolivariana, y que en este caso es entre otros la
defensa de la vida;
3) mientras más se tensa el conflicto
venezolano y más se destaca como objetivo a derrotar al presidente Maduro, más
parece estarse creando un gobierno colectivo que sostiene pero diluye la figura
presidencial y otorga mayor solidez a la representación del estado.
Estos tres elementos jugando juntos han
generado la posibilidad de enfrentar la guerra sin hacer la guerra; de
enfrentar la violencia con organización comunitaria; de inventar en la práctica
cotidiana milicias de paz. El proceso,
sin duda, se ha desgastado. Pero también
indudablemente se ha fortalecido y se ha radicalizado. Mantener una prolongada situación de asedio y
violencia sin usar las armas ni para defensa personal es un signo de altísima
conciencia y responsabilidad tanto de los cuerpos de seguridad del estado como
de los civiles en pie de lucha.
Venezuela es hoy el umbral y a la vez el dique de la extensión de las
guerras de otros continentes hacia América y un punto de definición estratégico
del estallamiento, o no, de una tercera guerra mundial.
- Ana Esther Ceceña es coordinadora del
Observatorio Latinoamericano de Geopolítica, Instituto de Investigaciones
Económicas, Universidad Nacional Autónoma de México. Integrante del Consejo de
ALAI.
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