Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Jorge Komadina Rimassa
La
contaminación del aire en la ciudad de Cochabamba es tan siniestra que hasta
las estatuas han tenido que usar barbijos. En medio del invierno, el área
metropolitana está envuelta en una imborrable nube de esmog que parece una
amenaza suspendida. Al amanecer o al atardecer distingo con dificultad las
montañas que rodean al valle, apenas las adivino. De pronto, tengo la impresión
de estar en otra ciudad, no del todo extranjera, pues está hecha con retazos de
la mía; una ciudad cuyo sistema inmunológico, su burbuja vital, parece haberse
resquebrajado, abriendo paso a sustancias o fuerzas oscuras y malignas.
Sí pues,
soy pesimista. Es que la contaminación no es solo un hecho, es también un
estado de ánimo (una atmósfera) forjado por la incertidumbre y el pánico,
sensaciones que se agudizan por la falta de datos serios y estudios científicos
que permitan evaluar objetivamente los índices y los alcances de la polución
del aire.

Por otra
parte, en las últimas dos o tres décadas se ha roto definitivamente el
equilibrio entre la ciudad y la naturaleza. La urbanización vertiginosa,
salvaje y compulsiva ha destruido las lagunas, los ríos, las acequias, los
bosques y los árboles de la ciudad y sus alrededores. Más que una ciudad
moderna, el resultado de ese proceso es un simulacro de modernidad. Este hecho
es tan grave que, de acuerdo con un informe experto, en los próximos 10 años
los cochabambinos tendrían que plantar 2 millones de árboles (a un ritmo de
200.000 por año) si desean revertir la contaminación del aire.
Pero la
contaminación no es un acontecimiento aislado, es un proceso que se alimenta de
sí mismo, se expande y multiplica: metástasis. Así, la polución del aire está
vinculada con la contaminación sonora que se ha vuelto omnipresente (anoto
entre sus manifestaciones extremas los ruidos siniestros producidos por los
carros basureros municipales), la visual (la polución publicitaria, los cables
y la basura en las calles, la arquitectura brutalista), la electromagnética, la
alimenticia, la sensorial... En suma, los cochabambinos vivimos en el centro
mismo de la contaminación.
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