Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Ricardo Jiménez
El Buen
Vivir es esencialmente una propuesta de nuevo paradigma ético civilizatorio,
con implicancias políticas, económicas y culturales, que rescata la ancestral
experiencia de los pueblos indígenas latinoamericanos, especialmente andinos, y
lo re elabora como parte de las respuestas posibles a la actual crisis
múltiple, civilizatoria, que la comunidad humana de destino enfrenta hoy debido
al agotamiento del todavía hegemónico orden civilizatorio capitalista y sus
pilares ideológicos originados en la modernidad europea, globalizada como
“universal”. Se trata entonces de una propuesta estrechamente vinculada al
pasado ancestral pero también simultáneamente nueva, emergente, como legados
que reverdecen para alimentar las búsquedas plurales hacia el futuro.
El núcleo
fundamental de este paradigma está en un conjunto de regulaciones sociales,
espirituales, políticas y culturales, formadas en una continuidad de miles de
años de desarrollo cultural andino anterior a la llegada del poder colonial
europeo, y que implican un radical “otro lugar” ideológico, espiritual y
material, diferente y opuesto al que hemos asumido hegemónicamente durante los
últimos cinco siglos. Un ejemplo, nada más, es el del concepto de “cultura”,
que por definición en nuestra actual civilización es únicamente propia de las
personas humanas, sólo ellas tienen cultura. En la civilización ancestral
andina que inspira el Buen Vivir, la naturaleza y las espiritualidades, una
piedra, un río, un árbol, una llama, un ancestro, el sol, la luna, la
serpiente, también tienen cultura, sienten, interactúan, hablan y dialogan,
reciprocan de manera horizontal con las personas humanas. Objetivamente, un
hueso duro de roer, que exige un profundo esfuerzo adicional de comprensión y que
nos muestra que es en esa radical “otredad” donde se encuentran los principales
obstáculos, incomprensiones y riesgos del Buen Vivir, pero al mismo tiempo
también su gran capacidad de aportar a la superación de la crisis
civilizatoria, precisamente por hablarnos y permitirnos mirar desde otro lugar,
distinto al que ha generado y mantiene la aguda crisis actual.
Al lado de
eso, es un hecho también que esta propuesta de paradigma implica potenciales
riesgos de idealización, malinterpretación, limitaciones e insuficiencias,
¿pero qué pensamiento, propuesta y paradigma no los tiene? Su valor radica
justamente en que los principios reguladores ancestrales que lo inspiran no se
elaboran a partir de sociedades ideales, perfectas, “paradisíacas”, ni
pretenden servir de base a una. Sino de sociedades con relaciones de dominación
y conflicto, que dentro de esa imperfección supieron, de manera inédita y
alternativa a la hegemónica, encontrar otros modos mucho más equilibrados de
relacionarse entre los seres humanos y con la naturaleza, en el marco de un
intensivo y extensivo uso de ciencia y tecnología al servicio de una creciente
productividad y bienestar material. Su mayor valor está justamente en mostrar
que la perfección no es una condición para lograr ese equilibrio y ese
bienestar.
Uno de los
ámbitos donde la crisis actual es más evidente y cuya gravedad ha puesto a la
humanidad en el sendero de amenazar su propia existencia futura, es el de las
relaciones de las sociedades humanas con la naturaleza. A su base está el
predominio de una visión de estas relaciones surgida en la modernidad europea e
impuesta hegemónicamente en el mundo. En ella, muy esencialmente, los seres
humanos se consideraron como separados, distintos y superiores a la naturaleza,
a la cual se conceptuó como una enemiga a vencer y dominar, como una cosa u
objeto sin derechos y destinada a ser propiedad y provecho de los seres
humanos. Se trató de un radical humano centrismo, ligado a la idea de que los
avances tecnológicos eran al mismo tiempo la prueba de la superioridad y el
dominio del ser humano sobre la naturaleza, así como la garantía de un
crecimiento incesante de la producción, acumulación y consumo de riqueza
económica, que devino en sinónimo de progreso, desarrollo y felicidad. Conjuntamente,
criterios racistas actuaron como ordenadores en jerarquía de culturas y
pueblos, según su diferencia con los pueblos europeos dominantes,
inferiorizándolos, asimilándolos con la naturaleza y haciéndolos compartir su
suerte de negación, explotación y exterminio.
Opuestamente,
el Buen Vivir nos habla de una equivalencia, incomplitud y reciprocidad
fundamental e inviolable entre los seres humanos, la naturaleza y el cosmos; de
inmanentes regulaciones que garantizan la auto limitación productiva de acuerdo
al equilibrio en esas interacciones; y de un concepto de felicidad basado en la
armonía de los sentimientos, el bienestar material de todos, el respeto a todas
las formas culturales y pueblos, y el manejo equilibrado del conflicto.
El Buen
Vivir es una propuesta en construcción, plural y mestiza, cuya vocación es
dialogar horizontalmente con múltiples otras en el camino para superar ese
humano centrismo, y esa jerarquización negadora de la diversidad de pueblos y
culturas, sobre la conciencia creciente de que en realidad los seres humanos
son una totalidad internamente diversa, una comunidad de destino ricamente
diferenciada, y también parte inseparable, en permanente interacción mutua, con
la naturaleza y el cosmos. No sólo como respuesta puramente instrumental ante
las evidencias de la terminal crisis ambiental, sino por los nuevos
conocimientos de muchas disciplinas, que nos muestran que, a un nivel hondo y
elemental de la realidad, todo, incluyéndonos, se encuentra infinitamente
interconectado.
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