Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Verónica Rocha
Pocos latinoamericanos tan
universales como Salvador Allende. Pocos líderes continentales tan recordados,
tan presentes en la memoria como Chicho. Pocos países que, aunque lejos de la
construcción de la utopía de la Patria Grande hoy, tienen su historia tan
presente en el horizonte de una patria socialista, esta vez continental. Pocas
historias que inundan la memoria de todos y tantos pueblos de América Latina y
el mundo.
A Allende -amenazaba el
dictador- querían subirlo a un avión y que este “cayera” para dejarlo morir en
el mar, cómo habían hecho con una buena parte de los más de 3 mil fallecidos y
fallecidas durante la dictadura. Allende no les dio el gusto, él intuía que su
legado podía y debía quedar registrado en la historia, creía a pie juntillas
que un día se abrirían las alamedas. Minutos antes del inminente fin, luego de
haber visto caer a sus más leales compañeros delante suyo, cogió un fusil que Fidel
Castro -el líder del socialismo latinoamericano por excelencia- le había
regalado como presagiando su destino. Se apuntó. Y disparó.
Aunque viví un tiempo en el
país vecino y he conocido de boca propia varias de las atrocidades del gobierno
de facto y me he solidarizado hasta la carne con los dolores de una sociedad
que (con)vive con su dolor, no recuerdo haber conocido entonces tantos
recovecos del golpe de Estado de Pinochet como en estos días, así como de la
resistencia socialista y la valentía de un pueblo.
Han pasado 40 años y las
imágenes prohibidas y las historias inmensas aún conservan esa capacidad
deslumbradora e interpeladora a escala global. Las imágenes prohibidas (una
serie de programas que fueron transmitidos a nivel nacional con imágenes no
difundidas antes sobre el golpe) por un lado; y las breves historias (cartas
del museo de la memoria, historias en blogs, testimonios desde la lejanía y la
cercanía difundidos en redes sociales) por el otro, irrumpen como un generoso
fruto social de la insistencia y resistencia contra el olvido.
Lo que ocurre este mes y año en
Chile no se trata de un ejercicio conmemorativo más, como tantos que conocemos
alrededor del mundo y del calendario. No se trata de una fecha más. Se trata de
la pelea cotidiana de esa sociedad por sanar una herida que los divide en dos
al momento de reconocer su pasado y mirar su futuro.
Desde 1989, no se trataba
solamente de ganar un plebiscito para mandar al dictador a su casa y reabrir la
democracia, se trataba de mirar los retos de reconciliación, construcción y
consolidación que demandaba un futuro enmarcado en mayores libertades. Y ello
comprometía varias concesiones, múltiples osadías y algunos permisos. Entre
ellos el permiso para recordar.
“La alegría ya viene” fue la
consigna con la que se convocó a despachar a Pinochet a casa. Y aunque varios
años tarde, y no precisamente por la acción de los sucesivos gobiernos de la
Concertación Nacional, pareciera que la alegría sí asoma. ¿Vio usted ese millar
de chilenos y chilenas acostados hace días en la Alameda por/con la memoria?
¿Esas alamedas que bien sentenció Allende servirían para “que camine el hombre
nuevo”? Esas son pues las respuestas que fundan la alegría, aquellas que
susurran que el infame delimitador de primaveras, no tiene mayor destino que el
olvido. Y que, en cambio, la memoria de Salvador Allende pasará, con amor, de
generaciones en generaciones. Esta generación que de varias formas llegará por
primera vez al Congreso chileno, lejos de resabios dictatoriales y con la
memoria en paz, es la mejor muestra de ello. De que Salvador Allende tenía
razón.
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