Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Conflicto
en Siria
Por:
Susana Merino
Tal vez este título suene un
poco tosco y aún más, hasta pasado de moda, pero su sentido acudió a mi memoria
como una fiel representación de las terribles circunstancias que nos están
encaminando hacia una nueva y tal vez inimaginable conflagración bélica.
Circulan por el mundo,
cabalgando en los cada vez más poderosos “mass media” y en las redes
informáticas las más variadas y disímiles conjeturas sobre los motivos que
justificarían una intervención militar extranjera en Siria de la OTAN, de
los EE.UU y sus aliados, de no importa quién fuese el agresor, pero todas
ocultan, como la milanesa, la feta de carne, que es su componente básico,
la verdadera razón de esa eventual pero cada vez más acuciante amenaza.
La feta de carne es la
industria bélica y su insistente y aceitado lobby, cuya influencia en el poder
político estadounidense no deja de acrecentarse. Poco importa que la guerra se
haga en nombre de la democracia y contra las dictaduras que ayer no más
estuvieron asociadas a los intereses occidentales o aliándose con los
terroristas de Al Qaeda, enemigos en Mali, bienvenidos en Siria… Si empanamos
la carne, todo quedará apeteciblemente encubierto y nuevamente se embaucará a
la sociedad mundial con unos pretextos sin embargo cada vez más indigeribles.
Podremos culpar al presidente
estadounidense, este o a cualquier otro en su lugar, cuya responsabilidad trata
de diluir en consultas al Congreso, pero lo que realmente cuenta es la presión
de carácter permanente que ejerce la industria militar estadounidense y en
alguna medida también la francesa, cuya importancia relativa no es menor. La
conclusión es simple, demasiado simple y tan obvia que es inútil seguir
buscando cinco patas al gato: mientras se fabriquen armas habrá que venderlas,
habrá que renovarlas, habrá que usarlas…
Y en los EE.UU. es tal la
envergadura, el desarrollo tecnológico alcanzado en el “arte de matar”, el
inconmensurable rédito que genera y las estructuras montadas para justificarlo
que unas pocas menciones bastarán para demostrar la casi imposibilidad de
intentar formas de disuasión que puedan alcanzar resultados positivos. Por un
lado está el Instituto para el Estudio de la Guerra, formado por expertos que
elaboran las estrategias (y sus justificaciones) frente a los distintos
escenarios posibles y que no dejan de insistir en que “hay que guerrear más”.
Un instituto financiado, qué duda cabe, por las corporaciones bélicas más importantes
del país, constructoras de aviones y portaaviones, de bombas guiadas, de
misiles tierra-aire Patriot, Tomahawk, armas de superficie JSOW, aunque estas
últimas según su fabricante son bastante económicas porque no superan el medio
millón de dólares cada una mientras que el costo de un misil Tomahawk puede
llegar al millón, ¡una bicoca! ¡Aunque deberíamos tener en cuenta que no es
reusable!
Pero no son las instituciones
públicas como el Consejo de Seguridad nacional o el Centro de Política
Internacional o privadas como el mencionado Instituto las que mayor presión
ejercen sobre las decisiones gubernamentales sino el sistema de lobbies cuya
influencia va desde los niveles comarcales y estatales hasta el Congreso
nacional sin distinción de partidos, demócratas o republicanos, lo mismo da.
Un sistema curiosamente
admitido, aceptado y tolerado por el país que pregona y hace gala en el mundo
de su ejemplaridad democrática. Un sistema que mueve millones de dólares,
cifras que según algunas estimaciones pueden llegar hasta los 100.000 millones
anuales y que van a parar indefectiblemente al bolsillo de los políticos y a
sus campañas electorales, una inversión astutamente calculada sin embargo
porque a través de ella es como la corporación militar industrial obtiene
contratos por muchos más millones de dólares de los que destina a ese tipo de
erogaciones y consigue que los presupuestos bélicos se mantengan en sus más
altos niveles. Todo un sistema legal de coimas, aceptado y consagrado por un
sistema político que en países “subdesarrollados” como los nuestros se ve y se
considera delictivo.
Por otra parte, no son pocas
las solapadas amenazas que el actual presidente está recibiendo de la industria
bélica relacionadas con los posibles recortes del presupuesto militar, por las
que le informan de que miles de operarios se quedarían sin trabajo si se
concretan esos propósitos, suspensiones que se podrían anunciar,
vaya coincidencia, a principios de noviembre en circunstancias en que se
inicien los comicios en los que Obama deberá jugarse la reelección.
Todas esas amenazas tienen su
principal origen en la reciente decisión de Obama de disminuir un 23% el
presupuesto destinado a operaciones bélicas debido a la finalización de la
campaña de Irak y a la prevista salida de Afganistán. Decisiones que por lo
visto causan profundo escozor en los fabricantes de armas y que los ciudadanos
estadounidenses, por evidente desinformación, no están apoyando
suficientemente.
No hace mucho tiempo cuando
arreciaron (y se incentivaron) los rumores de un conflicto entre las dos
Coreas, los “señores de la guerra” (creo que son los fabricantes de armas los
que verdaderamente merecen ese nombre), bailaron entusiasmados y se activó la
venta de sus equipos bélicos en la región, momentáneamente esfumada esa
posibilidad todas las miradas se dirigen ahora otra vez al Medio Oriente, hacia
donde ha zarpado desde alguna de las 737 bases militares que oficialmente
tienen los EE.UU. en el orbe, y ya se halla navegando despreocupada aunque
sigilosamente por el mar Rojo, alguna fragata estadounidense.
En síntesis, no se trata ya de
la menor o mayor opresión de un gobernante, tampoco de las ansias democráticas
de los pueblos, de la búsqueda de la independencia o del desarrollo económico
autónomo de un país, todas y cada una de esas circunstancias “adecuadamente
aderezadas y difundidas” por la prensa internacional se convierten en el mejor
caldo de cultivo para atizar el más grande, ignominioso y artero negocio del
mundo: la fabricación de armas, proyectiles e infraestructura conexa: esa es la
verdad de la milanesa.
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