Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
El
lunes 21 de agosto el presidente estadounidense Donald Trump, durante su
discurso en Fort Myer, Virginia, anunció el inminente envío de tropas a
Afganistán, cambiando abruptamente la dirección de sus promesas de campaña.
Trump con ánimo triunfalista dijo: “Nuestras tropas lucharán para ganar e
impedir que los talibanes se apoderen de Afganistán y detener los ataques
terroristas contra Estados Unidos antes de que surjan”. En el discurso Trump
mencionó la palabra “victoria” cuatro veces y “derrota” (del enemigo) siete,
pero no aclaró el cómo.
Varios
legisladores ultraderechistas incluido el influyente John McCain, se quejaron
de lo demorado de decisión de Trump respecto a Afganistán.
Este
cambio de enfoque en su política exterior, está íntimamente vinculado a la
renuncia de Steve Bannon, un ultra derechista anti-establishment, figura
fundamental en la victoria electoral de Trump e ideólogo del “Estados Unidos
primero”, director del influyente sitio Breitbart News. Crítico de las
intervenciones militares de George W. Bush y Barack Obama, Bannon debió
renunciar el jueves 17, una vez que Trump, ya tenía decidido su acción sobre
Afganistán.
Bannon,
eyectó del gobierno tras una sangrienta interna con el general James Mattis, el
jefe del Pentágono, veterano de Afganistán y a quien no por nada llaman el
“perro loco”, y el secretario de Estado Rex Tillerson, quienes apuestan a una
intervención abierta para resolver la cuestión afgana, en la que, después de 16
años de invasión, más de 700.000 millones gastados y 2600 bajas americanas, el
fundamentalismo se encarna cada día con más fuerza.
Bannon
era de la idea de usar “contratistas” (mercenarios) para sustituir a la tropa,
y concentrar toda la atención en “la guerra económica con China”. Erik Prince,
fundador de la siniestra Blackwater, se ofrecido a enviar a 5500 de sus
contratistas.
Con
esta decisión, Trump traiciona a una importante parte de su electorado, quizás
la más deprimida económicamente y a la vez la más castigada por las últimas
guerras exteriores de Estados Unidos.
Una
reciente investigación donde se coteja la relación entre las tasas de muertos y
heridos en los estados y los condados en las guerras de Irak y Afganistán y el
apoyo electoral, marca una preponderancia del voto hacia el magnate. Tres
estados: Michigan, Pensilvania y Wisconsin, donde las comunidades rurales,
empobrecidas y de bajo nivel educativo, son claves para su triunfo. Estos han
sufrido directamente los costos humanos de la guerra y que podrían volver a
sufrirlos más de darse una nueva escalada bélica en Afganistán, en estos
sectores Trump se impuso con amplia mayoría, lo que sin duda afectaría el voto
de 2020 para su reelección.
La
retórica utilizada por Trump, para este nuevo impulso guerrista, es obvia, y
remanida, mientras lo que no menciona es que estratégicamente Estados Unidos
necesita, de manera desesperada, un lugar donde hacer pie en Asía Central, para
equilibrar la fuerte influencia China en la región, en la que Pakistán se ha
convertido en un vector fundamental para su estratégica nueva ruta de la seda,
por lo que Beijín lleva invertido cerca de 50 mil millones dólares. No por nada
en su discurso del lunes, Trump llamó a India, enemigo jurado de Pakistán, a
participar en la reconstrucción de Afganistán.
La
Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), liderada por China y que reúne a
Rusia, las repúblicas de Asia Central, India y Pakistán, representa una fuerte
amenaza, político, militar y económica que podría borrar de la región a los
intereses norteamericanos y si a esa se le suma la Organización del Tratado de
Seguridad Colectiva (OTSC), podría extender su influencia hasta Europa oriental
y el Cáucaso convirtiéndose en un contrapeso a la OTAN.
Por
otra parte, Afganistán se encuentra en una posición vital que permitiría a
Estados Unidos, controlar a las potencias nucleares de la región: China, Rusia,
India y Pakistán. Y nada menos que a Irán, frente al que, en caso de guerra,
los Estados Unidos, podrían crear dos frentes desde Iraq y Afganistán.
Históricamente
se ha repetido que Afganistán era un país que prácticamente carecía de recursos
naturales y que el opio, del que es el mayor productor mundial y recurso
fundamental para la guerra del talibán, junto a la miel, eran sus únicas
exportaciones. Aunque las exploraciones geológicas emprendidas por Estados
Unidos desde 2001 han dado como resultado que sólo en la cuenca del río Amu
Daria, se calcula que existen yacimientos de entre 500 y dos mil millones de barriles de crudo,
además de importantes reservas de cobre, oro,
hierro, cromo, gas natural, y piedras preciosas y semipreciosas.
El
terrorismo sabe esperar
Trump
sabe que enviar nuevamente tropas a Afganistán (se habla de entre 3500 y 5 mil)
para respaldar a los casi 9 mil soldados norteamericanos que todavía quedan en
el país, significa arriesgarse a quedar empantanado como ya le sucedió a sus
dos últimos antecesores: el Reino Unido y la Unión Soviética.
El
pueblo afgano conoce muy bien que es la guerra, los británicos han sufrido una
de las sangrías más terribles desde su época imperial, tras invadir el país en
1839, lo que generó una guerra que duró hasta 1842.
Desde
el Golpe de Estado de 1973, que derrocó al rey Mohammad Zahir Shali, el país
vivió en continuó estado de guerras civiles hasta nuestros días. Tras la
revolución comunista de 1978, conocida como de Saur (Abril), el presidente
Mohammad Najibulláh se vio obligado a solicitar la asistencia de la Unión
Soviética para contrarrestar los ataques de los núcleos más conservadores de
las tribus dominantes como los pastush, lo que desembocó en una guerra de más
de diez años y que dejó un millón y medio de muertos y 6 millones de
desplazados. Vencido Najibulláh estalló una guerra civil (1993 -1994) entre los
muyahidines pro norteamericanos y los Talibanes aliados de al-Qaeda, Pakistán y
Arabia Saudita. Esa última guerra permitió la llegada de los talibanes al
poder, que sumergieron al país durante siete años en el más absoluto oscurantismo. La invasión norteamericana de 2001 terminó
con el régimen fundamentalista pero desató una guerra que continua hasta hoy y
ha provocado 200 mil muertos.
Washington,
en el marco de la Guerra Fría, utilizó a Pakistán para financiar a grupos como
la Red Haqqani, contra la presencia soviética en Afganistán. La Red Haqqani hoy
es un íntimo aliado del Talibán, tanto que Sirajuddin Haqqani, es el jefe de
operaciones del talibán, a la vez que está considerado como el brazo armado de
la Agencia de Inteligencia Inter-Servicio de Pakistán (ISI), en Cachemira,
contra objetivos hindúes.
El
terrorismo ha protagonizado infinidad de ataques en Afganistán y Pakistán, y
sus impulsores prácticamente son los dueños de las
escabrosas áreas tribales en la
frontera entre ambos países,
impenetrables para un ejército
regular.
Los
talibanes ocupan el 43% de Afganistán, mientras que el Gobierno se sigue
batiéndose en retirada en vastas franjas del país.
Las
bajas del ejército afgano en la primera mitad del año sobrepasan los dos mil,
mientras los atentados en todo el país, incluida la capital, han sobrepasado
todas las cifras de los años anteriores.
Se
calcula que cerca de 400 policías y soldados mueren cada mes, mientras que
algunos regimientos han perdido el 50% de sus fuerzas, debido a las muertes y
las constantes deserciones.
La
guerra civil conlleva a una crisis económica por lo que el gobierno del
presidente Ashraf Ghani depende de la ayuda económica de Occidente, para
mantenerse en el poder. Sin esos aportes el país no podría pagar al Ejército,
ni los sueldos de los funcionarios, las instalaciones médicas y educativas, ni
las telecomunicaciones.

Más
allá de la presencia de una veintena de organizaciones terroristas entre los
que destacan los Talibanes, al-Qaeda, varias versiones del Daesh, Lashkar-e-Taiba y Lashkar-e-Jhangvi, es la
ancestral segmentación clánica y tribal, unas cincuenta en total, la
fragmentación étnica y lingüística de la sociedad afgana: la rivalidad entre tayikos, los uzbekos, los
hazaras y los pastunes, durrani y khilji, y la división entre suníes y
chiíes, lo que no han permitido al país
una unidad para construir un Estado sólido.
La
decisión del Presidente Trump y el anuncio de ampliar las operaciones militares
en Afganistán, si supera el debate parlamentario, hará que las tropas
norteamericanas lleguen sin aviso previo, ya que el presidente se ha cuidado
muy bien de mencionar su estrategia aclarando: “No diré cuándo vamos a atacar,
pero atacaremos”.
Trump
no parece un hombre muy instruido y mucho menos en historia afgana, pero quizás
alguno de sus asesores pueda contarle la leyenda del general británico
Alexander Burnes, quien se preparaba para regresar con su Ejército, sin haber
concretado ninguno de sus objetivos tras la invasión de 1839. Ahí fue cuando Mehrab Khan el emir de Qalat
le advirtió: “Habéis traído vuestro Ejército a Afganistán, pero ¿cómo
pretendéis sacarlo de aquí?”
Guadi Calvo es escritor y periodista
argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia
Central.
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