Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Rafael Archondo
El 23
de junio pasado, el quincenario El Desacuerdo, de tan buena factura, ha
cometido tres violaciones contra la diputada Rebeca Delgado. Ha mellado su
honra, ha juzgado y ventilado su vida privada y la ha discriminado.
En un
escrito titulado ¿Qué será lo que quiere el Negro?, su presunta autora, Paola
Soliz Chávez, desarrolla una hipótesis humillante para explicar las actuales
discrepancias entre Delgado y su partido, el MAS. Soliz afirma que la
disidencia de la parlamentaria se debe a una relación sentimental que ella
habría establecido con un exasesor del MNR en la Asamblea Constituyente. El
ataque estuvo a punto de pasar desapercibido, sino hubiese sido porque la
propia Delgado advirtió que el impreso era distribuido a sus colegas en el
Parlamento. Sólo en ese instante el golpe bajo se catapultó a asunto de interés
general.
Ha
pasado un tiempo excesivo, siete semanas, para que Paola Soliz Chávez rinda
cuentas por la agresión. Pero ella no existe, o la que existe, una beniana con
ese nombre y esos apellidos, ni siquiera se ha enterado del atropello.
“P.S.CH.” es un fantasma o tal vez un pseudónimo, una careta que resguarda a
quien carece de la valentía para salir a debatir al aire libre, sin casamatas.
Los ilustres miembros del consejo editorial del quincenario callan y dilatan el
tratamiento del entuerto con la esperanza de que algún frenesí informativo
despache todo a la fosa del olvido. No habría que permitirlo.
Al
margen del grado del poder político acumulado o no de nuestra adorable
afiliación étnica, los bolivianos conservamos aún tres derechos inviolables.
Usted y yo gozamos de la prerrogativa a un buen nombre, a la intimidad y a no
ser discriminados. Nacemos con una honra y sólo si cometemos una tropelía o un
delito podríamos perderla. Nacemos también con la posibilidad de cerrar
nuestras cortinas, recluirnos en el “oscurito”, y hacer allí lo que mejor nos
plazca, siempre y cuando no sea ilícito y no lastime a otras personas. Y
nacemos también con el derecho a participar en el debate público usando
argumentos, ante lo cual esperamos que nos incomoden otros argumentos. Nadie
puede menoscabar el derecho a disentir utilizando como tarjeta roja una
decisión que hemos tomado en la vida íntima o subrayando un rasgo de nuestra
imperfecta anatomía.
¿Cuándo
sabemos que alguien es discriminado? Propongo una medida simple, una
especie de discriminógrafo elemental: ello ocurre cuando a alguien se le niega
un derecho que todos poseen, utilizando una decisión asumida en el santuario de
la vida íntima o un rasgo que no puede ni tiene por qué ser modificado.
Si yo
decido, en uso de mi privacidad, enamorarme de alguien, esa no puede ser razón
para invalidar mis ideas. Si yo decido elegir como pareja a alguien de mi mismo
sexo, no habría motivo para dudar de la propiedad de mis convicciones; y si
decido invertir mis afectos en alguien que no coincide con mis postulados
ideológicos, sólo se me puede desear suerte en las controversias domésticas.
Ojalá haya valor y entereza para arreglar “El Desacuerdo”.
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