Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Immanuel Wallerstein
Al
persistente nuevo levantamiento en Turquía le siguió uno aún más grande en Brasil,
que a su vez fue seguido por otro menos difundido, pero no menos real, en
Bulgaria. Por supuesto, no fueron los primeros, sino meramente los más
recientes en una serie en verdad mundial de tales levantamientos en los últimos
años. Hay muchas formas de analizar este fenómeno. Los veo como un proceso
continuado de lo que comenzó como la revolución-mundo de 1968.
Con
toda seguridad, cada levantamiento es particular en sus detalles y en la
compenetración interna de las fuerzas en cada país. Pero hay ciertas
similitudes que deben apuntarse, si es que pretendemos hacer sentido de lo que
está ocurriendo y decidir lo que deberíamos hacer todos nosotros como
individuos y como grupos.
El
primer rasgo común es que todos los levantamientos tienden a empezar con muy
poco –un puñado de gente valerosa que se manifiesta en torno a algo. Y luego,
si prenden, lo cual es en gran medida impredecible, se vuelven masivos.
De
pronto no es sólo el gobierno que está bajo asedio sino, hasta cierto punto, el
Estado como Estado. Estos levantamientos son una combinación de aquellos que
llaman a remplazar al gobierno por uno mejor y aquellos que cuestionan la mera
legitimidad del Estado. Ambos grupos invocan la democracia y los derechos humanos,
aunque las definiciones que brinden de estos dos términos sean muy variadas. En
general, la tonalidad de estos levantamientos comienza del lado izquierdo de la
arena política.
Por
supuesto, los gobiernos en el poder reaccionan. Cada uno intenta reprimir el
levantamiento o intenta apaciguarlo con algunas concesiones, o intenta ambas
respuestas. Con frecuencia la represión resulta, pero en ocasiones es
contraproducente para el gobierno en el poder, y atrae más gente a las calles.
Las concesiones funcionan con frecuencia, pero algunas veces son
contraproducentes para el gobierno, y conducen a que la gente en la calle
escale sus demandas. Hablando en general, los gobiernos intentan la represión
más que las concesiones. Y, por lo general, la represión tiende a funcionar en
un relativamente corto plazo.
El
segundo rasgo común de estos levantamientos es que ninguno continúa a gran
velocidad por demasiado tiempo. Quienes protestan se rinden ante las medidas
represivas. O se ven cooptados, hasta cierto punto, por el gobierno. O los
desgasta el enorme esfuerzo requerido para las manifestaciones continuadas.
Este desvanecimiento de las protestas abiertas es absolutamente normal. Esto no
indica el fracaso de las mismas.
Ése
es el tercer rasgo común de los levantamientos. Sea como sea que llegue a su
fin, nos brindan un legado. Han cambiado en algo la política del país, y casi
siempre para mejorar. Han puesto en la agenda pública un asunto importante,
como por ejemplo las desigualdades. O han incrementado el sentido de dignidad
de los estratos bajos de la población. O han incrementado el escepticismo en
torno a la verbosidad con la que los gobiernos tienden a enmascarar sus
políticas.
El
cuarto rasgo común es que, en todos los levantamientos, muchos de los que se
unen, en especial si se unieron tarde, no lo hacen para profundizar los
objetivos iniciales, sino para pervertirlos o para impulsar hacia el poder
político a grupos de derecha, diferentes de quienes están en el poder pero de
ningún modo gente más democrática o que impulse los derechos humanos.
El
quinto rasgo común es que todos se ven embrollados en el forcejeo geopolítico.
Los gobiernos poderosos fuera del país en el que ocurre el desasosiego trabajan
duro, aunque no siempre con éxito, para ayudar a que los grupos que le son
favorables a sus intereses se hagan del poder. Esto ocurre con tanta frecuencia
que, por ahora, una de las cuestiones inmediatas acerca de un levantamiento
particular es siempre, o debería ser siempre, cuáles serán las consecuencias
para el sistema-mundo como un todo. Esto es muy difícil, dado que las
consecuencias geopolíticas potenciales pueden conducir a que alguien quiera ir
en dirección opuesta a la inicial dirección antiautoritaria.
Finalmente,
recordemos que en esto, como en todo lo que ocurre ahora, estamos en medio de
una transición estructural que va de una economía-mundo capitalista que se
desvanece a un nuevo tipo de sistema. Pero ese nuevo tipo de sistema podría
resultar mejor o peor. Ésa es la real batalla en los próximos 20-40 años, y el
cómo nos comportemos aquí, allá o en todas partes deberá decidirse en función
de esta importante batalla política fundamental a nivel mundial.
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