Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Mohamed
Morsi y la cúpula del ejército egipcio, con el Coronel General Abdul Fatah al
Sisi a su derecha. Fotografía: Reuters.
"El
pueblo es el gran desconocido"
Omar
Robert Hamilton, cineasta egipcio. 10 de julio de 2013, Mada Masr
Egipto
lleva ya más de tres años de revolución, término que allí ha venido alejándose
de su acepción restringida de insurrección para acercarse a otras más
radicales. Las históricas manifestaciones del 30 de junio fueron aún más
multitudinarias que las de finales de enero de 2011. Ninguna de las revueltas
populares que se vienen sucediendo en los últimos años en diversas partes del
mundo iguala lo que allí está sucediendo. Al exigir la destitución del
presidente electo Mohamed Morsi, millones de egipcios rompieron en pedazos el
guión de lo que debería ser una transición según los cánones de la ortodoxia
política liberal: gobierno provisional, convocatoria de elecciones, reforma o
nueva constitución, gobierno legitimado por las urnas y ungido por las
instituciones financieras internacionales, progresiva desmovilización de las
multitudes. La tragedia de Morsi, y la de los Hermanos Musulmanes, consiste en
haber llegado demasiado tarde y haberse aferrado a la representatividad para
llevar a cabo su programa identitario y conservador en un momento en que las
multitudes insisten en que aquélla no es suficiente. En este sentido, podría
decirse que ha dejado perder una oportunidad histórica.
Este
contexto revolucionario, el continuado enfrentamiento popular contra la fachada
visible del Estado (la columna vertebral del mismo continúa siendo el
ejército), es la diferencia fundamental entre el golpe de estado
"preventivo" de 11 de enero de 1992 en Argelia y golpe el realizado
el 3 de julio de 2013 por los militares egipcios. A diferencia de Argelia, en
Egipto el golpe se produjo además tras un año de gobierno de los islamistas.
Esta es también la razón por la cual todavía es posible evitar el abismo.
Las
protestas nunca remitieron del todo tras la caída de Hosni Mubarak, pero en los
meses que precedieron al derrocamiento de Morsi Egipto vivió una de las mayores
oleadas de huelgas (organizadas al margen de los sindicatos oficiales) y
manifestaciones que ha conocido, con participación de un amplio espectro
social.
Tipos
de protesta producidas en 2012, según el Centro Egipcio por los derechos
sociales y económicos (ECESR). Clicar para ampliar.
Hay
que tener en cuenta que muchas personas habían votado a Morsi como mal menor,
para evitar que saliera elegido Ahmed Shafik, un hombre de Mubarak (Morsi
obtuvo 13 millones de votos en la segunda vuelta, pero 5,7 millones en la
primera). Aunque las motivaciones son plurales y varían según los grupos, en el
rechazo al gobierno de los ikhwan (término empleado para referirse a los
Hermanos Musulmanes) predominaron las mismos agravios que provocaron las
movilizaciones contra Mubarak, que suelen resumirse en "pan, libertad y
justicia social". Como dice el periodista y activista egipcio Hossam
El-Hamalawy, el gobierno de Morsi "era todavía el régimen de Mubarak que
había decidido dejar una parte del pastel a los islamistas. Los militares
pensaron que los islamistas eran los que podían estabilizar las calles",
mediante el apaciguamiento de los suyos y la represión de los demás. El
periodista Wael Gamal habla de una "alianza entre las fuerzas del viejo
Estado en Egipto - que incluye al ejército (...)- y varios empresarios, entre
los cuales había hombres del antiguo régimen. (...) El gobierno de los Hermanos
Musulmanes fue uno en el cual se produjo un golpe contra las demandas
socioeconómicas de la
Revolución del 25 de enero". El Proyecto de
Investigación e Información del Medio Oriente (MERIP) lo sintetizó muy bien en
un excelente editorial:
"ellos
[los Hermanos Musulmanes] nunca intentaron desmantelar la policía de la era
Mubarak, y en su lugar cerraron sórdidos acuerdos con el Consejo Supremo de las
Fuerzas Armadas [SCAF, en inglés] y los diversos servicios secretos. Ni la
libertad ni otras peticiones revolucionarias fueron abordadas - no hubo más pan
que con Mubarak y desde luego no hubo más justicia social. De hecho, los
Hermanos Musulmanes no tenían más ideas económicas que las que heredaron de los
gabinetes neoliberales de Mubarak. Continuaron con el desmantelamiento del
Estado del Bienestar de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y el
capital global.
En
el Parlamento, los Hermanos Musulmanes [N. del T.: por medio del Partido
Libertad y Justicia] aniquilaron la legislación que podría haber introducido
una fiscalidad más progresiva. Rechazaron un borrador de reforma laboral que
hubiera garantizado el derecho a formar sindicatos independientes mediante
elecciones libres en los lugares de trabajo. En su lugar, propusieron “regular”
las huelgas y se alinearon con los empresarios en los paros laborales ilegales
que persistieron tras la expulsión de Mubarak. (...) Los Hermanos Musulmanes
obstaculizaron la demanda popular de “impago de la deuda” del Estado egipcio
debido al carácter "odioso" de gran parte de la misma, es decir, que
deriva de préstamos malversados para apuntalar el aparato represivo. El
gobierno de Morsi ignoró una orden judicial que exigía la revocación de varias
subastas de empresas públicas a precios vergonzosamente bajos y realizadas sin
licitaciones verdaderamente competitivas. Retocaron el Plan "Cairo 2050” que, entre otras cosas,
propone expulsar a los residentes pobres de zonas de alto potencial
inmobiliario en la capital con el fin de dar paso a hoteles de cinco estrellas.
Semejantes planes se encontraron con la oposición enérgica de las
comunidades."
A
lo que hay que añadir la apresurada aprobación de una constitución elaborada
desde arriba y que fue refrendada por apenas una quinta parte de los egipcios.
Esto no quiere decir que las relaciones entre ejército e ikhwan no fueran
precarias, y de hecho determinados sectores del bloque de poder no dudaron en
poner palos en las ruedas al gobierno de Morsi. Cuando en las últimas semanas
quedó claro que los islamistas ya no podían controlar la situación, entonces el
ejército y determinados sectores económicos asociados al mismo amenazaron con
romper la alianza con Mohamed Morsi, en el caso de que las movilizaciones
fueran de una gran magnitud. En realidad fueron aún mayores de lo esperado,
pero en sí mismas las protestas no cogieron a los militares por sorpresa.
Habían sido anunciadas desde abril con la impresionante campaña descentralizada
online y sobre todo offline denominada Tamrud/Tamarrod ("rebelión"),
que va mucho más allá de sus "portavoces" conocidos. Por ejemplo, el
movimiento obrero egipcio se implicó de lleno. La pretensión de que algunos de
los iniciadores de Tamarrod "representan" de algún modo a las multitudes
equivale a decir que la asociación Democracia Real Ya representa al 15M. Que
responsables del antiguo régimen se hayan apuntado de manera oportunista y
puntual al carro de la insurrección popular -que no es lo mismo que decir que
la hayan orquestado- da una idea tanto de su fuerza como de los riesgos
inherentes a cualquier proceso de ruptura.
¿Y
ahora qué? El ejército trata de recomponer la legitimidad del Estado egipcio
concentrando todos los males en el breve gobierno de los Hermanos Musulmanes
(no en sus políticas continuistas) y jugando la carta nacionalista. Ya antes
del 30 de junio, escribe Ola Galal,
"la
mayoría de los canales privados por satélite estuvieron subrayando la
superioridad de la nación egipcia y su pueblo, la valorización del Estado y de
sus instituciones -especialmente el ejército y la policía- y la demonización de
un enemigo, los miembros de los Hermanos Musulmanes, que amenazaban al Estado
nación."
Este
nacionalismo va de la mano de dos amistades peligrosas. Por un lado, un
discurso xenófobo, con sirios y palestinos en el papel de chivos expiatorios,
por su asociación simbólica con el islamismo de los Hermanos Musulmanes (los
rebeldes islamistas, en el caso sirio; Hamás, en el caso palestino), que vuelve
a ser reprimido como antaño. Desde el 3 de julio, un centenar de personas ha
muerto en enfrentamientos entre partidarios armados de Morsi y detractores,
pero también a manos del ejército y policía. Muchas de las víctimas son
simpatizantes del depuesto presidente, sobre todo tras la masacre cometida
frente al cuartel de la guardia republicana el pasado 8 de julio. Por otro
lado, un discurso antiterrorista, que en parte se mezcla con el anterior y con tendencia
a expandirse. La combinación de ambos tiende a degradar a los simpatizantes de
los Hermanos Musulmanes, cerrando la puerta a todo diálogo o negociación, por
ser menos egipcios y terroristas, lo que a su vez abre la vía de una represión
indiscriminada.
Es
decir, las elites político-económicas intentan subsumir simbólicamente la
revolución de 2011 en una versión tecnocrático-neoliberal de la
"revolución" nasseriana "desde arriba" de 1952, depurada de
veleidades panarabistas o tercermundistas. Por este motivo pretenden ampliar la
representatividad. Así, el nuevo gobierno interino bajo la presidencia de Adly
Mansour pretende ser una suma de
identidades predefinidas, cada una con su ministerio: liberales,
conservadores, socialdemócratas, sindicalistas, felul (burócratas de Mubarak -
otra vez), coptos, tres mujeres para que no se diga... aunque finalmente ningún
joven y ningún salafista (pese apoyar el golpe, Al Nour rechazó participar en
el gobierno). Identidades que se subsumen en la superior identidad de la
"milenaria nación egipcia". La continuidad del llamado Estado
profundo queda de manifiesto en el hecho de que varios ministros del gobierno
Morsi repiten cargo, y en particular el ministro de defensa Abdul Fatah Al Sisi
y el de interior.
Sin
embargo, la inmensa mayoría de los egipcios es la que expresó su descontento
por la situación social y económica. Retomando a Wael Gamal, "las fuerzas
sociales que representan estas demandas constituyen el sector más amplio que
existe hoy. Son ellas a las que hay que reconocer el 25 de enero, lo que vino
después, con el amplio movimiento de huelgas, y finalmente el 30 de
junio." (...) "Hay, sin embargo, un problema de representación
política de este sector. No tiene ningún peso en los acuerdos de transición que
se están haciendo."
De
este modo volvemos a las tensiones en torno a la identidad y la representación.
Si los principales contendientes organizados defienden una legitimidad basada
en aquéllas, el proceso revolucionario tiende por el contrario a la proliferación
de las diferencias y a la irrepresentabilidad. Ambas cuestiones continúan, por
medio de una guerra de números, en el centro de la batalla política entre los
Hermanos Musulmanes y la heterogénea coalición de fuerzas que lo derrocó,
especialmente el ejército. Los primeros esgrimen los millones de votos que
obtuvieron en las elecciones presidenciales y legislativas. Los segundos, los
millones de firmas recogidas por Tamarrod y los millones de manifestantes que
concurrieron el 30 de junio, con cifras probablemente infladas pero en todo
caso masivas y equivalentes a los sufragios recibidos por Morsi y el PLJ. Así
se entiende la convocatoria realizada por el general Al Sisi, verdadero hombre
fuerte del gobierno, para este viernes 26 de julio: "Insto a todos los
egipcios honrados a salir a la calle el viernes para otorgarme un mandato para
terminar con la violencia y el terrorismo". Caras conocidas de Tamarrod lo
apoyan. Mientras, los Hermanos Musulmanes han respondido que millones de los
suyos saldrán a las calles y se unirán a los que ya protagonizan sentadas en la
plaza Nahda y otros lugares. Queda por ver si el llamamiento de Sisi es el
inicio de una "guerra popular contra el terrorismo", que incluiría
estrategias de la tensión y prácticas de guerra sucia basadas en la
organización de milicias o comités de autodefensa o si simplemente es una
táctica política para preservar la existencia de un gabinete dividido y frágil.
La
intervención del ejército, garante armado de los acuerdos de Camp David con
Israel y de un corrupto régimen cleptocrático sostenido mediante el
endeudamiento externo (FMI, monarquías del Golfo Pérsico) tiene esta peligrosa
ambivalencia. Su misión es evidentemente contrarrevolucionaria, en la más
genuina tradición gatopardiana: cambiar todo para que lo esencial siga igual.
Pero al mismo tiempo amplios sectores -no todos- de las multitudes egipcias no
han tenido reparos en que intervenga para conseguir la remoción de dos
presidentes -Hosni Mubarak y Mohamed Morsi- sin que por ello el país se haya
vuelto "gobernable".
Son
muchos los interrogantes que continúan abiertos en el convulso proceso egipcio.
Algunos de ellos tienen mucho que ver con preguntas parecidas que se están
planteando actualmente en otros países y regiones. Por ejemplo, la sempiterna
discusión sobre la organización, entre el movimiento y el partido. No hay que
olvidar que los Hermanos Musulmanes constituyen el movimiento político más
antiguo y mejor organizado de Egipto, lo que facilitó su acceso al control del
Estado mediante el PLJ, creado poco antes de las elecciones post-Mubarak. De
poco le sirvió, toda vez que privilegió el compromiso con sus antiguos
oponentes a cambio de dejar de lado el impulso del 25 de enero. ¿Hubiese sido
distinto de haber ganado las elecciones una fuerza articulada de las izquierdas
seculares? Difícil saberlo, pero podemos aventurar que podría haber conocido un
destino similar de haber tratado de acomodar una determinada identidad política
en las estructuras existentes, a costa del calor de la calle.
De
momento, la revolución egipcia sigue abierta, tras haber pulverizado el viejo
debate entre lealtades árabes, egipcias o islámicas, en medio de una crisis
global de la gobernanza neoliberal. Aquí he apuntado algunos elementos para
intentar comprender, pero reconozco que se me escapan muchos más, por no tener
conocimientos de árabe. Las fuentes egipcias en las que me he basado son
personas cosmopolitas que dominan el inglés y se insertan en una peculiar
intersección entre lo global y lo local en esa ciudad global que es El Cairo.
Para completar el cuadro habría que escarbar más, perderse en las callejuelas ,
en los cafés y en las mezquitas. Más allá de Tahrir.
fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/egipto-el-arbol-del-golpe-y-el-bosque-de-la-revolucion
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