Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Atilio Borón
Por más
que se lo suela poner en cuestión, todo acuerdo económico es a la vez un
compromiso político. El pensamiento neoliberal presenta sus opciones políticas
(por ejemplo, promover un modelo económico que enriquece a los ricos y espolia
a los pobres) como si fueran el resultado de un cálculo técnico o de una
racionalidad abstracta, cuando lo cierto es lo contrario.
Lo
anterior vale tanto para los acuerdos sellados en el plano doméstico como en el
internacional. Por eso no puede causar sorpresa la provocación en que incurrió
el gobierno de Juan M. Santos —ahora dice que todo fue un “malentendido”— al
recibir al perdidoso candidato de la derecha venezolana, Henrique Capriles. Al
hacerlo, el presidente colombiano le confirió legitimidad a sus escandalosas
denuncias —refutadas por sucesivas auditorías practicadas sobre los resultados
electorales del 14 de Abril— y se alineó irresponsablemente con el líder del
ala fascista y más radical y golpista de la derecha venezolana.
¿Sólo con
ésta? No, porque la estrategia de desgaste del antichavismo no es creación
original venezolana sino expresión de las directivas que emanan desde
Washington para concretar su proyecto destituyente y tratar de borrar al
chavismo de la faz de la tierra. Por eso la Casa Blanca continúa sin reconocer
la legalidad y la legitimidad del triunfo de Nicolás Maduro en las pasadas
elecciones presidenciales. El empecinamiento del insólito Premio Nobel de la
Paz no es inquina personal sino el meticuloso cumplimiento del proyecto de
reversión de la correlación internacional de fuerzas en el hemisferio que en el
2005 provocara el naufragio del ALCA en Mar del Plata. Componente fundamental
de ese proyecto es el permanente acoso, la deslegitimación y la
desestabilización de los gobiernos bolivarianos y progresistas de la región. El
sueño imposible del imperio es restablecer en Latinoamérica una situación
anterior a la Revolución Cubana, cuando las órdenes de la Casa Blanca eran
obedecidas sin chistar por los gobiernos de la región. Este es el sentido
fundamental de la tan publicitada y alentada Alianza del Pacífico conformada
por México, Colombia, Perú y Chile, que a instancias de Washington organizó
nada menos que siete Cumbres en poco más de un año. El objetivo de este
hiperactivismo diplomático es principalmente político y, en menor medida,
económico. Lo primero, porque pretende rehacer el mapa sociopolítico regional
acabando con los gobiernos de los países del ALBA e inclusive con sus aliados,
como los de Argentina y Brasil, “cómplices” según Washington de la derrota del
ALCA. Y en lo económico, porque la AP es la más importante pieza de la
contraofensiva imperialista destinada ahora, ya mismo, a concretar un ALCA con
otro nombre y, a la vez, para potenciar el papel de “caballos de Troya” que
Washington les tiene asignados a los gobiernos de la AP para socavar desde
dentro a proyectos que suscitan el visceral rechazo de la Casa Blanca como la
UNASUR, la CELAC y, en menor medida, el Mercosur. No sorprende que los
gobiernos y políticos más reaccionarios del continente, ¡y los de Europa!
compitan entre sí para ver quién entra primero a esa alianza concebida y
orquestada por los Estados Unidos para defender sus propios intereses
utilizando a sus peones latinoamericanos y europeos. ¿Qué sentido tiene que
países como España, Australia, Uruguay y Japón, que hoy día tienen el estatus
de observadores, hayan declarado que solicitarán su adhesión para convertirse
en miembros plenos de la AP durante el 2013.” Australia y Japón, ¿necesitan de
este instrumento norteamericano para vincularse con el nuevo centro de gravedad
de la economía mundial que se halla, precisamente, en su entorno inmediato, o
es que se trata de dos países sometidos militar, económica y diplomáticamente a
la voluntad de la Casa Blanca y que por lo tanto actúan según se les ordena?
Claro está que este engendro norteamericano, del cual Santos es el principal articulador (recordar que la última y fundamental reunión se hizo el 22/23 de Mayo en Cali) requiere de sus protagonistas una abyecta sumisión a los edictos y las prioridades imperiales. Para la Casa Blanca hoy nada es más importante que aprovechar el momentáneo desconcierto provocado por la muerte de Hugo Chávez para reordenar lo que el Secretario de Estado John Kerry denominara —en una expresión que por su carácter despectivo había caído en desuso— al “patio trasero” de Washington. Y Santos obedeció el mandato y recibió a un desprestigiado político amparado por lo peor de la derecha latinoamericana y europea —principalmente el corrupto Partido Popular de España, cuyo jefe en las sombras es José M. Aznar— y culpable de haber instigado actos criminales que culminaron con la muerte de once chavistas y más de un centenar de heridos amén de la destrucción de numerosos centros de salud y oficinas públicas. El objetivo de la gira latinoamericana de Capriles es desprestigiar al gobierno de su país a cualquier precio, inclusive deteriorando las ya de por sí difíciles relaciones colombo-venezolanas. Pero Washington hace saber a sus clientes que no hay límites éticos ni escrúpulos de ningún tipo a la hora de aislar al gobierno de Venezuela, caracterizándolo como un “estado canalla” y debilitarlo para facilitar su indefensión ante los ataques de Washington. Para ello se combinarán estrategias de hipócrita seducción —Joe Biden bendiciendo a Brasil como potencia ya “emergida” pero sin hablar de que es el país al cual EEUU ha rodeado con más bases militares en toda Latinoamérica— con otras más brutales, como las que seguramente habrá comunicado Roger Noriega en su viaje a Colombia al presidente Santos, y con iniciativas como las de la AP, que dados sus objetivos y extraordinaria movilización de recursos sería muy peligroso no tomar seriamente en cuenta. Todo indica que el pueblo y el gobierno venezolanos son plenamente conscientes de esta amenaza, y están preparados para resistir y no sólo eso, sino también prevalecer. Saben que contarán con la solidaridad militante de la mayoría de los pueblos y los gobiernos de Nuestra América que con sus luchas derrotarán esta nueva tentativa de establecer un ALCA, ahora con otro nombre. En el nauseabundo contexto internacional arriba señalado cabe destacar el honroso gesto del presidente Rafael Correa que, por boca de su Canciller, hizo saber que Ecuador jamás recibiría a Capriles.
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