Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por Azanza Telletxiki
A principios de los cincuenta, el panorama político
de la sociedad cubana vivía un vacío ético alarmante. El 10 de marzo de 1952 y
mediante un golpe de Estado apoyado por la CIA, Fulgencio Batista se hizo con
el poder derrocando a Carlos Prío Socarrás. Para justificar su golpista
intervención, Batista alegó que Prío tenía sumido al país en la bancarrota,
donde las drogas y el juego eran elementos habituales en el diario acontecer de
la Isla –en realidad, Prío fue eliminado de la escena política cubana porque se
estaba distanciando de los intereses del gobierno yanqui, no a favor del pueblo
sino de su propio bolsillo-. Aunque aquella afirmación era cierta, el nuevo
lacayo del imperio norteamericano –nuevo relativamente, porque entre 1940 y
1944 presidió por primera vez la República- no hizo otra cosa que agravar la ya
caótica situación de la población cubana que, de manera ilegal, gobernó hasta
el primero de enero de 1959, día en que, junto a sus más estrechos
colaboradores, huyó del país cargado de dinero público. Cabe recordar que
Batista derogó la Constitución de 1940 e intentó, en vano, legalizar la
situación política creando unos “Estatutos Constitucionales”.
Con estos antecedentes, el año del centenario del
natalicio de José Martí -1953- se presentaba nada halagüeño. Parecía que el
Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría
para siempre, ¡tanta era la afrenta! –expresó Fidel en su alegato “La historia
me absolverá-. Pero ese mismo año sucedió algo de suma importancia en Cuba que
frenó la caída en picado, produciéndose, a partir de entonces, un ascenso moral
y cultural de amplio alcance social; me estoy refiriendo al asalto a los
cuarteles Moncada de Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo. El
asalto al Moncada –segunda fortaleza militar del país por aquel entonces-
supuso la respuesta necesaria al golpe de Estado, y, además, la heroicidad de
los combatientes repercutió de manera decisiva en la situación política y
social de toda la Isla. Los asaltantes no obtuvieron la victoria militar, pero
sí, sin duda, una victoria política muy importante, ya que con la gesta había
surgido un movimiento cuya trascendencia ética y política era incuestionable.
Sin embargo, la victoria política no llegó exenta de grandes sacrificios.
Era domingo de carnaval aquel 26 de Julio de 1953
en Santiago de Cuba cuando, de madrugada – a las 5 y 15 a.m.-, un grupo de
ciento setenta y cinco jóvenes de la llamada Generación del Centenario, a las
órdenes de Fidel Castro, inició el asalto. El objetivo del mismo era requisar
el armamento para, posteriormente, convocar a la huelga general en todo el país
y leer el último discurso de Eduardo Chibás. Raúl Castro y su grupo llegaron a
tomar el Palacio de Justicia, como estaba previsto, y Abel Santamaría, con el
suyo, hizo lo propio con el Hospital Civil, sitos los dos edificios junto al
cuartel. Pero un accidente imprevisible hizo que el grupo de Fidel no pudiera
tomar la fortaleza. Aquella calurosa mañana, la fatalidad quiso que la mejor
arma que poseían los revolucionarios –el factor sorpresa- quedara neutralizada
al toparse con una pareja de la llamada “guardia cosaca”. A pesar de ello, la
supremacía correspondió a los asaltantes, quienes causaron al ejército treinta
bajas, de ellas once muertos y diecisiete heridos. Pero el Moncada acogía en su
interior a más de mil soldados de la tiranía, contra los que, eliminado el
mencionado factor sorpresa, poco o nada se podía hacer. De modo que los revolucionarios
optaron por retirarse, luego de combatir durante dos horas y cuarenta y cinco
minutos, aproximadamente.
En caso de no poder tomar el cuartel, la consigna
era retirarse a Siboney para, desde allí, procurar llegar a las montañas de la
Sierra Maestra y proseguir la lucha. Pero tampoco la retirada resultó de manera
satisfactoria. Muchos fueron detenidos y posteriormente asesinados, unos pocos
lograron escapar y salir al extranjero, otros, perseguidos por las fuerzas
represivas, fueron detenidos días después, sometidos a juicio y condenados a
prisión.
Fidel fue capturado el primero de agosto en las
estribaciones de la Gran Piedra por una patrulla militar al mando del teniente
Sarría que, siendo una excepción en aquel ejército, se negó a entregarlo al
comandante Pérez Chaumont, conduciéndolo al Vivac santiaguero para presentarlo
ante los tribunales. El comportamiento del teniente Sarría salvó, sin duda, la
vida del jefe del asalto. Anteriormente, en el momento de la detención, Sarría
tuvo que poner freno a los guardias de su patrulla, ya que estos querían
asesinar a todo el grupo de detenidos, a Fidel entre ellos. ¡Las ideas no se
matan!, hubo de expresar repetidas veces el teniente para persuadir a sus
agresivos subordinados.
La represión desatada por los tiranos contra los
asaltantes fue de lo más salvaje que uno puede imaginar; para probar esta
afirmación sobran los ejemplos. Apresados tras el asalto, a Abel Santamaría le
sacaron los ojos y a Boris Luis Santa Coloma –hermano y novio de Haydée
Santamaría respectivamente- le arrancaron los testículos. Una veintena de
combatientes –entre los que ellos se encontraban- fueron sacados con vida del
Hospital Saturnino Lora y trasladados por los soldados de la tiranía al
asaltado cuartel, donde por orden de Batista –éste ordenó matar a diez
prisioneros por cada soldado muerto- fueron salvajemente torturados y
asesinados. En ese mismo hospital cumplieron su misión Haydée Santamaría y
Melba Hernández, quienes igualmente fueron detenidas y llevadas al Moncada.
Estas dos mujeres fueron testigos de excepción de la masacre allí cometida. Si
no las ultimaron a ellas también fue porque un fotógrafo, que acompañaba a la
periodista Marta Rojas, simuló hacerles una fotografía -no tenía película en la
cámara- y, regándose la noticia de que en el cuartel había dos mujeres
detenidas, los soldados ya no podían presentarlas como muertas en combate. A
otros compañeros los asesinaron en el Hospital inyectándole en las venas aire y
alcanfor. Pedro Miret sobrevivió y, en el transcurso del juicio, denunció el
hecho.
Después, los cadáveres de algunos combatientes
fueron dispersos por diferentes lugares del cuartel. A otros los arrojaron en
las proximidades de El Caney y Siboney… también de Songo y La Maya, para
simular su muerte en combate.
Los participantes en el asalto al cuartel de Bayamo
no tuvieron mejor suerte. Basta citar un solo ejemplo para mostrar la masacre
allí cometida: Tras ser detenidos, Hugo Camejo y Pedro Véliz fueron ahorcados
atados con una cuerda al cuello y arrastrados por un vehículo en el Callejón de
Sofía, cerca del cementerio de Veguitas. Al igual que a sus compañeros, a
Andrés García Díaz le aplicaron el mismo método asesino. Dado por muerto, éste
sin embargo, sobrevivió y pudo denunciar el hecho.
Nadie duda de los horrendos crímenes cometidos por
los subordinados de Chaviano y Pérez Chaumont –siendo estos, a su vez,
ordenados por Batista-. Existe, además, una prueba irrefutable que los
certifica: De las 70 personas que murieron el 26 de julio y en días posteriores
a manos de la tiranía, sólo ocho cayeron en combate; el resto de los cadáveres,
sin excepción alguna, presentaban signos de evidentes mutilaciones y salvajes
torturas.
Dante dividió su infierno en 9 círculos: puso en el
séptimo a los criminales, puso en el octavo a los ladrones y puso en el noveno
a los traidores. ¡Duro dilema el que tendrían los demonios para buscar un sitio
adecuado al alma de este hombre… si este hombre tuviera alma! Quien alentó los
hechos atroces de Santiago de Cuba, no tiene entrañas siquiera -la cursiva es
de Fidel refiriéndose a Fulgencio Batista y Zaldivar.
Fidel fue separado del resto de sus compañeros y
juzgado en una pequeña sala del Hospital Saturnino Lora, habilitada para la
ocasión. Era 16 de octubre de 1953 y, en su autodefensa, pronunció su alegato
final ya mencionado en estas líneas y conocido como “La historia me absolverá”.
Igual que a todos sus compañeros, un día después fue trasladado al reclusorio
nacional de Isla de Pinos –hoy Isla de la Juventud-. Los meses de prisión no
mermaron un ápice las ansias libertadoras de los revolucionarios, todo lo
contrario; entre sus rejas fueron definiendo su condición ideológica –Martí fue
el autor intelectual del asalto al Moncada- y maduraron el reinicio de una
guerra popular contra la tiranía, trazando estrategias de futuro.
Los moncadistas nunca aceptaron la libertad a
cambio de condiciones previas y deshonrosas propuestas en algún momento por sus
adversarios. Fue la presión de la opinión pública la que, finalmente, consiguió
la amnistía de 1955 para todos los presos políticos, incluidos los
participantes del asalto al cuartel Moncada, materializándose ésta el 15 de
mayo.
Ya en la calle –mientras estuvo preso nunca perdió
contacto con el exterior-, Fidel aceleró el proceso organizativo del
Movimiento, y se creó una dirección nacional. Fue el 12 de junio cuando se
confeccionó la estructura de su aparato dirigente y se adoptó el nombre de
Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
La situación política estaba cada día más tensa.
Fidel era vigilado de cerca por las fuerzas represivas, de modo que, aun
habiendo anunciado al salir de prisión que seguiría en Cuba, decidió marcharse
fuera de la Isla para preparar la insurrección armada. El 7 de julio de 1955,
antes de partir hacia México redactó esta carta:
Me marcho de Cuba, porque me han cerrado todas las
puertas para la lucha cívica.
Después de seis semanas en la calle estoy
convencido más que nunca de que la dictadura tiene la intención de permanecer
veinte años en el poder disfrazada de distintas formas, gobernando como hasta
ahora sobre el terror y sobre el crimen, ignorando que la paciencia del pueblo
cubano tiene límites.
Como martiano pienso que ha llegado la hora de
tomar los derechos y no pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos.
Residiré en un lugar del Caribe.

No es extraño que en Cuba, pues, el 26 de Julio de
1953 sea mucho más que una fecha y que, coincidiendo con ésta, cada año se
celebre el Día de la Rebeldía Nacional. En Cuba saben muy bien a que se tradujo
aquel heroico suceso del Moncada. Por eso en la Isla irredenta, desde entonces,
siempre es 26 de Julio.
publicado en cubadebate.cu el 26 julio de 2009
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