Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por Katherine Fernández
Las
sociedades modernas, ricas o pobres, en su camino hacia el desarrollo, han
aprendido a depositar su confianza en la industria y más aún, a confiarle su
vida misma, fortaleciendo su relación de dependencia y condicionamiento al
consumo de medios de vida y olvidando importantes capacidades, habilidades y
artes autogestionarias.
Un
ejercicio de análisis muy sencillo de nuestro espacio de vida nos hará
encontrar en todas partes productos industrializados, empezando por el propio
cuerpo cubierto de mercancías. Desde las acciones más íntimas hasta las más
públicas, están precedidas y seguidas de un producto industrial, lo cual
configura una forma de vida proindustrial que condiciona nuestro grado de dependencia
que, a su vez, determina nuestra incapacidad individual o colectiva de
proveernos de las diversas utilidades básicas. Si solo analizamos nuestra forma
de alimentarnos, encontraremos que nada hemos producido personalmente, que
hemos desechado las posibilidades de hacerlo, y lo más triste todavía, que al
elegir un alimento industrializado, no sabemos qué cosa estamos comiendo. Ya es difícil decir si es por ingenuidad o
por comodidad extrema.
La soberanía alimentaria
está en remojo
Si
bien la propuesta de soberanía alimentaria elaborada por la Vía Campesina y
celebrada por la FAO, es un concepto circular que involucra a productores y
consumidores, el discurso global solamente habla de producir para vender, pero
nunca de responsabilidades y mucho menos del rol de los consumidores en la
compleja dinámica del sistema alimentario. Este rol en el mercado liberalizado agroindustrial
es igual que el de los obreros de base en una fábrica, o los esclavos del
antiguo Egipto, o incluso los siervos de algún palacio, todos trabajando por un
fin ajeno, a cambio de pequeñas porciones sus propias vidas.

Antisoberania, el plato
nuestro de cada día
En
Bolivia se consumen toneladas de alimentos procedentes de la industria, tanto
de importación legal como de contrabando, expuestos en largas y soleadas ferias
donde los productos no son baratos, una lata leche evaporada Nestlé cuesta Bs
12, eso alcanza para comprar 30 panes, una lata de atún cuesta Bs 15 y alcanza
para una sola persona, un paquete de mantequilla extranjera cuesta Bs 14, la
nacional cuesta la mitad, una lata de cerezas en conserva cuesta Bs 15, siendo
un país con tantas variedades de fruta silvestre, un tarro de leche en polvo de
370 gramos para 4 litros, cuesta Bs 40, teniendo tantas señoras que llevan
hasta la puerta de la casa leche natural a Bs 4 el litro, la mayonesa de 230
cm3 cuesta Bs 9, con su aditivo
conservante E 211 (benzoato de sodio), clasificado como peligroso por el daño
celular que ocasiona, en tablas que la mayoría de los países aplican legalmente.
Y así la lista de alimentación industrial nunca se termina, se renueva. Pero la
gente argumenta que consume pocos alimentos naturales y propios, como los
cereales andinos, las 1700 variedades de fruta, las más de 150 variedades de
papa, las verduras que han inventado colores nuevos de tantas que son, las
leguminosas superiores a la carne, los granos de oro como quinua y amaranto, la
variedad de especias o la miel de abejas, porque dicen que son muy costosas,
solo las paga el turista. Cuando en
realidad las pisoteamos en los mercados barriales de tanto que sobran y de
tanto que las vamos desconociendo.
La
gente en las calles de La Paz declara que en su ingesta diaria siempre apurada,
encuentra con más facilidad carne de pollo, papas fritas, arroz, fideo y
refrescos embotellados, que están reconformando progresivamente la cultura
culinaria. Un estudio de OXFAM, del año 2009 sobre los rubros de gasto
alimentario de los hogares bolivianos, indica que el 20,4% se destina
a pan y cereales, 20,2% a carne, 12,3% a legumbres y 25% al consumo de alimentos fuera del hogar.
El
dato preocupante es que el porcentaje más alto está destinado al consumo fuera
del hogar, lo que indica que la oferta alimentaria de los restaurantes influye
significativamente sobre la elección de comida y si además analizamos el
incremento de locales con pollo frito, encontramos que coincide con el aumento de
consumo pollo de 21 a 36 kilos por persona, por año. Este comportamiento es similar en el campo o
en la ciudad y forma parte de una cadena que tiene que ver con el incremento de
granjas avícolas en Santa Cruz y Cochabamba, que a su vez, demandan alimento
balanceado para aves que contiene soya, siendo que la superficie cultivada en
Bolivia es de 3.1 millones de has., de las cuales la soya ocupa 1 millón, a
costa de ampliación de frontera agrícola y pérdida de bosque amazónico.

El
60% de la soya agroindustrial boliviana se exporta y el restante que se queda
es para el mercado local, pero no para solucionar el hambre boliviana, que es
negociada como parte del paquete que
consigue facilidades agroexportadoras y financiamiento por vía estatal.
Resistencia y liberación
alimentaria
Bolivia
está en el corazón de la ecorregión más
abundante en naturaleza, por lo tanto es la despensa de toda la política
internacional imaginable, transnacional y estatal, así que si no la protegemos desde nuestra misma mesa, cuchara
y cocina, lo perderemos todo en poco tiempo, ya hemos perdido demasiado, un
hecho que nos hace dependientes cada vez más del recetario dietético
monopolizador de la tierra. Nos están ganando el control a través de los precios
de los alimentos, no es posible que una crisis extranjera nos maneje el costo
del pan en el mercado interno, pero a ese colmo hemos llegado. Las
transnacionales de la alimentación están decidiendo el ritmo del mundo, las
armas y las comunicaciones están en segundo lugar. A este paso ellos, que han
creado bancos de conocimiento, nos cobrarán muy caro para enseñarnos pedacitos de
lo que no quisimos escuchar a nuestras abuelas y de lo que tenemos en
abundancia por ahora.
Más
allá de que en Bolivia somos apenas 7 millones y que económicamente no
significa nada para el mundo empresarial nuestro miserable consumo, tenemos que
estar conscientes de que en política sí han impactado nuestras movilizaciones,
alguna vez fuimos Davides frente a Goliat y lo derrotamos. Ahora la lucha está planteada en nuestra
mesa, sin sangre ni balas, decidamos qué comer, exijamos comida de nuestro
dignificante patrimonio y recuperemos la relación directa con la tierra,
enterrada por asfalto y cemento, reaprendiendo a cultivar alimentos y
conocimiento.
La autora es parte de la Asociación
Inti Illimani - Energía solar para la alimentación
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