Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por Luis
Salas Rodríguez
Uno de los mitos más arraigados en las
economías contemporáneas, es aquel según el cual la iniciativa privada es el
motor del desarrollo económico. Es un mito que se reitera tanto en períodos de
auge como de crisis, pero que resulta especialmente problemático y peligroso en
tiempos de declive.
Y decimos que es un mito porque pese a
ser “la joya de la corona” del sentido común económico mediatizado y
academicista -de la sabiduría económica convencional, como diría Galbraith- en
honor a la verdad, nadie ha dado una evidencia sólida que lo respalde. De hecho,
la evidencia disponible demuestra más bien lo contrario.
El caso de los Estados Unidos durante la
Gran Depresión de la década de los 30 del siglo XX, es tal vez el más
emblemático: no fue la iniciativa privada la que sacó al país de la misma, sino
el empuje del Estado Intervencionista de Roosevelt, su New Deal, y luego siguió
gracias al gasto público generado por la segunda guerra mundial. Y lo mismo
puede decirse del caso Alemán. En el caso latinoamericano, los procesos de
sustitución de importaciones de países como Argentina, Brasil o México que los
ayudaron a salir de la crisis causadas por la quiebra del modelo
agroexportador, fueron iniciativas impulsadas y motorizadas desde sus
respectivos Estados. En el caso Europeo, la gestión del Plan Marshall y todo el
empuje de recuperación y reconstrucción post-segunda guerra mundial, fue
impulsado desde y por los Estados.
El ejemplo de China puede no ser muy
representativo en este análisis, pues evidentemente se trata de una economía
dirigida por el Estado, lo mismo que Vietnam. Pero eso no puede decirse de los
casos de Singapur, Taiwán o Corea del Sur, los célebres Tigres Asiáticos,
economías abiertamente capitalistas pero dirigidas por Estados altamente
intervencionistas y protagonistas de la industria e inclusive las grandes
finanzas. El “milagro” de los Tigres Asiáticos es un milagro de origen público.
Ya en el siglo XXI, los ejemplos de que
el desarrollo económico y social es un asunto de Estados intervencionistas, más
que de emprendedores individuales, siguen multiplicándose. Luego de la década
pérdida y la larga noche neoliberal de los 80 y 90 del siglo pasado, la
recuperación alcanzada por países como Venezuela, Argentina, Brasil, Ecuador,
Bolivia, Nicaragua y Uruguay en la primera década del siglo XXI, no se explica
sino por la llegada de gobiernos con vocación de protagonistas económicos. Pero
si hacen falta ejemplos más claros, consideremos de nuevo el de Estados Unidos:
tras el quiebre de la economía global causada por la especulación bancario-financiera,
tuvo que venir el gobierno de George W. Bush y “rescatar” la economía. El
rescate adquirió tal magnitud que solo nominal y legalmente el sistema
financiero podría haberse nacionalizado, solo que el Estado renunció a asumir
el control gerencial por preferencias ideológicas.
Puede decirse de los países escandinavos,
que se han mantenido relativamente al margen de todo el descalabro económico de
la última década justamente gracias al peso de sus respectivos Estados en la
economía. Islandia, una de las naciones europeas más golpeadas por la crisis de
2008 (llegó a declararse en bancarrota y muchos de sus habitantes perdieron sus
casas y ahorros), a contramano del rescate al sistema bancario adoptado como
estrategia para salir de la crisis en Estados Unidos y Europa, optó por dejar
quebrar sus tres principales bancos y el gobierno prácticamente decretó un
estado de excepción económico y asumió las riendas. Hoy día, es de los
poquísimos países del continente europeo que puede presumir de crecimiento y
estabilidad, compartiendo honores con Portugal, otro caso de un país asolado
por la crisis, pero que tras la llegada al poder de un gobierno socialista en
2015 ha logrado salir del atolladero.
Resulta perfectamente entendible por qué,
en la práctica –contrario a lo que reza el mito-, es el Estado y no los
privados el elemento clave de toda recuperación económica. Para decirlo un poco
keynesianamente, en tiempos de crisis, cuando las actitudes defensivas y
egoístas predominan, cuando los privados oscilan entre la especulación que
busca “pescar en río revuelto” o la prudencia del wait and see (esperar
a estar seguros), solo el Estado -cuando tiene la vocación de velar por el
interés colectivo y no el de un sector en particular como el financiero- es
quien puede asumir los riesgos y quien, de hecho, los asume. Cuando los
“espíritus animales” embargan y “desaniman” a los privados, solo el Estado es
capaz de imponer la cordura, de crear las coordenadas bajo las cuales los
comportamientos de tipo hobbsianos, que se imponen como norma de comportamiento
individual, sean reemplazados por procesos que propendan al bienestar común.
Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica
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