Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Elena
Poniatowska
Los
voluntarios traen cascos, buenos zapatos, guantes de carnaza, picos y palas.
De
nuevo, son los jóvenes los primeros en acudir.
En la
calle, el tráfico impide cualquier movimiento, la Marina, el Ejército, ordenan
que se vayan cuando ellos fueron los primeros en llegar.
–Va a
entrar la maquinaria, tienen que irse. Son demasiados.
En
División del Norte con Gómez Farías, 250 jóvenes esperan para ayudar. De
Huixquilucan llegaron 200 brigadistas profesionales, muy bien equipados, con
lámpara en sus cascos. Les dijeron: Váyanse.
Todos
los jóvenes se vuelcan a la calle. Su capacidad de entrega no tiene límites. El
terremoto del 19 de septiembre de 2017, con sus 7.1 grados de magnitud, se
parece al que devastó a la ciudad hace 32 años. El 19 de septiembre de 1985
salieron rescatados de los escombros 4 mil 100 personas, entre ellos varios
recién nacidos. Ahora, han muerto más de 200 personas y sufrimos en la escuela
Rébsamen la tortura del rescate de la niña Frida de la que ya ni siquiera
sabemos si es rescate, si se llama Frida, si de veras existió. A la tortura,
ahora se añade la incertidumbre. No basta sufrir, también el dolor se inflama
como globo que ha de reventar. Pobres padres de familia, alineados en una fila,
alejada del edificio derrumbado, en la espera más espantosa de su vida.
En el
del 19 de septiembre de 2017, aún no tenemos el número cerrado de muertos,
porque sigue ascendiendo y abarca los estados de Puebla, Morelos, estado de
México, Guerrero, Chiapas y Oaxaca (que fueron víctimas de un primer terremoto
el 7 de septiembre). En el de 1985, muchos mexicanos, entre otros Carlos
Monsiváis y yo, vivimos casi tres meses en la calle. Así como lo hace ahora mi
querida Carmen Aristegui, fuimos todos los días, a partir del 19 de septiembre
al edificio caído para entrevistar a familiares dolidos y a jóvenes
brigadistas. En esos días conocí a Evangelina Corona, quien se convertiría en
la secretaria del Sindicato de Costureras, y hablé con mujeres desoladas que
esperaban en la avenida San Antonio Abad a que sacaran el cuerpo de su hija o de
alguna compañera. Casi 40 mil costureras en los edificios de San Antonio Abad y
José María Izazaga se doblaban sobre su máquina Singer en más de 200 talleres
clandestinos. El Ejército llegó a acordonar los derrumbes con gritos de
aléjense, sáquense, no estorben, cuando muchas de ellas podían indicar dónde
estaban los baños, dónde las puertas, dónde el pasillo. Fueron las últimas en
recibir ayuda. Un mes después los cuerpos sólo eran reconocibles por un
anillito, una cadena con una medalla. Evangelina Corona se convirtió en una
líder natural y formó el sindicato de costureras 19 de septiembre. En Los Pinos
se enfrentó al entonces presidente Miguel de la Madrid: ¡No, señor presidente,
está usted muy mal informado, las cosas no son como usted las dice! El gabinete
en pleno, estupefacto, miraba a esta pequeña mujer que con sólo decir la
verdad, los desafiaba.
Raúl
Álvarez Garín montó en un departamento en la colonia Condesa un centro de apoyo
al que podían acudir y ser escuchados quienes se habían quedado sin casa. En
ese momento, Monsi acuñó la frase sociedad civil, y a partir de entonces hasta
la hora de su muerte –el 19 de junio de 2010– habría de dedicarse al análisis
de los movimientos sociales que se organizan en México.
¿Qué
pasa con nuestro gobierno? ¿Quién cuida a los mexicanos? ¿Dónde están los que
mandan y protegen? Aquel 19 de septiembre de 1985, en medio de una nube de
polvo, aparecieron los mexicanos más pobres, vaciaron las tlapalerías de picos
y palas, y empezaron a escarbar. A ver, compadrito, ¿por dónde dice usted que
pasaba su mujer para ir al pan? ¿Por aquí, por esta esquina derrumbada? Venga
vamos a escarbar y le juro que la sacamos con vida. Ahora aparecieron los
mexicanos más jóvenes, los más generosos, más rápidos, más eficaces que el gobierno,
y con una entereza tan contagiosa que nos convencieron de que no estábamos
solos. Verlos pasarse una a una, piedras en una larga y fuerte cadena de brazos
y manos nos aseguró que salvarían vidas entre los escombros.
Ahora,
en 2017, el presidente Peña Nieto sí apareció dando largos mensajes retóricos,
porque así habla él; instruye a su gabinete, ordena y se apersona. Lo he visto
en ocasiones abrazar a alguna mujer en la plaza pública, pero nunca le he oído
un grito verdadero. En 1985, Miguel de la Madrid y su regente Ramón Aguirre,
azorados ante la destrucción, se volvieron cascajo, polvo, varilla al aire.
Llegaron los brigadistas franceses con sus perros y Ramón Aguirre los envió a
dormir cuando ellos están acostumbrados a ir de inmediato al lugar del
siniestro. Tampoco el regente lograba abrirles paso en calles atestadas de
automóviles y de peatones, como ahora, en que todos salimos a ver cómo ayudamos
o, por lo menos, a caminar al lado de otros para sentir su calor y nuestra
pertenencia a esta ciudad que amamos.
A raíz
de 1985 se hicieron nuevos reglamentos de ingeniería, para no poner en peligro
la vida de sus clientes. La pésima construcción en una de las ciudades más
pobladas del mundo (20 millones 843 mil habitantes) y, quizá la más peligrosa,
es la causa de la muerte de muchos. Ahora cayeron de nuevo edificios
construidos tras establecer el nuevo reglamento de 1985. ¿Quién controla?
¿Quién regula la construcción en la Ciudad de México? ¿Quién concede los
permisos? ¿Quién propicia el caos y la inseguridad? ¿Quién la desigualdad?
¿Dónde los servicios sociales? ¿Dónde la protección a los niños? ¿El cuidado de
los peatones? ¿Las rampas, los desniveles, el respeto a los discapacitados?
¿Quién lucha en esta ciudad disfuncional contra la falta de servicios? ¿Quién
palía el hambre? ¿Quién pregunta si estás bien? En 1985, llegaron señoras de
trenza y mandil cargando 350 cazuelas de arroz, 500 de frijoles, agua, mucha
agua de La Merced, de Tepito, de la colonia Guerrero, de la Bondojito: “A ver,
compadrito, vengase pa’ca, lo primero es lo primero y por lo pronto se va a
usted a tomar este té y va a ver que encontramos a su gente”. Ahora, para
nuestro orgullo, los centros de acopio de 2017 están saturados de agua, de
alimentos preparados, de medicamentos (aunque falten algunos muy específicos).
En la televisión es continua la solicitud de herramientas, polines, marros,
costales, botes, cubrebocas, pilas y lámparas, etcétera. Salta a la vista el
agradecimiento generalizado a los jóvenes, los primeros en salir a la calle,
dispuestos a pasarse días y noches con tal de rescatar. En este terremoto de
2017 quienes se la jugaron y están dispuestos a seguir jugándosela son los
mexicanos de todos los días.
Ni una
sola vez he oído mencionar el nombre de Zabludowsky, y en las primeras horas,
el único que cubrió el terremoto fue él. Murió Lourdes Guerrero, ¿recuerdan?
Gracias a Zabludowsky (quien antes se había hecho eco del gobierno el 2 de
octubre de 1968 y declaró que había sido un día normal) México se mantuvo
informado hasta que pudieron restablecerse los más mínimos servicios. Cayó la
central telefónica en la calle de Victoria. Varias telefonistas murieron y 29
desaparecieron. Cayó la torre de Televisa Chapultepec. Lourdes Guerrero informó
exactamente a las 7:19 horas desde su noticiero. Vamos a guardar la calma,
tranquilos, tranquilos. El país quedó cortado del mundo. Fueron los
radioaficionados y los corresponsales quienes nos comunicaron con el resto del
mundo. La radio, la televisión, estaciones como Radio Mil pasaban mensajes a
provincia, Radio Barrilito, La Charrita del Cuadrante, Radio AI, más de 30
radiodifusoras AM y FM, Canal Once, Radio Educación, por iniciativa de los
trabajadores, y Radio Universidad hicieron labor de enlace: listas de
desaparecidos aparecieron pegadas sobre los muros de sus instalaciones. Miles
de fotos tamaño pasaporte, descripciones físicas, letreros escritos a mano en
una hojita rayada: Se peinaba de copete y tenía barritos. Le gustaba usar
tacones y caminaba como pollo espinado. Era muy dormilón. La intimidad al
descubierto como los boquetes en los edificios. ¿Hacia dónde correría la
quinceañera con esos tacones? Los teléfonos sonaban a todas horas, día y noche
y los estudiantes se turnaban para informar, quienes estaban en qué albergue,
en qué calle, por qué puerta se podía entrar y a qué centros de acopio podían
acudir para conseguir cobijas, ropa y, sobre todo, botellas de agua.
Ahora
la información sobrepasó todas las expectativas y el mundo entero se mantuvo al
tanto de lo que nos sucede. Los desastres naturales pueden impulsar a la gente
a la acción política. En 2017, los escombros abiertos evidenciaron el fracaso
de los partidos políticos que no sirven para nada, el abismo entre las clases
sociales, la desigualdad y la injusticia, los funcionarios corruptos que no
escuchan a los ciudadanos más pobres, la inconciencia de los jefazos que
ignoran el peligro, porque ellos siempre están a salvo.
El
escándalo del terremoto de entonces ayudó al descubrimiento de los propios
recursos humanos y llevó al levantamiento de una sociedad civil
sistemáticamente atacada que ha desarrollado a través de los golpes una
capacidad crítica que nadie imaginó. Su coraje viene de lejos. Data de 1968, de
1988 –el fraude salinista y la renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas–, de 1994 con el
levantamiento de los zapatistas que patentizó el olvido de diez millones de
indígenas. La matanza de Acteal el 22 de diciembre de 1997, la de Aguasblancas,
Atenco, Ayotzinapa, Nochixtlán son puntales de las infamias que aún padecemos.
Ya basta, ya no vamos a dejarnos, óiganlo bien, no nos vamos a dejar –exclamó
la joven Yunuhen González, sus ojos empañados, ya no de lágrimas, sino de
coraje.
Después
del terremoto de 1985, muchos cadáveres se reunieron en el ahora centro
comercial que antes fue cancha de beisbol. Al Parque Delta llegó un muchacho
así flaquito, chaparrito, morenito, el típico mexicano que ha tenido que
chambear muy duro, que seguramente vive en una vecindad en una colonia perdida,
con su suetercito demasiado delgado, caray, que gente más desprotegida la
nuestra; de veras, qué desamparo el suyo; de veras que te da coraje ver a la
gente así tan sin nada, contó el entonces estudiante de biología, Antonio
Lazcano. ¿Las cajas?, preguntó: ¿Cómo está lo de las cajas? Para él eran tres
cajas. Las cajas. Quería saber si había que pagarlas, pero, ¿con qué las pagaba
el inocente?
– ¿Ya
identificaste a tu gente?
–Sí,
están ahí, pero, ¿cómo está lo de las cajas?
–No, lo
de las cajas es gratis: ahorita te las damos. ¿Vienes tú solo?
“Venía
por su hermana y por dos sobrinas, una de 14 años y otra de nueve. Preparé los
ataúdes, uno grande y dos pequeños y me di cuenta de que uno tenía dos clavos
salidos, pero dije: ‘Ni modo, no importa’. Después vi cómo el flaquito empezó a
apachurrar con sus tenis los clavos y como no lo logró se puso a doblarlos con
una tabla. Ése solo acto le devolvió toda la dimensión humana a los cadáveres
en el estadio, porque, a las cuatro horas, yo pensaba que lo único real eran
las bacterias, pero para el flaquito, sus cuerpos –aunque estuvieran todos
destrozados eran su gente– y su cadáver tenía derecho a no lastimarse con los
clavos.”
En
México siempre tiembla. El libro Nada, nadie, las voces del temblor es el
recuento de voces, vivas y desaparecidas, conocidas y anónimas. Es la
constancia de la valentía, el coraje de una ciudad que cayó y volvió a
levantarse. También la ciudad de 2017 volverá a levantarse. Al igual que los
damnificados de ayer, que se preguntan si tendrán autoridades mejor preparadas,
los brigadistas de hoy, sus padres, sus novias, sus amigos, aquellos que al
abandonar el individualismo avanzan en forma irreversible –los muchachos que
cubren las calles de la ciudad de México desafían a la naturaleza–, los que
están en Puebla, en Oaxaca, en el estado de México, en Morelos, en Guerrero, en
Chiapas, nos han devuelto la confianza por su capacidad de entrega y, sólo nos
queda preguntarnos si ahora, por fin, contaremos con un gobierno a la altura de
nuestra esperanza.
A Rosa
Nissán
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