Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Editorial de “Punto Final”
Derrocado el 11 de septiembre de 1973
mediante un cruento golpe militar que ni su gobierno ni los partidos populares
estaban en condiciones de enfrentar, Salvador Allende entró en la historia, sin
embargo, con el talante de un líder victorioso. Su legado político y moral entrega
enseñanzas valiosas para los revolucionarios de hoy. En primer lugar, su
consecuencia política y su coraje personal, que le hicieron empuñar un fusil
para resistir en La Moneda junto a un puñado de valientes. En sus propias
palabras: pagaba con su vida la lealtad del pueblo. Su inmolación fue un acto
consciente de rebeldía para no humillarse ante la traición y felonía de los generales
y almirantes. En otras circunstancias seguramente habría encabezado la
resistencia de un pueblo armado y de unidades militares constitucionalistas. Lo
único que no pasó por la mente de Allende en el palacio en llamas fue rendirse
y negociar las condiciones de un exilio honorable. Sus últimos mensajes por
radio y su decisión final, lo cubrieron de gloria y a la vez sepultaron en el
oprobio a los golpistas cuya ruindad moral confirmaron sus crímenes y el
enriquecimiento ilícito de los terribles años que siguieron.
No solo fue su valor y consecuencia.
Salvador Allende dejó también numerosas otras enseñanzas. Por ejemplo su
incansable perseverancia para forjar la unidad de los sectores populares
entendida como factor esencial de un proceso revolucionario. También durante
muchos años Allende planteó la nacionalización del cobre como un tema vinculado
al ejercicio efectivo de la soberanía nacional. Esa reivindicación estaba lejos
del debate político cotidiano cuando Allende la levantó como bandera de lucha.
Durante largo tiempo la suya fue una voz en el desierto.
Allende rehusó ocultar sus ideas o
mimetizarse en el centro político que permite todo tipo de transacciones. Los
revolucionarios de hoy deben estudiar su trayectoria política y las coaliciones
político-sociales que encabezó hasta llegar a La Moneda con la Unidad Popular.
Su victoria en 1970 fue estrecha y tuvo que someterse al veredicto del Congreso
Pleno. La Democracia Cristiana lo apoyó a cambio de un Estatuto de Garantías
Democráticas que el presidente Allende respetó escrupulosamente. Sin embargo,
ese Estatuto se convirtió en un cepo que impidió el libre desarrollo de las
capacidades revolucionarias del pueblo. Esas limitaciones motivaron las
contradicciones que surgieron entre los partidos de la Unidad Popular. Obligó a
utilizar los “resquicios legales” para impulsar diversas iniciativas. A la vez
tomó fuerza una corriente independiente y crítica desde la Izquierda que
impulsó el poder popular de los pobres del campo y la ciudad bajo la consigna
“avanzar sin transar”.
Allende había declarado sin ambages que
el objetivo de su gobierno era un socialismo adecuado a las características
socio-políticas y culturales del país. La “vía chilena hacia el socialismo” fue
explicitada en su primer mensaje al Congreso Pleno el 21 de mayo de 1971. La
nacionalización de la gran minería del cobre y la Reforma Agraria, la
estatización de la banca y la intervención de diversas industrias, confirmaron
que se había iniciado un proceso revolucionario inédito que atrajo la atención del
mundo y despertó una ola de simpatía en América Latina. En efecto, era el
primer intento en la historia de construir el socialismo por una vía pacífica y
con absoluto respeto a una Constitución burguesa.
No obstante, la conspiración golpista se
había iniciado incluso antes que Allende asumiera el mando. La oligarquía pidió
la intervención norteamericana y el presidente Richard Nixon ordenó a la CIA y
al Pentágono “hacer chillar” la economía y crear las condiciones para el
derrocamiento de Allende. La fuga de capitales, el bloqueo del crédito
internacional, el mercado negro, la especulación, la escasez y la inflación se
dispararon. Los camioneros paralizaron durante dos meses el transporte de
alimentos y demás artículos de primera necesidad. Los mineros de El Teniente se
declararon en huelga y marcharon a Santiago. Embarques de cobre fueron
embargados en Hamburgo y otros puertos. Las mujeres de la burguesía salieron a
las calles a tocar cacerolas. Los medios de desinformación internacionales y
nacionales -que gozaban de absoluta libertad, incluso para insultar y calumniar
al mandatario- desataron la guerra sicológica. Acusaban a Allende de pretender
instaurar la “dictadura del proletariado” y convertir a Chile en una segunda
Cuba. Comenzaron los sabotajes a la electricidad y las comunicaciones por
bandas terroristas de extrema derecha asesoradas por oficiales de las FF.AA.
En octubre de 1972, por iniciativa
democratacristiana, el Congreso aprobó la Ley de Control de Armas. Su propósito
era eliminar toda capacidad del pueblo para enfrentar el golpe de Estado que
estaba en marcha. Allende y sus ministros socialistas José Tohá (Defensa) y Jaime
Suárez (Interior), se vieron obligados a promulgar una ley que facultaba a las
FF.AA. para efectuar allanamientos y detener militantes de Izquierda acusados
de poseer o fabricar armas caseras y explosivos. La oposición -derecha y
Democracia Cristiana- controlaba el Congreso Nacional. En julio de 1972
formaron la Code (Confederación de la Democracia) con la intención confesa de
derrocar al presidente mediante un golpe parlamentario. Para eso necesitaban
alcanzar los dos tercios de la Cámara de Diputados en las elecciones de marzo
de 1973. No lo lograron, porque la Unidad Popular sacó fuerzas de flaquezas y
consiguió el 43,4% de los votos. El fracaso del golpe por vía parlamentaria
despejó el camino al golpe militar.
(Hasta aquí a los lectores debe
parecerles que estamos relatando lo que sucede en Venezuela. En efecto, ese
plan desestabilizador es casi idéntico al que Washington implementó en Chile.
La diferencia más notable consiste en que en Venezuela existe la alianza
pueblo-fuerzas armadas, legado político del presidente Hugo Chávez que el imperio
no ha conseguido romper).
Repasar nuestra historia, y en particular
la experiencia de la Unidad Popular, es indispensable en cualquier futuro
proyecto de cambios democráticos con justicia social. Allende supo fijar un
norte al proceso de acumulación de fuerzas sociales y políticas. La
nacionalización del cobre fue el eje movilizador del programa ante el cual
hasta la derecha tuvo que ceder en el Congreso. La contrarrevolución deshizo
ésa y otras conquistas que es necesario retomar para asegurar un proceso
revolucionario. La nacionalización del cobre (y del litio) fortalecería la soberanía
nacional y entregaría enormes recursos al Estado. Hay numerosas otras
reivindicaciones capaces de convocar fuerzas sociales. Por ejemplo el fin de
las AFP y el derecho a salud y educación de calidad; el reconocimiento de la
autonomía del pueblo mapuche; el freno al daño al medioambiente de las empresas
forestales, eléctricas, mineras y frutícolas; limitar las ganancias
desorbitadas de bancos e Isapres; estatizar el transporte público…
Ninguno de esos objetivos es posible sin
acometer un proceso ideológico que permita liberar las conciencias sometidas a
la dictadura cultural e ideológica del neoliberalismo. La batalla de las ideas
está en primer lugar porque es allí donde la Izquierda sufrió su peor derrota.
El camino para superar este sistema inhumano y depredador pasa por una Asamblea
Constituyente que proponga al pueblo la Constitución Política que permita -por
fin- contar con la institucionalidad de una república democrática y
participativa. La convocatoria a la Constituyente abriría el espacio para conquistar
a las fuerzas armadas y contar con su participación en un programa
democratizador y patriótico.
Avanzando en esta dirección, con la
Asamblea Constituyente como llave maestra del cambio, se recogería lo
fundamental de la lección que nos dejó el presidente heroico.
Editorial de “Punto Final”, edición Nº
883, septiembre 2017.
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