Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Ana Esther Ceceña
“Ya no estamos reconstruyendo naciones.
Estamos matando a terroristas. Estos asesinos necesitan saber que no tienen
dónde esconderse; que ningún lugar está más allá del alcance del poder estadounidense
y de las armas estadounidenses.”
Donald Trump (21 de agosto 2017)
Los territorios son el centro estratégico
de la competencia mundial y las relaciones de poder.
La relación con el territorio es tan
vieja como la historia de la humanidad, pero por primera vez, con el
capitalismo del siglo XXI, el territorio adquiere signos de finitud. No sólo tiene carácter de objeto –y es
tratado como tal–, sino que se ha convertido en un objeto escaso.
El capitalismo no tiene más medida que la
de su capacidad tecnológica, que se desarrolla incesantemente y que lo lleva a
convertir la abundancia o suficiencia en escasez. Su vocación apropiadora y su dinámica
acumulativa creciente producen escasez ahí donde había suficiencia, al tiempo
que se sirven de la escasez como instrumento de dominación.
Es bien sabido que las riquezas de la naturaleza,
particularmente aquellas indispensables para la reproducción general, tienen
dos modos de ser usadas: como medios o elementos de producción o de consumo que
garantizan la reproducción; o como medios de acaparamiento que hacen posible el
establecimiento de relaciones de fuerza o extorsión. En ambos casos se genera una situación
relativa de escasez, sea con respecto a la competencia, sea al acaparamiento y
monopolización, que otorga herramientas para la manipulación y el trazado de
jerarquías de poder, que es cuidadosamente gestionada de acuerdo con
modalidades diversas que se van adaptando al caso específico.
La territorialidad capitalista se juega
desde sus orígenes en el territorio geográfico o físico. La historia de la colonización es a la vez la
del reparto de territorios. No obstante,
la colonización ocurre también mediante el sometimiento de costumbres y de
prácticas comunitarias y corporales, y abarca tanto los territorios como los
sentidos o percepciones y construcciones semióticas y culturales. Los territorios de la guerra son los de la
concepción del mundo (territorio mental o semiótico), los de las modalidades y
adecuaciones del ser (territorio corporal) y los del asentamiento y relación
con el entorno (territorio geográfico o físico).
El territorio geográfico o físico
El territorio planetario, formado por las
tierras, aguas, cascos polares y atmósfera, alberga todos los elementos que han
hecho posible la vida y en los que se sustenta la reproducción material y
biológica.
Entre éstos, los hidrocarburos, los
minerales y cada vez más las tierras raras ocupan el lugar central y son objeto
de la mayor disputa mundial, orientando los desplazamientos geopolíticos y las
guerras. Curiosamente la biodiversidad y
el agua, que son las que portan de manera directa la expresión viva del planeta
y por ello son absolutamente esenciales, están siendo dejadas ligeramente de
lado por la voracidad con la que se desarrolla el proceso de apropiación de los
otros tres elementos y por la irresponsabilidad con que se asume la degradación
y extinción de la vida por los señores del capital y de la guerra. En cierta forma y de manera desafanada, la
batalla por agua y biodiversidad en la Tierra pretende resolverse a través de
la posible colonización de otros planetas, o de la conversión de Marte en un
gran huerto para abastecer la Tierra, proyecto que permite desentenderse del
daño ecológico, en gran medida irreversible, que está siendo causado
principalmente por los explotadores de hidrocarburos y minerales, aunque eso no
significa que no haya una enorme disputa por acaparar las fuentes de agua.
Poder y dinero van de la mano del patrón
energético y disciplinario vigente que garantiza altas tasas de acumulación de
capital y gran dinamismo en la esfera de la producción, por lo menos desde una
perspectiva técnica, y también controlar la tecnología de guerra y su
mercado. La apropiación de territorios
sigue el mismo modelo: se buscan y se disputan los territorios de alta densidad
estratégica, donde se colocan los capitales gigantes a manera de pulpos con
poderosas mangueras de extracción y donde, generalmente, se van creando
situaciones de guerra o donde se instalan decididamente guerras abiertas, ampliando
el negocio de las armas.
El mapa mundial ha ido perfilando muy
claramente estas tendencias en la última década en la que se reactivan guerras
pasadas, se inician nuevas o se estimulan conflictos capaces de colocar los
territorios en condiciones de intervención.
La tercera guerra mundial, si es que la escalada bélica actual llega
realmente a constituirse en tal, muestra ya indicios de un diseño transversal
que atraviesa todo el planeta siguiendo claramente la pista de los yacimientos
de hidrocarburos, minerales y tierras raras (ver mapa de la portada). Es decir, esta guerra tendría lugar en el
tercer mundo, fuera del terreno directo de las potencias en pugna, excepto,
quizá, Rusia.
Afganistán
Es un mapa dinámico, en permanente
redefinición, pero las áreas ya marcadas por la guerra no parecen restablecer
condiciones de funcionamiento “democrático” en ninguno de los casos. El ejemplo de Afganistán, con una larga y
devastadora guerra que parecía estar finalizando, hoy vuelve a colocarse en el
foco. A pesar de las grandes pérdidas en
vidas –no sólo afganas sino también estadounidenses–, el subsuelo afgano, lleno
de minerales y tierras raras que los monitoreos expertos han calculado en un
billón (un millón de millones) de dólares, nuevamente orienta las baterías
hacia ese país. Como punto de
comparación, todo el presupuesto militar de Estados Unidos en 2016, que
equivale a un poco más del de China, Arabia Saudí, Rusia, Gran Bretaña, India,
Francia, Japón, Alemania y Corea juntos, fue de 597 mil millones de dólares:
lejos de lo que sería su rendimiento con la explotación de los yacimientos
minerales de Afganistán. Podríamos
hablar de una muy alta tasa de retorno de las inversiones militares en este y
casi todos los otros territorios que se ubican dentro de esa franja en
situación de guerra. Pero además Afganistán
se coloca como territorio prioritario por la importancia que tienen las tierras
raras en la creación de nueva tecnología civil y militar.
Como en todos los otros lugares donde se
ha instalado la guerra, en Afganistán son las mismas empresas las que buscan
apropiarse de los yacimientos mineros y las que se ocupan de hacer la guerra
mediante el mecanismo de privatización.
Es el caso de DynCorp, particularmente, cuyo propietario forma parte de
la cúpula de diseño estratégico que, junto con los altos mandos militares,
están trazando las líneas de avance de la política norteamericana (NYT,
https://www.nytimes.com/2017/07/25/world/asia/afghanistan-trump-mineral-deposits.htm). Lo mismo concurren los intereses de todas las
otras empresas contratistas del Pentágono y los propios laboratorios de
investigación del Departamento de Defensa.
Se juega en estas guerras u ocupaciones
la supremacía militar pero muchísimo más que eso. La carrera tecnológica, los mercados, las
rutas de la droga o en general las rutas estratégicas tanto de hidrocarburos y
armas como de cualquiera de las otras mercancías de alto rango en el mercado
mundial. Afganistán nuevamente resalta
en este terreno por ser la mata del opio y heroína del mundo con el 82 % de la
producción mundial.
Si examinamos cada uno de los países o
regiones que han entrado en este estado de guerra, el análisis arroja datos
similares a los de Afganistán. A Estados
Unidos y sus empresas les interesa la guerra pues abastecen el 55 % del mercado
mundial de armas y la guerra es el medio de posicionarse en esos
territorios. En conjunto, el área que ha
sido colocada en esta dinámica reúne casi todos los hidrocarburos del planeta,
además de otras riquezas.
Venezuela
En la otra punta de la franja de guerra
se encuentra Venezuela, país con los mayores yacimientos de petróleo del mundo,
segundo lugar en reservas de gas, con amplias reservas de oro, coltán y thorium,
el llamado uranio verde, además de agua, biodiversidad y una posición
geoestratégica. Es difícil calcular el
presupuesto invertido en la desestabilización de Venezuela. Seguramente grande pero mucho menor todavía
que el de Afganistán.
En todo caso la manera de entrar en
Venezuela es muy distinta a la de Afganistán, lo que revela la amplitud de
modalidades de guerra que se ponen en juego cuando se trata de conservar o
disputar el control estratégico del proceso general de reproducción o, dicho de
otro modo, el poder global. El dato
fuerte, en este caso, es que Venezuela es la posible puerta de entrada de la
guerra al continente americano. Puede
bien ser el Afganistán de América. La
diferencia es la cohesión y conciencia social venezolana, la fuerza cultural de
la sociedad, frente a la fragmentación cultural en el territorio afgano,
profundizada por los largos años de guerra a los que ha sido sometido.
La perspectiva de una tercera guerra
mundial, no obstante, si bien cuenta con todas las condiciones materiales,
geopolíticas y tecnológicas, no logra colocar una narrativa sustentadora. A pesar de todos los dispositivos que se han
puesto en marcha para des-sujetizar a los pueblos del mundo, éstos conservan y
construyen narrativas propias, a contrapelo del cuidadoso y sistemático trabajo
realizado por los lineamientos generales de los programas de estudios
impulsados por los organismos internacionales y por los relatos de verdad
oficial o de postverdades (fake news) colocados por los medios de comunicación
masiva.
No sólo las guerras, consustanciales al
sistema capitalista de competencia, están destrozando el planeta. También lo hace el patrón energético y el
modelo de organización y relaciones sociales existente. Una buena parte de la humanidad está
oponiéndose a la guerra y buscando pistas para despegarse de este sistema
depredador de alta rentabilidad empresarial, de autoritarismo exacerbado y de
desprecio total por la vida.
Ana Esther Ceceña es Coordinadora del
Observatorio Latinoamericano de Geopolítica.Investigadora de la Universidad
Nacional Autónoma de México.
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y Twitter: @escuelanfp
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