Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Freddy Morales
Lo hizo
la Cancillería. Los archivos del servicio exterior durante las dictaduras,
entre 1964 y 1979, fueron desclasificados. En otras palabras, dejaron de ser un
secreto. El milagro lo hizo tan solo un sello estampado en cada página donde
durante décadas se impuso el “reservado”, y que fue cambiado por el
“desclasificado” que ahora nos permite un repaso por la ignominia impuesta por
unos cuantos para disponer no solo del país, sino de la propia vida y el
destino de buena parte de sus habitantes.
En el
acto de desclasificación de esos archivos me conmovió ver tanto rostro
conocido, amigo, avejentado. Los repasé. La mayoría, víctimas directas de las
dictaduras, que saben del terror de ser perseguidos, encarcelados, torturados;
de lo terrible que significa estar privado de libertad o ser prisionero
político sin derecho a nada.
Allí
estaban parte de los sobrevivientes. Unos, sobrevivientes a secas; otros, hijos
de los que no sobrevivieron. También los familiares de quienes pasaron al limbo
de la categoría de desaparecidos. Pero allí no estaban todos, el odio político
crea barreras incluso entre las víctimas del odio político.
Con
solo mirarlos, es fácil adivinar, mientras se escuchan los discursos, que
recuerdan su martirio, repasan la tortura y a su torturador, reviven los miedos
de entonces, cada detalle, cada dolor, a cada amigo y compañero...
Antonio
Peredo, fabricador de bombas. Luis Espinal, hay que expulsarlo por ser enemigo
del régimen. Los exiliados en tal ciudad argentina deben ser sacados de la
frontera, porque continúan haciendo política; los otros van al aeropuerto cada
vez que llega el avión de Santa Cruz a recibir cartas y a enviarlas... si el
servicio diplomático servía para eso, en esos términos, es imposible imaginar
la redacción y tratamiento de los servicios de seguridad del Estado y de las
Fuerzas Armadas, que eran los encargados de ejecutar las decisiones que se tomaban
sobre esos seres humanos.
Mario
Benedetti escribió que un torturador no remedia nada suicidándose, pero que
algo es algo. Lo que acaba de pasar con la decisión de la Cancillería debe,
necesariamente, ser el inicio de la desclasificación de los archivos de las
dictaduras. El más ruin intercambio de información para decidir el destino de
cientos o miles de seres humanos sigue con candado; y la llave la tiene la
democracia desde hace más de 30 años.
La
desclasificación de esos documentos no resolverá en casi nada el mal hecho.
Pero podría servir por ejemplo para saber algo sobre los desaparecidos, tal vez
incluso para encontrarlos. Seguro que servirá para mostrar casi de cuerpo
entero a los canallas y a sus herederos políticos. Podría ser una de las
mejores lecciones que nos ayude a apostar por la democracia.
Si la
Cancillería tenía sus archivos secretos, a estas alturas es imposible seguir
sosteniendo que en las Fuerzas Armadas no existe ese tipo de documentos. A
estas alturas también es imposible no hacer nada para desclasificar los
archivos de la dictadura sin convertirse en cómplices del asesino y el
torturador. La desclasificación tal vez no remedie mucho, pero algo es algo.
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