Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Huascar Salazar Lohman
Cuando mi
abuela falleció, debajo de su colchón encontramos un centenar de recortes de
periódico sobre el asesinato de su hijo, mi tío, Edmundo Salazar Terceros.
Yo era
pequeño en aquel entonces y casi nunca la escuché hablar del tema, a excepción
de una vez que recuerdo con mucha claridad, me explicó lo que sucedió, por qué
mataron a mi tío y quiénes lo hicieron- En aquella ocasión me mostró unos
papeles amarillentos que asumo hacían parte de esa pequeña colección
hemerográfica que tenía en sus poder y que había acumulado con rabia, dolor e
indignación. Creo que fue la primera vez que tomé conciencia real del asesinato
de mi tío, ya que cuando lo mataron yo tenía tres años, fue un 10 de noviembre
de 1986, hace exactamente treinta años.
La muerte
de mi tío marcó a la familia Salazar y a la familia de mi tía, María Elena
Oroza, esposa de mi tío Edmundo, quien también fue asesinada años después por
jamás claudicar en la exigencia de justicia por el asesinato de mi tío, y ni
que decir de los hijos de ellos dos, mis tres primos Salazar Oroza. Es un dolor
que estas familias llevamos en el corazón. A través de mi padre, mis tíos y mi
abuela, de todo lo que hemos hablado en estos años, he aprendido a extrañar a
mi tío, a sentir su ausencia, pero también, y de eso quiero tratar en estas
palabras que surgen después de tres décadas de su asesinato, a reconocer su
legado de lucha, su incansable búsqueda emancipatoria y su profunda coherencia
y honestidad al enfrentar las injusticias de este país.
Muchas
veces los homenajes que se hacen a mujeres y hombres revolucionarios luego de
su muerte tienden a allanar sus figuras y la de sus luchas, a hacerlas potables
para que, incluso los adversarios políticos, puedan hacer hipócritas
reconocimientos. De Edmundo Salazar se habla de su integridad, de su compromiso
con el pueblo boliviano y cruceño, de su coherencia de vida, de ser un padre
ejemplar, de su incansable voz de protesta y denuncia; todas esas afirmaciones
son completamente verdaderas, pero todas ellas se condensan en la decisión de
vida revolucionaria que él tenía. Él era marxista, era leninista y era maoísta,
y si él se reivindicaba así, junto a sus hermanos –también militantes– y
camaradas del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML) de ese entonces, no
veo por qué su lucha tenga que ser menospreciada o tomada desde otro ángulo. Mi
tío estaba haciendo revolución, y más allá de las críticas que en este presente
podemos hacer a las formas organizativas de los partidos comunistas –porque
somos hijos de distintas épocas–, en ese entonces las revoluciones también se
las vivía así y esas historias de lucha –claramente no todas– deben ser
reivindicadas.
A mi tío
lo asesinaron mientras era diputado del Frente Revolucionario de Izquierda
(FRI) –brazo político electoral del PCML en ese entonces–, era el responsable
de la comisión de oposición del parlamento que investigaba el caso Huanchaca.
Aquel ignominioso caso en el cual fueron asesinados tres personas, entre ellos
el científico Noel Kempff Mercado, cuando su avioneta fue derribada en
Huanchaca por narcotraficantes que custodiaban unos de los más grandes
laboratorios de producción de cocaína de América Latina. La comisión que presidía
Edmundo Salazar acusó al gobierno emenerrista de Paz Estenssoro, y en
particular a su ministro del interior, Fernando Barthelemy, junto a la DEA –que
en ese entonces dirigía todas las acciones antidroga del país–, de haber no
sólo socapado y haber sido cómplices en la fuga de todos los narcotraficantes,
sino de ser partes componentes de esa mafia. Ellos lo hicieron matar
cobardemente en la puerta de su casa, le dieron cuatro tiros. Jamás se hizo
justicia.
Años
después ese PCML prácticamente desapareció y el FRI paulatinamente se fue
convirtiendo en un partido de derecha funcional a los grandes intereses
dominantes. En algún momento ellos han tenido la osadía de reivindicar la
memoria de mi tío; sepan que la familia, gente comprometida y amigos cercanos,
simplemente nos sentimos asqueados por esa conducta, el legado de Edmundo
Salazar le pertenece al pueblo boliviano y no a los retorcidos intereses que
ahora ellos defienden.
Hoy, a
treinta años de su muerte, puedo decir sin duda alguna que su ejemplo es parte
de mi vida y de la de muchos y muchas más, pero además estoy seguro que su
hacer concreto revolucionario ha pasado a ser parte parte del flujo mismo de
las luchas y de las experiencias que perduran en el tiempo. En este momento
podría decirle a mi tío, que si bien lo extrañamos profundamente y nos hace
falta, le estamos infinitamente agradecidos por lo que nos ha dado, que siempre
lo tenemos con nosotros, con gran cariño y admiración, y que su legado es
presente de lucha y no sólo un recuerdo.
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