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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

El invierno se avecina


Por: Verónica Córdova
En la antigua Grecia la palabra bárbaro se usaba para designar a aquél que no es como uno: el extranjero, el que no habla nuestra lengua, el que reza a un dios diferente, el que tiene costumbres distintas, el salvaje que debe ser combatido.
Si bien distintos emperadores chinos habían por siglos construido muros para mantener a los bárbaros mongoles fuera de su territorio, la dinastía Ming los conectó y fortificó, llegando a erigir una sola Gran Muralla de más de 8.000 kilómetros, que tomó más de 40 años terminarla y requirió del trabajo forzado de millones de personas. En 1459 un funcionario chino justificó el esfuerzo y la inversión que requirió la obra: “los bárbaros son una calamidad para China solo porque necesitan desesperadamente ropa y comida”, afirmó.
El siglo XX también tuvo su propio muro: empezó a tenderse con alambre de púas la noche del 12 de agosto de 1961. El muro que partió en dos la ciudad de Berlín y la República alemana llegó a tener 155 kilómetros de largo y 4 metros de altura. En este caso, la función oficial no era mantener fuera a los “otros” sino evitar que los “nuestros” salieran del territorio.
Al iniciar el siglo XXI se inició la construcción de otro muro, este tiene 273 kilómetros de largo, 8 metros de alto y se encuentra al oeste de Cisjordania. Y otro muro más, de 9 metros de alto, separa del mundo a la Franja de Gaza. El Gobierno israelí pretende ahora construir un nuevo muro, que se extienda por 30 metros de profundidad bajo tierra, para evitar que los “bárbaros” palestinos ingresen al territorio desde debajo de la tierra.
Un muro existe también entre Estados Unidos y México desde hace años. Son vallas y barreras de diferentes alturas, materiales y tamaños que se erigen por más de 1.000 kilómetros a lo largo de la frontera. A la manera de los emperadores Ming, el presidente Trump quiere conectar y ampliar esas estructuras para erigir un gran muro que sea “impenetrable, alto, poderoso y bello”. El muro deberá medir 1.600 kilómetros, tener 15 metros de altura y evitar que los “bárbaros” mexicanos atraviesen la frontera en busca de trabajo, ropa y comida, claro, pero también electrodomésticos, tarjetas de crédito, comida chatarra y otras bondades del sueño americano.
Lo que Trump no sabe es que cada vez menos mexicanos cruzan la frontera hacia Estados Unidos y cada vez más mexicanos la cruzan de regreso a su país, lo que hace que la tasa de migración real sea muy cercana a cero. Los que siguen cruzando la frontera que divide México de EEUU por cientos de miles cada año no son mexicanos, sino salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, nicaragüenses y otros latinoamericanos. Muchos buscan trabajo, pero también buscan seguridad y refugio: huyen de las pandillas que aterrorizan barrios y comunidades a lo largo de Centroamérica.
Lo que Trump no sabe es que esas pandillas las formaron jóvenes indocumentados que Estados Unidos deportó en los 80. Jóvenes que habían nacido o crecido toda su vida en ciudades gringas, que no hablaban español y que no tenían ningún lazo cultural ni social con sus países de origen, pero igual fueron puestos en un avión y enviados a ver cómo se las arreglaban de regreso en San Salvador o Tegucigalpa. Se las arreglaron formando pandillas.
Un muro enorme, de hielo y encantamientos, también se erigió separar a los bárbaros del territorio civilizado de los Siete Reinos. Durante milenios funcionó, pero ahora llega el invierno y ni los más altos, gruesos y largos muros podrán detener el avance de los “otros”. Pero parece que Trump no leyó Juego de Tronos. 
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