Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Atilio A. Boron
El próximo domingo 19 de
Febrero se celebrarán en Ecuador elecciones presidenciales. Será una nueva y
decisiva prueba de fuego para los procesos progresistas y de izquierda que se
abrieron en América Latina desde finales del siglo pasado. En el último año
aquellos sufrieron varias derrotas a partir del aciago momento en que poco más
de la mitad del electorado argentino decidió que era necesario cambiar -sin
preguntarse en qué dirección y bajo cual liderazgo- y darle una oportunidad a
una alianza de derecha que, en la campaña electoral, había jurado que
mantendría “todo lo bueno” hecho por el kirchnerismo y corregir lo que estaba
mal. Lo ocurrido después desnudó el carácter absolutamente demagógico de esas promesas
porque una vez en la Casa Rosada el gobierno de Mauricio Macri puso en marcha
un programa encaminado a desandar el camino transitado los doce años
anteriores. La bien conocida “restauración conservadora”, que hoy abruma y
oprime al pueblo argentino.
La derrota del kirchnerismo, en
Noviembre del 2015, fue el preludio de un perverso “efecto dominó” cuyos
principales hitos fueron el revés sufrido por el gobierno bolivariano de
Venezuela en las elecciones de la Asamblea Nacional de Diciembre del 2015; el
que experimentara el presidente Evo Morales en el referendo de Febrero del 2016
y el inesperado –y lamentable- resultado del convocado por el presidente Juan
M. Santos por la paz en Colombia, en Octubre del año pasado. Esta sucesión de
tropiezos adquiere una dimensión desoladora cuando a ellos se le suma el “golpe
institucional”, o “golpe blando”, propinado al gobierno de Dilma Rousseff en
Brasil, apelando a diversos dispositivos de carácter pseudo-legal y francamente
inconstitucionales los cuales, sin embargo, no impidieron la destitución de la
presidenta brasileña sumiendo a ese país en una crisis política y moral que
potencia la ya de por sí gravísima crisis económica.
En este marco, la inminente
elección ecuatoriana adquiere una importancia trascendental. Muchos
latinoamericanos confiamos en que una victoria de la candidatura de Alianza
País, presidida por Lenin Moreno, podría marcar el principio de la
contraofensiva reaccionaria orquestada desde Washington y cuyo objetivo es
volver a la situación en que América Latina y el Caribe se encontraban al
anochecer del 31 de Diciembre de 1958, en vísperas del triunfo de la Revolución
Cubana. Ese es el objetivo estratégico -expresado con uso y abuso de eufemismos
para ocultar tan inconfesables designios- en diversos documentos oficiales del
gobierno de Estados Unidos cuando, con melifluo lenguaje, hablan de
“restablecer la paz y la seguridad” en el Hemisferio Americano. Es por eso que
la continuidad del gobierno de Alianza País tiene una proyección continental que
excede el ámbito estrictamente ecuatoriano. Una nueva derrota de las fuerzas
progresistas y de izquierda en Ecuador ratificaría el agotamiento del impulso
ascendente de las luchas populares, aislaría a los gobiernos de Evo Morales y
Nicolás Maduro, y robustecería las esperanzas de quienes, desde la derecha y
con el concurso de alguna izquierda que hace tiempo perdió la brújula,
profetizan con el apoyo de los medios de comunicación del imperio el “fin del
ciclo progresista” y nos impulsan a dar un salto al vacío, optando por un
“cambio” aparentemente inocente pero que nos colocaría, una vez más, bajo la
férula de las feroces oligarquías de la región.
Esta apuesta por la continuidad
del gobierno de Alianza País no significa ignorar las asignaturas aún pendientes,
o los errores y problemas suscitados en la gestión gubernamental a lo largo de
estos años –tema sobre el cual el heterogéneo arco opositor machaca sin cesar.
Pero aún reconociendo esto es preciso preguntarse, con total honestidad, ¿cuál
gobierno en este mundo está exento de críticas? Maquiavelo decía socarronamente
en El Príncipe que ni siquiera los principados eclesiásticos,
que contaban con la protección directa de Dios, estaban a salvo de los males de
la política. ¿Cómo podría un principado común y corriente, terrenal, estar
exento de ellos? Por eso es preciso valorizar los trascendentales cambios que
tuvieron lugar en los últimos años en Ecuador. Los que hace muchas décadas
visitamos ese país comprobamos que cambió mucho, y para bien, y que sería imperdonable
que esas transformaciones no fuesen reaseguradas y fortalecidas, arrojándolas
por la borda en búsqueda de un “cambio” que todos sabemos hacia donde se
dirige: reconstruir la vieja trama social de desigualdad, inequidad y opresión
que caracterizó a ese país durante siglos. Y quienes tengan dudas, miren al
Sur. Miren lo que está ocurriendo en la Argentina o en Brasil y verán, en esos
tenebrosos espejos, lo que podría esperarle al Ecuador en caso de que la
derecha vuelva al gobierno. El Ecuador de hoy poco o nada tiene que ver con el
que conociéramos en el pasado. Su gobierno es un ejemplo de que aún un país con
una economía pequeña, altamente vulnerable, carente de moneda propia (y por lo
tanto sin poder echar mano de un instrumento fundamental de manejo
macroeconómico: la política monetaria) y rodeado de vecinos que se sometieron
sin chistar a la hegemonía norteamericana y firmaron gravosos tratados de
liberalización comercial que perjudicaron la competencia de las exportaciones
ecuatorianas y con un gobierno acosado sistemáticamente por el imperio a través
de un enjambre de organizaciones sociales, falsas ONGs, fuerzas políticas y
medios de comunicación que atacaron sin respiro al presidente Rafael Correa;
aún bajo esas condiciones, decíamos, el gobierno de Alianza País demostró que
fue posible construir una sociedad mejor -reduciendo significativamente la
pobreza, garantizando el acceso a salud, educación y movilidad a sectores
secularmente privados de ello, desarrollando una impresionante infraestructura
de transporte y comunicaciones y ejerciendo una política exterior
latinoamericanista e independiente- y que, por lo mismo, no se debe escatimar
esfuerzo alguno para garantizar la continuación y profundización de este vital
proceso. La creencia de que, sobre la base del señalamiento de los yerros e
insuficiencias que tiene todo proceso político real, un cambio político va a
ser para mejor en el Ecuador; que la oposición actuará patrióticamente, sin
ánimo revanchista y sin intenciones de revertir algunos de los más grandes
logros del gobierno del presidente Rafael Correa, y que, como lo prometió
Mauricio Macri en la Argentina, se consolidaría “lo que estaba bien” y se
“corregiría lo que se había hecho mal”; una tal creencia, en síntesis, es una
muestra de una virginal inocencia, en el mejor de los casos. Por eso exhorto a
mis amigos y amigas ecuatorianas, varios de los cuáles me hicieron conocer su
disgusto con el gobierno actual, que miren lo que nos está pasando en el Sur.
Detrás de un lenguaje edulcorado esa derecha ecuatoriana y sus mandantes del
imperio tienen el perverso propósito de regresar el reloj de la historia al
pasado, encubriendo tan siniestros designios con una hueca palabrería
progresista y republicana que engañó a muchos en Argentina y Brasil y que
ahora, viendo al monstruo en acción destruyendo metódicamente los logros de la
última década, están arrepentidos por haber caído en la trampa de que “todo es
igual. Que Dilma era lo mismo que Aécio. Que Scioli era lo mismo que Macri”. Y
no era así, no fue así, y ahora se están pagando las consecuencias de tan
funesto error. Espero que en ese entrañable país que se llama Ecuador no se
reitere lo ocurrido en el Sur. Los candidatos pueden, admitámoslo como una
hipótesis, parecer lo mismo, pero no lo son porque personifican procesos
históricos y fuerzas sociales muy diferentes, y sería un yerro fatal ignorar
tal cosa. Por eso, por el Ecuador y su futuro; por América Latina y su futuro
es imprescindible asegurar la victoria de Alianza País el próximo 19 de
Febrero. Sería, tengo esa esperanza, el inicio de una contraofensiva popular
destinada a erigir un dique a la “restauración conservadora” del imperio.
y Twitter: @escuelanfp
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