Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
"Toda mi vida en general, no sólo la artística,
ha sido una gran felicidad para mí -dijo- . Alguien me enseñó alguna vez que lo
importante es saber vivir. No hace falta tener títulos, dinero o fama (...)
Cuando vos odiás a alguien, el veneno te mata a vos. Yo tuve la desgracia de
nacer muy pobre. Cada tanto, mis padres me entregaban a alguna familia para que
me cuidara porque ellos no podían hacerse cargo. El dolor que me produjo eso se
transformó en riqueza, finalmente. La falta de cariño, la falta de respeto al
niño me terminó dando fortaleza y experiencia para escribir esas canciones que
me llevaron a ser uno de los artistas más queridos del país". (fragmento de su última entrevista )
El cantautor fallecido este viernes 13 tuvo una vida
turbulenta, donde no siempre primaron los aplausos a la intemperie. Tras
recibir atentados de bomba por parte de la Triple A, en 1974 se exilió en
Venezuela. La Dictadura prohibió sus discos, y en 1978, en su regreso al país,
sufrió otro atentado. Crónica de un sobreviviente, un espadachín
Cuando en 2008 el Festival de Cosquín quiso homenajear
a Horacio Guarany, el cantante lo relativizó. "El único homenaje que vale
es el que me hace el pueblo, llenando plazas, clubes, teatros, durante 58 años.
Yo rechazo los homenajes", sentenció. No es para menos: ¿qué valor tienen
las instituciones que, dependiendo del viento, levantan o bajan las banderas de
tal o cual artista? Porque este cantautor argentino -para muchos el más grande
folclorista de la historia- tiene un largo anecdotario de persecuciones, exilio
y desventuras; y siempre actuó con una coherencia al respecto.
Este viernes 13 de enero Guarany murió de un paro cardíaco
en su casa de Luján. Tenía 91 años, y a su tumba se llevó algunos secretos y
vivencias jamás contadas. Pero si hay algo a saber es que este hombre, de padre
aborigen y madre española, las vivió todas. Basta con empezar diciendo -así
comienzan las buenas historias- que nació bajo el nombre de Eraclio Catalín
Rodríguez Cereijo en pleno monte del Chaco Austral, en el norte de la provincia
de Santa Fe, dentro del pueblo Las Garzas. En medio de la nada, podría decirse.
Corría el año 1925, y Eraclio era el penúltimo de 14 hermanos. Y de la nada
terminó alcanzándolo todo, dejando una gran marca en la cultura, ese limbo
eterno en la tierra.
Tenía 18 años cuando se fue a probar suerte a Buenos
Aires. Había poco trabajo en aquellas tierras, con lo cual era lógico que,
teniendo en cuenta su don para la guitarreada, fuera a intentar el estrellato.
Vivió en una pensión de la Boca sobreviviendo con cuanto trabajo encontrara,
mientras el peronismo estaba en todo su apogeo. Y Guarany, al notar el rol
activo que las clases populares tomaban en la vida política, se volvió
peronista.
Para cuando en 1955 llegó la Revolución Libertadora de
Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu, la cosa cambió. Tras el derrocamiento
de Juan Domingo Perón, el cantante se hizo comunista y se afilió al partido. En
aquel entonces solía decir que pertenecía "al glorioso Partido
Comunista", lo que le trajo alguna que otra complicación.

Corría 1974, y la Triple A (la Alianza Anticomunista
Argentina, el grupo parapolicial al mando de José López Rega) quería muerto a
Guarany. Y al cantante le llegó el anuncio de que debía abandonar el país en 48
horas. Entonces llegó el primer exilio: la ruta con estadías fue Venezuela-México-España.
El tercer gobierno peronista era una máquina de aniquilar disidentes de
izquierda.
Cuando el Ministerio de Defensa Agustín Rossi, en
2013, develó las listas negras de la dictadura cívico-militar, el nombre de
Horacio Guarany figuraba allí. En los primeros años del autodenominado Proceso
de Reorganización Nacional, con Jorge Rafael Videla a la cabeza, sus canciones
fueron prohibidas. "La guerrillera", por ejemplo, canta "poncho
abierto sobre el alba, la guerrillera viene abriendo los caminos", y esa
imagen, tan llena de esperanza y ferocidad, era una bofetada a las ansias de
orden militar.
Horacio esperó algunos años y volvió al país; fue en
diciembre de 1978. La metáfora del ambiente espeso está gastada, pero es más
que elocuente. Tal es así que a menos de un mes de su asentamiento en
Argentina, una bomba estalló en su casa de Coghland, en Capital. No era momento
de irse, habrá pensado, pese a que la persecución era inminente. Entonces se
quedó. Claro, salió del caos porteño, del lío de departamentos y autopistas, y
se fue al interior, a improvisar espectáculos: contaba con un público que lo
adoraba, su arte tenía espectador, y sólo era cuestión de encontrar la forma de
esquivar los tentáculos militares, porque este hombre era un libertario, un escurridizo
comunista de la voz.

Un sobreviviente, si se permite la metáfora, pues así
fue que sobrevivió en los oscuros años de la Dictadura, yendo y viniendo de
pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, tocando en lugares remotos, para poca o
mucha gente. El folclore, como género, tiene y tuvo esa forma de alegría y
nostalgia trenzada, una espada que conmueve lentamente a medida que se clava.
Horacio Guarany fue uno de los mejores espadachines.
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