Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Juan José Bedregal
Cuando
se conocieron hace dos meses los resultados de la elección presidencial en los
Estados Unidos, la sorpresa fue la reacción generalizada ante la decisión del
electorado estadounidense. Como no ocurría desde hace mucho tiempo, los ojos
del mundo estaban puestos en una nueva carrera electoral entre los que son desde
1861, los dos rostros de la mayor economía capitalista de la historia.
Desde los
albores de la Guerra Fría, los partidos Republicano y Demócrata han
representado el palo y la zanahoria en las manos del llamado “Gendarme del
Mundo”. Mientras los Republicanos esgrimían la mano dura en la lucha contra (en
palabras de Ronald Reagan) el “imperio del mal” comunista, los Demócratas
extendían la mano de la “Alianza para el Progreso” a los países pobres para
evitar el avance de las tendencias de izquierda, y alzaban la bandera de la
“defensa de los Derechos Humanos” en contra del “totalitarismo comunista”.
Ambos
partidos hacían de “policía bueno y policía malo” con el mundo, y juntos se
alzaron triunfantes en la lucha contra el comunismo como Rocky Balboa en un ring
de boxeo. Luego de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética,
ambos partidos abrazaron la tesis del “fin de la historia” y dejaron todo en
manos del complicado establishment político
compuesto por lobbystas, intelectuales, políticos de carrera y miembros de los
servicios de inteligencia, cada uno resguardando los intereses de la industria
bélica, banqueros de Wall Street, empresas multinacionales y un amplio abanico
de minorías.
Durante
los últimos veinticinco años, se configuró lo que Étienne Balibar llama
“capitalismo absoluto”: una forma del capitalismo que deja atrás la
globalización unipolar por el tránsito hacia múltiples polos regionales. Este
capitalismo se caracteriza por la toma de los mercados de materias primas,
factores de producción y bienes de consumo; expresada en la acaparación de
recursos naturales en detrimento de la naturaleza, el sexismo y racismo en
promoción del consumismo mediático, y la especulación financiera.
La
nueva multipolaridad mundial es fruto del estancamiento de la globalización al
no poder expandir más los mercados; el mundo se ha quedado chico para la gran
producción capitalista y por lo tanto, se hace necesario desconcentrar
hegemonías. El capitalismo absoluto está dispuesto a allanar las libertades
burguesas que impulsaron el proceso globalizador durante todo el siglo XX, con
tal de restar obstáculos a los grandes monopolios extractivistas, especuladores
financieros, a la floreciente industria del entretenimiento y a los fabricantes
de armas.
En los
Estados Unidos, los atentados terroristas del 11–S y las invasiones a Irak y
Afganistán expandieron el miedo, el libre comercio y el outsourcing acentuaron la
desigualdad y el desempleo. Todo resultó en el deseo de un cambio en el manejo del
gobierno; deseaban que su país se ocupara un poco más de ellos y un poco menos
del mundo. Con Barack Obama, las políticas diseñadas por los intelectuales liberales
“progresistas” tomaron la palestra pero no pudieron tomar la Cámara de
Representantes ni el Senado, y los demócratas fueron débiles para enfrentar al
establishment que dirigía el piloto automático de Washington.
Los
desempleados por las fábricas que se fueron al extranjero, los desempleados de
las minas de carbón del Midwest, los que perdieron sus ahorros con la burbuja
sub-prime, los rechazados por las compañías médicas aseguradoras, los
habitantes de ciudades pequeñas y del campo, vieron cómo el “Yes, We Can” de
2008 se convertía en un mudo “We Can´t Do It”; vieron cómo sus impuestos se
usaban para rescatar a los especuladores de Wall Street mientras las escuelas
no recibían un solo centavo extra, cómo en lugar de cerrar Guantánamo se
intervenía en más países de África y el Medio Oriente. El Obamacare y la
reapertura de relaciones con Cuba fueron pálidas realizaciones de un cambio que
no llegó.
La
clase política norteamericana y sus aliados en el resto del mundo no pudieron
leer el descontento en casa, mientras el capitalismo absoluto empezaba a
cambiar las reglas del juego en el mundo. Mientras los demócratas se planteaban
humanizar el capitalismo del fin de la historia desde su posición hegemónica,
en el mundo la política burguesa en sus vertientes ambientalista,
desarrollista, integracionista, hasta sus alas más progresistas, están siendo
derrotadas por tendencias ultraconservadoras.
En poco
más de una semana tendremos a un anti-establishment en la Casa Blanca, pero
Trump es un capitalista como cualquier otro. Quizás sea el más inapropiado de
los multimillonarios blancos neoyorquinos, pero no por eso será un populista o
un fascista. El nuevo gabinete expresa la reconciliación con la estructura
republicana que en un tiempo rechazó a Trump, pero también incluye militares
veteranos de guerras imperialistas, especuladores financieros y políticos ultraconservadores.
Donald
Trump y su gabinete expresan el rostro definitivo del capitalismo absoluto, el
policía malo que ha liquidado al bueno. El estupor de las capas burguesas liberales
de EE.UU. y el mundo es justificado, porque el capitalismo ha empezado a
deshacerse de ellos y de sus reformas humanistas, para mostrarnos su verdadero
rostro. La historia ha vuelto para despojar al gran capital del velo de la libertad,
dejándole el timón al racismo, el sexismo, a los servicios de inteligencia y a
los especuladores.
El programa
del “Make America Great Again”, sujeto a la mayoría republicana en el Senado y
la Cámara de Representantes, permitirán un amplio margen a los republicanos,
incluido Trump. Esto significa que las políticas con amplio consenso en el
partido republicano serán aprobadas rápidamente, mientras que el nuevo
presidente, al igual que le tocó a Obama, deberá darse modos para implementar,
al menos parcialmente sus propuestas más polémicas.
La plataforma
política de la administración Trump no permite que EE.UU. dejará de ver en
Latinoamérica su “patio trasero”: el “Make America Great Again” se hará a costa
de nuestros países. La combinación de políticas comerciales proteccionistas, agresivos
programas de inversión pública y reducciones de impuestos sólo puede sostenerse
copando todos los mercados posibles para las exportaciones. Lógicamente, los
primeros en la mira para comprar los productos estadounidenses seremos los
latinoamericanos.
La
posición anti-China fue revelada por Trump en campaña al decir que “China está
violando a los Estados Unidos”. La necesidad de monopolizar mercados lo llevará
a una guerra comercial con China, cuya intensidad puede variar entre la
anunciada subida de aranceles y guerra de tipos de cambio, o una más sutil con
barreras paraarancelarias. El control de los mercados latinoamericanos depende
del control de la política latinoamericana; la derecha venezolana está a punto
de dar su golpe más cruento mientras que los gobiernos de la nueva derecha tendrán
que agachar la cabeza y abrir sus mercados a EE.UU. en detrimento de las relaciones
comerciales con China.
Para asegurar el control de su “patio trasero” sin temor a represalias en otros lugares del globo, la política exterior estadounidense se verá obligada a actuar en el nuevo mundo multipolar y pactar con otra potencia que haga contrapeso a China en Oriente. Aquí es donde entra Rusia en la ecuación. Vladimir Putin desea poner orden en su propio “patio trasero” en el Mar Negro y Asia Central, y la política de “Estados Unidos primero” le viene como anillo al dedo. Por tanto, Crimea será oficialmente rusa, y Erdogan en Turquía y Al-Assad en Siria serán ampliamente respaldados por el Kremlin ante el silencio cómplice de la Casa Blanca.
Para asegurar el control de su “patio trasero” sin temor a represalias en otros lugares del globo, la política exterior estadounidense se verá obligada a actuar en el nuevo mundo multipolar y pactar con otra potencia que haga contrapeso a China en Oriente. Aquí es donde entra Rusia en la ecuación. Vladimir Putin desea poner orden en su propio “patio trasero” en el Mar Negro y Asia Central, y la política de “Estados Unidos primero” le viene como anillo al dedo. Por tanto, Crimea será oficialmente rusa, y Erdogan en Turquía y Al-Assad en Siria serán ampliamente respaldados por el Kremlin ante el silencio cómplice de la Casa Blanca.
Tras el
fracaso de Syriza en solucionar la crisis en Grecia y el estancamiento de
PODEMOS en España, las frágiles democracias europeas están a merced de los
ultraderechistas alentados por la victoria de Trump como Marine Le Pen en
Francia, Geert Wilders en Holanda, el Movimiento Cinco Estrellas en Italia y
los movimientos neonazis alemanes. El mismo Trump se reunió en persona con Nigel
Farage, líder del partido inglés de ultraderecha UKIP, mostrando su abierto
apoyo a los ultraconservadores europeos.
El
panorama mundial ciertamente cambiará cuando Donald Trump asuma la presidencia
de EE.UU. Lo que no cambiará serán las condiciones de desigualdad y
desprotección del pueblo estadounidense. La política económica será como
siempre funcional al gran capital, obligándolos a replegarse a suelo
norteamericano garantizando las más amplias ganancias. Como es lógico, esta
política no sólo mantendrá el descontento del pueblo estadounidense, sino que
además expandirá el descontento a los países latinoamericanos víctimas de una
nueva oleada de saqueo de sus recursos.
Finalmente,
el “Make America Great Again” terminará en cuatro u ocho años en el peor de los
casos, con una situación aún peor que hoy. En Latinoamérica será cuestión de
esperar a que el descontento resulte en una nueva ola de gobiernos de izquierda
como ocurrió a consecuencia de las décadas pérdidas del 80 y 90 del siglo XX.
La verdadera incógnita es: ¿hacia dónde girará el electorado estadounidense
dentro de unos años, cuando sus ansias de cambio sean nuevamente decepcionadas?
La
historia ha regresado para demostrar que no había llegado a su fin, pero al
costo de entregarnos un capitalismo más desbocado que nunca. Los defensores de
la libertad y los derechos humanos empiezan a darse cuenta que sus intentos de
humanizar al capitalismo son vanos, mientras la Madre Tierra es la nueva
víctima del capitalismo post globalizado. Como dice un proverbio chino: ojalá
nos toque vivir tiempos interesantes.
Integrante
de la Coordinadora Universitaria Nacional, estudiante de Economía en la UMSA
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y Twitter: @escuelanfp
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