Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Juan Collque
A continuación compartimos un artículo publicado en el periódico La Razón en fecha 14 de octubre de 2012, que debido a su contenido y a la coyuntura da elementos de discusión sobre los verdaderos intereses de los cooperativistas mineros.
La minería fue la
principal actividad económica de Bolivia hasta fines del siglo XX, de ahí que
la lucha por la propiedad jurídica sobre las minas y el dominio físico de los
procesos de producción y circulación
minera fuera uno, sino el principal, de los ejes de la lucha de clases a lo
largo de la historia del país. En la última década, con el ascenso de los
precios internacionales, los conflictos sobre la propiedad y el dominio de la
cadena minera volvieron a resurgir, y pusieron en tela de juicio la política
minera del denominado modelo de economía plural y la propia Constitución
Política del Estado (CPE).
La imposibilidad histórica
del desarrollo capitalista clásico y de la formación de una burguesía nacional
industrial en Bolivia —que devino en una economía de desarrollo desigual y
combinado, regida por un patrón de acumulación primario exportador— tiene en la
minería una de sus más diáfanas expresiones.
Actualmente, en tanto
actividad extractiva, la minería está compuesta por cuatro actores: las
“socias” transnacionales, las empresas estatales, las privadas nacionales y las
cooperativas. El mayor productor en volumen y valor, en consecuencia y también
en contribuciones impositivas y regalitarias, son las “socias” transnacionales,
sin embargo, es el subsector que menos empleo genera. Inversamente, el mayor
empleador es el subsector cooperativo aunque su producción en volumen y valor
es mínimo, lo mismo que sus contribuciones en regalías (no pagan impuestos).
Por su parte, el Estado es marginal en términos de producción, impuestos y
regalías, pero emplea aproximadamente una y media veces el número de
trabajadores que usan las transnacionales. Las empresas fundadas con capitales
bolivianos son irrelevantes en el contexto minero nacional.
La explicación de estas
proporciones radica en los distintos tipos de tecnología que determinan las
diferentes formas de organizar técnicamente los procesos de producción como
tales. Por ejemplo, la minería transnacional es totalmente maquinizada y su
nivel de productividad es elevado. En cambio, la organización en la empresa
estatal se la puede asemejar a la manufactura compleja, propia de la minería
boliviana de la primera mitad del siglo XX, cuya productividad fue baja. En el
caso de las cooperativas, las formas de organizar la producción van desde las
artesanales hasta las manufacturadas, y su productividad es exigua. Para tener
una idea de la diferencia de productividad podemos decir que por cada
tonelada de tierra mineralizada que mueve un trabajador de la minería estatal
uno de la transnacionalizada mueve al menos 100. Huelga hacer la relación entre
la minería transnacional y la cooperativizada.
En este contexto, las
“socias” y las cooperativistas conservan intactas sus ventajas al mantener
vigente la normativa neoliberal antiestatista en el sector minero. Los unos
utilizan como mecanismo de presión su peso en la producción y los otros, su
capacidad de movilización. Empero, acá es imprescindible hacer una aclaración
en cuanto al término cooperativista.
Producto de una larga
evolución histórica, en las cooperativas mineras existe una marcada
diferenciación social que devino en al menos dos tipos de cooperativistas: El
primero se acerca conceptualmente a la Ley de Cooperativas, vale decir, aquella
persona que en igualdad de condiciones es copropietaria de los yacimientos e
instrumentos de labor, que trabaja y que participa del resultado de la producción
en la misma proporción que todos los miembros de la cooperativa; acá, todas las
personas serían iguales en los hechos, en derechos y en obligaciones. El
segundo estaría conformado por una clase de propietarios privados, que son
socios “cooperativistas” en tanto su personería jurídica les permita acceder al
yacimiento, una vez obtenido cada uno se vuelve propietario privado individual
de una parte del yacimiento (paraje), de sus instrumentos de trabajo y de su
dinero, los cuales convierte en capital al comprar la fuerza de trabajo de
peones por un jornal o salario diario, en moneda o a destajo; en otras
palabras, se convierte en una suerte de capitalista bajo la apariencia de
“cooperativista”, este hecho es común tanto en la minería del oro como en la de
estaño, zinc, plomo y plata.
Estos “cooperativistas”
mineros, más allá de la denominación (ayudantes, peones, jornaleros,
aprendices, nuevos, etc.), someten a grados de explotación extremos e inhumanos
a sus trabajadores asalariados —la gran mayoría de ascendencia campesina e
indígena—, incluidos niños y adolecentes, en un acto de prepotente y descarado
de pisoteo a las leyes de Minería, del Trabajo, de Cooperativas, de Comercio,
de Medio Ambiente y otras tantas. Los empresarios “cooperativistas” no otorgan
a sus trabajadores asalariados las mínimas condiciones de trabajo, como
elementos básicos de salud y seguridad industrial; no les dan beneficios
sociales; no permiten el derecho de sindicalización; no les brindan seguro ni
de corto ni de largo plazo, menos aguinaldo; sin embargo, les someten a
extensas y extenuantes jornadas laborales. En otras palabras, no se cumple
ninguno de los derechos de estos asalariados, a pesar de que la Constitución,
en varios de sus artículos, ordena la defensa de la vida humana y el trabajo en
condiciones dignas. Por otra parte, la contaminación ambiental que generan las
“cooperativas” es muy alta y violenta a la Madre Tierra, no obstante que la
Constitución manda su cuidado, con lo que queda al margen de la normativa
ambiental, aún cuando se sabe que los procesos de remediación ambiental duran
décadas.
Lo paradójico es que
estos “cooperativistas” —que están obteniendo mayores rentas mineras explotando
selectivamente el yacimiento (persiguiendo la veta) debido a sus limitaciones técnicas,
bajo condiciones inhumanas de explotación laboral y ocasionando altos niveles
de contaminación ambiental— a título del modelo de economía plural fueron
sujetos de varios programas de apoyo del Gobierno (equipos de trabajo, dotación
de ingenios, exenciones impositivas, y ahora nuevos yacimientos provenientes de
las reservas fiscales) porque se reclaman “empresas sociales” “solidarias” y
“generadoras de empleo social”. Es evidente que estos programas no distinguen a
unos cooperativistas de otros “cooperativistas”, debido posiblemente a la
inexistencia de información fidedigna, y coadyuvan a que las riquezas minerales
de todo el pueblo beneficien sólo a unos potentados. Esto revela que el
Gobierno tiene como aliados a los “cooperativistas” sólo en la medida que les
garantiza mejores condiciones para acumular capital.
Estos hechos ponen un gran interrogante sobre el
modelo de economía “plural” y el cumplimiento de los preceptos constitucionales
como imperativo para el diseño de la política minera: ¿La nueva Ley Minera
defenderá los intereses del Estado o de los capitalistas y “cooperativistas”
como hasta ahora? ¿Cuál de los actores debe ser el principal en la minería
boliviana? ¿Cómo se debe fortalecer en los hechos a la Corporación Minera de
Bolivia (Comibol)? ¿El Estado debe o no controlar físicamente toda la cadena
minera, desde la exploración hasta la industrialización? ¿Se debe seguir
confundiendo estatización con incremento de regalías? ¿Quién y cómo debe hacer
cumplir las leyes de cooperativas, laborales, sociales, ambientales y otras en
el sector minero? ¿Cómo se puede estatizar la minería? ¿Podría haber forma
alternativa a la capitalista para organizar la minería? ¿Se puede
eliminar la relación capital-trabajo asalariado de la minería “cooperativizada”?.
Éstas y otras interrogantes deben responderse en un debate profundo y serio
sobre el carácter de clase de la política minera.
y Twitter: @escuelanfp
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