Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Ángel Guerra Cabrera
Dentro de unos días Fidel Alejandro Castro Ruz (Birán, Holguín, Cuba, 13/8/ 1926) cumplirá 90 años. Imposible en este espacio ni siquiera enumerar la diversidad de disciplinas e importantes epopeyas revolucionarias en que ha descollado. Por eso, aunque lejos de agotar el tema, me centraré en su pensamiento latinoamericanista, su irreductible solidaridad con la liberación de América Latina y el Caribe y con el logro de su unidad e integración.
Dentro de unos días Fidel Alejandro Castro Ruz (Birán, Holguín, Cuba, 13/8/ 1926) cumplirá 90 años. Imposible en este espacio ni siquiera enumerar la diversidad de disciplinas e importantes epopeyas revolucionarias en que ha descollado. Por eso, aunque lejos de agotar el tema, me centraré en su pensamiento latinoamericanista, su irreductible solidaridad con la liberación de América Latina y el Caribe y con el logro de su unidad e integración.
El hombre de América
A los 21 años, Fidel, miembro
del Comité Universitario pro Liberación de Santo Domingo, tomó parte en la
frustrada expedición antitrujillista de Cayo Confites (1947). Un año después,
en el bogotazo, se puso, arma en mano, al lado de los seguidores de Jorge
Eliécer Gaitán. Estaba a la sazón en la capital colombiana entregado a la
organización de un congreso estudiantil continental, que se pronunciaría por la
independencia de Puerto Rico, la devolución a Panamá por Estados Unidos de la
zona del canal, la reintegración de Las Malvinas a Argentina y contra las
dictaduras militares al sur del río Bravo, especialmente contra la de Trujillo
en República Dominicana. El joven cubano había ganado el liderazgo del comité
organizador de la reunión estudiantil, contrapuesta a la IX Conferencia
Panamericana, que crearía la nefasta OEA y adoptaría instrumentos de
subordinación al vecino del norte para lo que contaría, entre otras, con la
complicidad incondicional de los representantes de los gobiernos dictatoriales
que había impuesto en la región.
Hecho simbólico, la OEA, bajo
enormes presiones y otras mañas de Washington, expulsó de su seno a la Cuba
revolucionaria (Punta del Este, Uruguay, 1962) y, al paso de unas décadas, el
clamor unánime de los gobiernos latino-caribeños (San Pedro Sula, Honduras,
2009), hizo revertir esa medida.
La Habana ha reiterado que no
regresará a la OEA –sería un despropósito–, pero ello no niega la gran carga
política de reconocimiento a la dignidad de Cuba, encabezada por Fidel,
entrañada en aquella decisión.
Fue precisamente la exclusión
de la isla del organismo la que dio pie a que el entonces primer ministro
sometiera la “Segunda Declaración de La Habana” (1962) a la aprobación
–clamorosa– de la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba. Un documento
esencial en la historia de nuestros pueblos, que da continuidad a la “Carta de
Jamaica” (1815), de Simón Bolívar y al ensayo “Nuestra América” (1891), de José
Martí.
Allí se postula: “Ningún pueblo
de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de 200 millones de
hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos,
tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino, y cuentan con la
solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo entero”.
Discípulo dedicado y consecuente
de Bolívar y Martí, ese concepto de fraternidad y unión nuestro americana ha
formado parte del núcleo principal del pensamiento político de Fidel desde
aquellos tempranos días de Cayo Confites y el bogotazo.
Influjo de la Revolución
La revolución cubana, cuya
honda repercusión planetaria es indiscutible, desencadenó un ciclo de luchas
populares, revolucionarias y por la unidad e integración de América Latina y el
Caribe que no ha concluido, ni concluirá en el futuro previsible. Cuando
hablamos de humanidad pensamos, en primer término, en nuestros hermanos
latinoamericanos y caribeños, a los que no olvidamos nunca, y después, el resto
de esa humanidad que habita nuestro planeta, ha dicho el comandante. Inspirada
por él, Cuba ha sido siempre solidaria con las luchas de todos los pueblos de
la Tierra y, en particular, con las de nuestra región.
En ella apoyó las luchas de
masas y, cuando fue menester, dio, a quienes escogieron la vía armada, toda su
solidaridad y la sangre de algunos de sus mejores hijos. Extendió su mano amiga
a los militares patriotas, desde Turcios Lima en Guatemala, pasando por Caamaño
en la resistencia dominicana contra la invasión yanqui, al gobierno
nacionalista de Velasco Alvarado en Perú y a la lucha de los panameños, con Omar
Torrijos al frente, por la devolución del canal.
Desafiando al descomunal plan
de Washington para derrocarlo, Fidel y toda Cuba brindaron un respaldo
extraordinario al gobierno de la Unidad Popular del presidente Salvador
Allende, amigo entrañable, en el primer experimento de liberación nacional y
socialista por vía política en nuestra América.
De aquella experiencia
concluiría: ni pueblo sin armas, ni armas sin pueblo.
Siempre hacia adelante
Primero el sabio escritor y
político dominicano Juan Bosch nos dijo: América latina ha dado tres genios
políticos: “Toussaint Louverture, Simón Bolívar y Fidel Castro; y debo decir
que es mucho dar… Humboldt había previsto parte de eso cuando… después de un
recorrido por América, comentó que los dos lugares más politizados eran Caracas
y La Habana, es decir Venezuela y Cuba”.
Louverture, ninguneado o
disminuido en su grandeza por la cultura hegemónica, que nos ofrece a Bolívar
como un soñador cuyas ideas son muy hermosas pero inalcanzables. Fidel, a quien
ya casi nadie se atreve a negarle un sitial en la historia con mayúscula, pero
la misma izquierda, que lo ha reconocido explícitamente como el gran estratega
de la Revolución Cubana y guía de pueblos, con frecuencia no se da cuenta de lo
obvio: su condición de relevante teórico de la revolución y de la reforma
social en los países de América Latina y el Tercer Mundo.
Menciono ahora revolución y
reforma, deliberadamente, porque en el pensamiento de Martí –de quien me
extraña que Bosch no incluyera en su selecta galería de genios políticos– y en
el de Fidel, la reforma puede conducir a la revolución más radical en su
momento, mediante la solución de tareas anticoloniales relativas a la
independencia, la soberanía y la liberación nacional, imprescindibles en
nuestra región y en muchos países de África y Asia sin que forzosamente haya
que plantearse de entrada el asalto del cielo.
El hecho de que Cuba atravesara
sin solución de continuidad de impulsar aquellas tareas al socialismo, no
significa que en todos los casos deba ser así. No debemos perder nunca de vista
el objetivo socialista pero tampoco desaprovechar toda posibilidad de avanzar
hacia la liberación nacional y la descolonización.
Fidel, por sólo poner otro
ejemplo trascendental y muy vigente, aportó a la teoría revolucionaria
universal, como lo expone al hacer la definición de pueblo en “La historia me
absolverá” (1953), luego complementada en la “Segunda Declaración de la Habana”
(1962), la concepción de un muy amplio sujeto de la revolución o el cambio
social, que reconoce las condiciones revolucionarias de los minoritarios
destacamentos obreros de América Latina y el Caribe, pero al mismo tiempo
otorga un papel fundamental a la luchas de indígenas, negros y campesinos.
Reconoce un papel orientador a los intelectuales revolucionarios.
No es solo el proletariado,
como lo concibieron Marx y Engels en la Europa del siglo XIX; se extiende a
todas y todos los explotados y excluidos –incluyendo a los desempleados y, de
modo enfático, a las mujeres–, así como a los militares patriotas, a sectores
de las clases medias, que por razones patrióticas y morales pueden tornarse
sujetos transformadores, en una región donde la explotación capitalista no
puede liquidarse sin suprimir casi simultánea, o sucesivamente, el humillante
yugo imperialista. En La historia… es donde por primera vez el
líder de la revolución cubana argumenta por qué Martí es el autor intelectual
del ataque al cuartel Moncada.
Fidel y Chávez
Años después de la valoración
sobre Fidel escrita por Juan Bosch, el gran latino-caribeño Hugo Chávez,
auténtico Bolívar redivivo, cuya misma trayectoria, junto a otros importantes
acontecimientos en nuestra América, estaban contribuyendo ya de modo superlativo
a demostrar la certeza de muy tempranos vaticinios del guía de la Revolución
Cubana, recordaría: “Fidel decía –terminando los 80– que una nueva oleada
revolucionaria, de cambios, una nueva oleada de pueblos, se desataría en el
continente cuando parecía –como algunos ilusos lo señalaban– que habíamos
llegado al fin de la historia, que la historia estaba petrificada y que ya no
habría más caminos ni alternativas…
A unos meses de la desaparición
física de quien había pronunciado esas palabras, Fidel expresaría, en frase
para la historia: “Hoy guardo un especial recuerdo del mejor amigo que tuve en
mis años de político activo –quien muy humilde y pobre se fraguó en el Ejército
Bolivariano de Venezuela–, Hugo Chávez Frías”.
Fidel y Chávez multiplicaron,
mediante insólitos programas sociales y de unidad e integración, las energías
revolucionarias, los recursos humanos y materiales de sus dos pueblos y del
gran movimiento de masas contra el neoliberalismo gestado en nuestra América,
que sigue presente. Pero de eso hablaré en la próxima y última entrega de este
texto.
Fidel recibió cálidamente en
Cuba a Hugo Chávez, nueve meses después de salir del presidio político y cuatro
años antes de que llegara a la presidencia de Venezuela, ocasión en que impresionó
muy favorablemente al líder cubano, quien así lo ha expresado. El ascenso de
Chávez a la jefatura del Ejecutivo (1999) ha quedado como un símbolo del
retroceso que experimentarían las políticas neoliberales en varios países de
nuestra América y del ímpetu que tomaría su marcha hacia la unidad e
integración en la época que se abría.
El siglo de la integración
La prolongada resistencia de
Cuba al bloqueo redoblado y al terrorismo después del desplome de la URSS, con
el lúcido liderazgo de Fidel y Raúl, hizo posible que al asumir Chávez el
gobierno pudieran juntarse en apretado haz los recursos humanos, políticos y
materiales de ambos países. A las enormes energías revolucionarias que
acumulaba ya el chavismo, al petróleo venezolano, convertido ahora en fuente de
justicia social interna, de solidaridad internacionalista y posicionamiento
geopolítico, se sumó el desarrollo de la medicina y la educación y la
experiencia antimperialista y socialista de Cuba, unidos al genio estratégico y
táctico de Fidel y Chávez, lo que haría posible dar un gran impulso a los
procesos de cambio que comenzarían a operarse en breve en varios países
latino-caribeños.
Desde su primer encuentro en
Cuba, el intercambio de opiniones, los proyectos conjuntos, los primeros logros
alcanzados por las empresas emprendidas entre los dos hombres fueron forjando
la estrecha y sólida amistad que ya ha sido constatada en este trabajo en las
precisas palabras del jefe de la revolución cubana.
Chávez había sido el único jefe
de Estado que manifestó su rechazo al ALCA en la Cumbre de las Américas de
Quebec, Canadá (2001), razón suficiente, aunque había otras y muy poderosas,
para que Estados Unidos alentara el golpe de Estado del 11 de abril de 2002.
Las sugerencias y acciones de
Fidel, cuando todavía Chávez estaba en Miraflores y no se había entregado a los
golpistas, y en las horas posteriores, fueron muy importantes para la derrota
fulminante del golpe, junto a la valentía y verticalidad del venezolano y sus
colaboradores y la decisiva y contundente respuesta de masas y militar
bolivariana. Estas a su vez, propiciaron la extensión y profundización de los
programas sociales lanzados por la revolución bolivariana con el concurso de
decenas de miles de médicos y profesionales cubanos en educación y otras
especialidades.
Recuerdo nítidamente el
entusiasmo con que Fidel nos mostró a este cronista y a un grupo de amigos
mexicanos los primeros casetes del método de alfabetización cubano Yo sí puedo
destinados a Venezuela, con el que se erradicó el analfabetismo en ese país y
en Bolivia, Nicaragua, grandes zonas de Ecuador y se continúa aplicando en otros
como México, Argentina, varios países de África y Nueva Zelanda. Sin imaginar
entonces que el método sería premiado por la Unesco en 2006, el comandante nos
habló con ensoñación de las enormes potencialidades de la alfabetización en la
transformación del ser humano.
El Yo sí puedo dio
pie a la Operación Milagro, mediante la cual, con el esfuerzo conjunto de Cuba
y Venezuela, se han operado de la vista cerca de 4 millones de personas de
bajos recursos de América Latina y el Caribe.
En 2004 Fidel y Chávez
constituyeron el ALBA, que comenzó por Cuba y Venezuela y hoy agrupa a 12
estados. En 2005 fue derrotado el ALCA en la Cumbre de las Américas de Mar del
Plata mediante una estrecha coordinación entre Kirchner, Chávez y Lula, con el
aliento y el apoyo de Fidel desde los preparativos de aquella batalla.
Evo Morales no había llegado
aún a la presidencia y participó, junto a Maradona y a otros líderes sociales
de la gran movilización de calle. Un año después su elección estremeció al
orden insostenible impuesto por Estados Unidos, al decir del líder cubano.
La instalación de gobiernos de
izquierda y progresistas en Uruguay, Honduras, Nicaragua, Ecuador, Paraguay y
El Salvador, al calor de las luchas populares que Fidel había vaticinado,
impulsaron el surgimiento de inéditos empeños integracionistas como Unasur y la
Celac, de inspiración bolivariana, sanmartiniana y martiana.
Todo ello subraya el decisivo
papel desempeñado por la resistencia de Cuba y el liderazgo, no solo nacional,
sino latinoamericano e internacional de Fidel, que siempre ha abogado por el
desarrollo independiente, el antiimperialismo y la unidad de nuestra América.
y Twitter: @escuelanfp
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