Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Deborah
James
A
principios de la década de 1990, las empresas transnacionales (ETN) agrícolas,
de servicios, farmacéuticas y manufactureras consiguieron acuerdos en la
Organización Mundial del Comercio -OMC- en cada uno de esos sectores que les
aseguraron el derecho a esas empresas de participar en los mercados en
condiciones ventajosas, al mismo tiempo que la capacidad de los gobiernos de
reglamentar y moldear sus economías se veía mermada y restringida. Las materias acordadas reflejaban la agenda
empresarial corporativa de ese momento.
Hoy
las corporaciones empresariales más grandes de todas también están procurando
asegurarse derechos y perpetuarlos a través de acuerdos comerciales, incluso en
la OMC, que a su vez maniatan la reglamentación de interés público. Pero ahora, las cinco empresas más grandes
son todas de un mismo sector –el de tecnología–; y todas son de un solo país:
Estados Unidos. Google, Apple, Facebook,
Amazon y Microsoft, con apoyo de otras empresas y los gobiernos de Japón,
Canadá y la UE (y algunos países en desarrollo alineados con éstos), están
intentando reinventar las normas de la economía digital del futuro tratando de
obtener para ello un mandato dentro de la OMC para negociar normas vinculantes
rotuladas como de “comercio electrónico”.
Sin
embargo, las normas que pretenden establecer abarcan mucho más que lo que la
mayoría de nosotros entendemos por “comercio electrónico”. Su primera prioridad es asegurarse el libre
acceso al recurso más valioso hoy en día en el mundo: los datos, que son el
nuevo petróleo. Quieren que se les
permita hacerse de los miles de millones de datos que producimos a diario como
humanos interconectados digitalmente, trasladar o transferir esos datos a
cualquier lugar que les plazca, y guardarlos en servidores en cualquier lugar
de su elección, que en la mayoría de los casos es Estados Unidos. Eso pondría en riesgo la privacidad y la
protección de los datos en todo el mundo, dado que en Estados Unidos se carece
de protección jurídica para los datos.
Después
pueden procesar esos datos y transformarlos en inteligencia artificial que
puede empacarse y venderse a terceros para obtener enormes ganancias, de manera
semejante a las rentas derivadas de las patentes monopólicas. Quien posea los datos controlará el mercado
en la economía del futuro. Estas
empresas ya son blanco de muchas críticas por su comportamiento monopólico y
oligopólico, que se vería reforzado si logran lo que están proponiendo en la
OMC.
Piensen
nomás en Google, que es hoy el mayor recaudador de ingresos por publicidad
gracias a su capacidad de análisis y re-embalaje de nuestros datos. Y en Uber, que es la empresa de transportes
más grande del mundo, aunque no cuenta con una flota propia de automóviles y
sus conductores no figuran en su nómina de empleados. Su activo más valioso es la gigantesca
cantidad de datos que posee acerca de cómo la gente se mueve en las
ciudades. Su tamaño y la ventaja que le
da ser el primer operador del mercado, sumado al ejército de abogados con que
cuenta, puede eliminar o sencillamente comprar y absorber a la competencia en
cualquier parte del mundo. Los
trastornos que Uber ha ocasionado en el sector del transporte pronto se harán
ver en prácticamente cualquier sector de la economía que uno pueda
imaginar. Todo lo que se pueda decir hoy
sobre las consecuencias de esto para el empleo y los trabajadores y
trabajadoras probablemente se quede corto.
Otra
norma clave a la que aspiran estas mega-corporaciones habilitaría a las
empresas de servicios digitales a operar y obtener ganancias dentro de un país
sin necesidad de tener ningún tipo de presencia, ni física, ni como persona
jurídica. Pero si una entidad de
servicios financieros por Internet va a la quiebra, por ejemplo, ¿cómo podrán
los ahorristas buscar y obtener compensación?
Si a una trabajadora o trabajador contratado por la empresa se le violan
sus derechos, o si un consumidor es estafado, ¿cómo podrán conseguir que se les
haga justicia? Y si la empresa no tiene
presencia comercial en el país, ¿cómo se le cobrarán los impuestos que corresponde
para que su actividad no represente una competencia desleal con las empresas
locales? La mayoría de los países exigen
que los proveedores de servicios extranjeros tengan presencia comercial física
para poder operar en el país, justamente por estos motivos; pero las grandes
empresas de tecnología condenan este requisito como un obstáculo al comercio (y
a ganancias inusuales). La
reglamentación de interés público se vería seriamente socavada.
Pero
eso no es todo. Las grandes empresas de
tecnología no quieren que se les exija dejar beneficios en las economías
locales donde extraen ganancias. La
mayoría de los países aplican una serie de políticas conocidas genéricamente
como ‘requisitos de desempeño’ para garantizar que la economía local se beneficie
de la presencia de empresas transnacionales: transferencia de tecnología, que
contribuya al surgimiento de nuevas empresas locales; componentes o insumos
nacionales, para estimular así a las empresas locales; y contratación de mano
de obra local, para fomentar el empleo.
Sin embargo, aunque todos los países que hoy llamamos desarrollados
utilizaron estas estrategias para desarrollarse, ahora quieren ‘patearles la
escalera’ a los países en desarrollo para que no puedan hacer lo mismo,
exacerbando así las desigualdades entre países.
El
modelo de negocios de muchas de estas empresas se basa en tres estrategias que
conllevan graves impactos sociales: desreglamentación, precarización creciente
del empleo y ‘optimización fiscal’ –que la gran mayoría catalogaríamos como
semejante a la evasión de impuestos–.
Todas estas tendencias a la baja se acelerarían y perpetuarían si en la
OMC se llegasen a aprobar las nuevas normas propuestas sobre “comercio
electrónico”.
“Colonialismo digital”

Entretanto,
las MiPyME ya tienen participación en el comercio electrónico; pero si se
adoptan normas sobre comercio electrónico en la OMC, estas empresas tendrán
menos chance de beneficiarse de la escala y sacar provecho de los subsidios que
históricamente reciben, la infraestructura sólida auspiciada por el Estado,
estrategia de exención fiscal, y un sistema de normas de comercio redactadas
por ellas mismas y sus abogados. Lo que
necesitan las MiPyME son políticas públicas en función de una estrategia de
industrialización digital; pero las políticas que avizoran los promotores de
normas vinculantes sobre “comercio electrónico” en la OMC más probablemente
conduzcan a lo que se ha dado en llamar nuevo “colonialismo digital”.
Nuevas
estrategias de negociación
Debido
a la resistencia en masa que ha opuesto el bloque africano y algunos países
asiáticos y latinoamericanos, los promotores de esas normas vinculantes han
optado ahora por aminorar sus ambiciones.
Ahora están proponiendo asuntos aparentemente más técnicos como el pago
electrónico, firmas electrónicas, y correo basura. Pero estos asuntos son jurisdicción de otros
foros que es donde corresponde discutirlos, tales como la Comisión de las
Naciones Unidas para el Derecho Mercantil Internacional (CNUDMI, o UNITRAL por
su sigla en inglés) o la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), que
en lugar de guiarse por intereses meramente comerciales, cuentan con equipos
técnicos y de expertos en leyes que durante muchos años asesoraron a los
gobiernos para el establecimiento de mejores normas.
Pensando
tal vez en un Plan B, los promotores de dichas normas están sugiriendo que la
“neutralidad tecnológica” ya existe en la OMC.
Esto supuestamente implicaría que si un país “comprometió” los servicios
financieros en la OMC –es decir, que estuvo de acuerdo en someter los servicios
financieros a normas que restringen la reglamentación de ese sector– entonces
los servicios bancarios transfronterizos por Internet quedarían ahora
automáticamente comprometidos, con todos los riegos potenciales que supone esa
modalidad de suministro de servicios bancarios, tales como las amenazas que
representa para la ciberseguridad el ser víctima de hacking, o la potencial
inestabilidad financiera que pueden acarrear los flujos de dinero irrestrictos,
generando caos en los sistemas bancarios locales. Pero esto es un disparate, una noción absurda
que nunca fue acordada por los miembros de la OMC, por más que ahora haya
algunos países que intentan hacerla pasar como un principio aceptado.
Esos
mismos promotores también están presionando por la renovación de una exención
de aranceles a los productos entregados por medios electrónicos. Pero no existe ningún fundamento económico
para que los productos comercializados digitalmente no deban contribuir al
fisco nacional mientras que los intercambiados por medios tradicionales
generalmente sí lo hacen. Las grandes
empresas de tecnología quizás consigan la renovación de esa exención, ya que
generalmente es usada como moneda de cambio por otra exención que ayuda a
estabilizar el mercado de medicamentos genéricos en los países en desarrollo,
que contribuye a garantizar el acceso de millones de personas en esos países a
medicamentos vitales.
El
desenlace de la reunión Ministerial de la OMC que se realizará en Buenos Aires
(diciembre de 2017) dependerá en gran medida de la resistencia que los países
en desarrollo opongan a este nuevo libreto gran-empresarial de las mayores
empresas de tecnología. Para ello deben
contar con la resistencia firme de la sociedad civil como ayuda contra la
imposición de nuevas normas pro-empresariales que invadan a diario nuestras
vidas.
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