Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Sinclair
Thompson
La
primera edición de Historia de la rebelión de Túpac Katari de María Eugenia del
Valle, de editorial Don Bosco de 1990, está agotada. Hoy el libro es citado en
diferentes ámbitos y sin comentarios críticos de fondo. Suscita la admiración
de colegas y de estudiantes y ha servido como referencia útil a intelectuales
indígenas para elaborar su propio análisis anticolonial.
Para
recapitular, el proyecto para Historia de la rebelión de Túpac Katari,
1781-1782 de María Eugenia del Valle de Siles fue concebido tempranamente,
evolucionó durante dos décadas con la recopilación y la edición de fuentes
documentales —y con la escritura de textos puntuales sobre diversos elementos
de la historia— y se completó al final de su vida. Josep M. Barnadas resumió el
esfuerzo “monotemático” de la autora como un caso excepcional de “toda una obra
en toda una vida”.
Dos
cualidades notables de su obra son la rigurosidad en el uso de las fuentes
primarias y su intento por mantener una postura neutral respecto a la historia.
Quizás estas cualidades obedecen a la escrupulosidad de la investigadora y a la
conciencia que tuvo de los retos e implicaciones de abordar un tema sensible.
A
pesar de las fuertes discusiones en torno a la dominación colonial y la
descolonización en Bolivia desde fines del siglo XX hasta nuestros días, la
recepción favorable y respetuosa de su libro en distintos ámbitos intelectuales
y públicos parece mostrar que logró su propósito de crear una base para
explorar perspectivas diferentes sobre la sublevación.
Durante
el periodo en el que Del Valle trabajó su obra, el movimiento indígena en
Bolivia también fue elaborando, en reuniones y declaraciones sindicales, en
radionovelas y afiches, y en textos a veces efímeros y a veces provocativos,
una nueva visión de Túpac Katari y de la insurgencia de 1781. Pero la labor y
el libro de María Eugenia son prueba de que tal historia importaba no solamente
a activistas, intelectuales, dirigentes y comunarios indígenas, sino también a
la población urbana y a las élites mestizas y criollas. Al respecto, Silvia
Rivera comenta de manera lapidaria: “La pesadilla del asedio indio continúa
perturbando el sueño del criollaje boliviano”.
María
Eugenia intuyó esa importancia la primera vez que bajó a la ciudad. En su
primer libro (1980) percibió la experiencia como una guerra “del campo contra
la ciudad”. A diferencia de las visiones kataristas del momento, su formulación
inicial pareció minimizar el contenido étnico o racial del conflicto. Sin
embargo, en textos posteriores lo reconoció explícitamente: “El alzamiento, que
había nacido primordialmente por razones de orden socioeconómico, tomaba
también ahora un sesgo racial, expresado en el enfrentamiento del campo contra
la ciudad”.
Es
posible situar su producción dentro de una tradición historiográfica urbana que
enfatiza el escenario del cerco y la experiencia de los citadinos. El epígrafe
a su edición del diario del oidor Diez de Medina es: “A la ciudad de Nuestra
Señora de La Paz”, aunque su perspectiva sobre la ciudad, vista desde la Ceja
de El Alto, abarcaba los espacios tanto de intramuros como de extramuros.
Ella
estaba consciente de sus propias limitaciones para entender la sociedad
campesina en los Andes, pero su excepcional trabajo con las fuentes constituye
un gran avance, porque permitió documentar el proceso histórico en el campo.
Además, tenía la actitud admirable de que su trabajo no significaba el punto
terminal de la investigación del pasado:
“No pretendo, sin embargo, haber agotado el
tema. Mi libro es una obra abierta (…). He construido el andamiaje histórico de
los hechos. A ese basamento histórico pueden acudir sociólogos, antropólogos,
politólogos y novelistas para hurgar los temas más apasionantes del
trabajo”.Para los viajeros que transitan por el paisaje de la historia, ofrece
un punto de vista desde el cual contemplar el pasado y ponerlo en perspectiva.
María
Eugenia del Valle no pretendió escribir desde una perspectiva indígena, pero podemos prestarnos una metáfora andina para describir su libro. En
tanto hito monumental en la historiografía, su trabajo tiene la solidez de las
apachetas que se encuentran en las cumbres y los pasos altos de la serranía.
Las evidencias documentales que buscó, recogió, seleccionó y dispuso con tanta
dedicación en su libro son como las piedras colocadas o amontonadas en las
apachetas. Más que una obra acabada, sirve como una base sobre la cual otros
podrán construir, como los pasajeros que depositan nuevas piedras encima o al
lado de las apachetas que encuentran en su camino. Es un hito que orienta al
lector en su aproximación al pasado y que señala las fronteras entre los campos
sociales que se dividieron violentamente en 1781, como la apacheta que marca
para el viajero en su tránsito por el paisaje los linderos entre un espacio y
otro, y le permite obtener una vista panorámica de ambos.
En
la cultura andina, se considera que la apacheta tiene una dimensión fronteriza
y mediadora entre el mundo de arriba y el mundo de abajo. Durante el pachakuti
de 1781, se estaban volcando las cosas. Por un momento temporal, pero no para
siempre, se estaban revirtiendo las fuerzas. Los que habían ocupado el lugar de
abajo se ponían encima y aquellos que habían ocupado el lugar de arriba se
venían abajo. En términos de las relaciones de poder, la metáfora de la
apacheta también cobra sentido.
Del Valle
fue una historiadora que, con una perspectiva compasiva y un espíritu de mediación, intentó crear un sitio desde donde ubicarse entre el pasado y el
presente, y desde el cual se podían
contemplar los mundos —polarizados pero con puntos de imbricación— de
intramuros y extramuros, de ciudad y campo, de españoles e indios, de arriba y
abajo.
Sinclair Thompson es profesor
de Historia Latinoamericana de la Universidad de Nueva York
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y Twitter: @escuelanfp
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