Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Esta
semana la agenda mediática estuvo plagada de una cuasi “cacería de brujas”
contra los clubes nocturnos que habitan nuestra ciudad. Con asombro, vimos caer
la efigie del faraón, el símbolo del club nocturno Katanas, tras 15 años de
haber sido el símbolo del proxenetismo y la prostitución. Ahora escuchamos que
las autoridades, diligentes ellas, clausuraron el Cesar Palace, La Diosa, El
Caballito y seguramente a los cientos de locales similares que funcionan en La
Paz.
Producto
de esto, el jueves de la semana pasada presenciamos la protesta de un grupo de trabajadoras
sexuales que exigen al Alcalde regular de alguna manera el trabajo sexual. Se
plantea que cerca de 50.000 mujeres en Bolivia son trabajadoras sexuales, viven
en condiciones precarias y sufren riesgos de abuso, explotación y muerte. Los
hechos recientes han provocado retomar la discusión sobre la prostitución y sus
complejas articulaciones. En Bolivia, por nuestra doble moral, nos negamos a
admitir que Marco Cámara, propietario de Katanas, es solo la punta del iceberg
de una gran industria del sexo que incluye casas de citas, clubes, bares,
discotecas, líneas telefónicas eróticas, sexo virtual por internet, sex shops
con cabinas privadas, casas de masaje, servicios de acompañantes, moteles,
anuncios comerciales y prostitución callejera: una proliferación inmensa de
posibles maneras de pagar una experiencia sexual. Está claro entonces que lo
que existe no es un único concepto de la prostitución, sino distintas
actividades dentro de esta industria y comercio sexual.
Frente
a esto, el Estado tiene una liberal actitud de laissez faire... “Dejar hacer,
dejar pasar” e invisibilizar el problema parece ser la mejor opción frente a un
inconveniente social de magnitudes astronómicas. El negocio de la prostitución
es el segundo negocio mundial más lucrativo, tras el tráfico de armas y antes
que el tráfico de drogas. Reporta anualmente ganancias de entre 5 y 7 billones
de dólares y moviliza a unas 4 millones de personas. Las mafias y redes de
comercio sexual que mueven mucho dinero y están exentas de toda responsabilidad
se benefician de la invisibilidad de esta actividad.
El
fenómeno de la prostitución plasma en nuestra sociedad la doble moral con que
se juzga la sexualidad. En este “negocio” los clientes no sufren ninguna
estigmatización, todo lo contrario, se vanaglorian de su consumo. Por ello, al
analizar el problema debemos visibilizar las dos realidades: a las mujeres que
ejercen la prostitución y a los hombres que son sus clientes. En las noticias
sobre Katanas podemos constatar que las mujeres son visibles solo para ser
estigmatizadas; sin embargo, los hombres/clientes son los ausentes en el
análisis de la industria del sexo.
Debemos
reflexionar sobre las nuevas tendencias mundiales para la regulación de la
prostitución que se centran en castigar al cliente. En el último tiempo se ha
difundido el llamado “modelo sueco” en países tan diferentes como Islandia,
Canadá, Singapur, Sudáfrica, Corea del Sur, Irlanda del Norte, Francia y
Noruega. La propuesta se basa en que quien vende su cuerpo nunca lo hace
libremente, sino que se ve obligada a ello; bien por las redes de trata o
explotación sexual o bien empujada por la pobreza u otro tipo de desigualdad.
Si no hay demanda, seguro desaparecerá la oferta.
Creo
que la realidad que recientemente ha revelado el caso Katanas debe convencernos
de que el negocio de la prostitución, más allá de un hecho moral, es una
arquitectura criminal que produce un grave daño, tanto a los individuos como a
la sociedad.
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