Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por:
Silvia Ribeiro
El pasado 16 de octubre, Día Mundial de la
Alimentación según las Naciones Unidas, fue declarado por la Vía Campesina Día
internacional de acción por la soberanía alimentaria y contra las corporaciones
trasnacionales, definición mucho más acorde con la realidad, que define lo que
realmente está en juego. Este año, además de acciones en muchos países, cientos
de organizaciones confluyen en el Tribunal internacional sobre Monsanto que se
realiza en La Haya, Holanda, cuyos testimonios y deliberaciones se pueden ver
en el portal http://es.monsantotribunal.org/.
En el último año hemos visto cómo las
mayores corporaciones de semillas, fertilizantes y agrotóxicos se han fusionado
en dimensiones difíciles de imaginar. Aún pendientes de aprobación por
autoridades antimonopolio, si lo logran, quedarán tres megaempresas
(Monsanto-Bayer, Syngenta-ChemChina y DuPont-Dow) que dominan más de dos
tercios de esos mercados globales.
Paradójicamente, esas empresas que
inventaron los transgénicos, están ahora viendo su declive. A 20 años del
inicio de la siembra comercial de transgénicos, el ISAAA (instituto
digitalizado por las empresas biotecnológicas) reconoció que el área de
transgénicos plantados en el mundo disminuye. Es un porcentaje pequeño, pero
marca una tendencia, con un millón 800 mil hectáreas menos, según cifras de la
propia industria, que siempre son alegres. Pese a ajustar a su favor las
estadísticas en estos 20 años, no pudieron ocultar que solamente 10 países
siguen teniendo más de 98 por ciento del área sembrada con transgénicos. Cinco
de ellos disminuyeron ahora su área sembrada. En 20 años registraron más de 70
especies cultivables modificadas genéticamente, pero siguen siendo cuatro
commodities –soya, maíz, canola y algodón– que representan 99 por ciento de la
siembra, asi la totalidad no para alimentación, sino para combustibles y
forrajes.
Los transgénicos están tan desprestigiados,
que la industria se empeña en que los cultivos manipulados con biotecnologías
más recientes se llamen edición genómica, intentando ocultar que es ingeniería
genética y son otra forma de transgénicos. Cada vez que hablan de alguna de
estas tecnologías (como Crispr-Cas9, Talen y otras basadas en biología
sintética), señalan que ahora sí son precisas y se sabe qué parte del genoma
están modificando, admitiendo que con los transgénicos anteriores no tenían –ni
tienen– conocimiento ni control de la manipulación y que nos han usado a todos
como cobayos para sus experimentos.
Varios testimonios del Tribunal Monsanto
mostrarán el impacto devastador en salud pública y contaminación ambiental que
ha significado el aumento hasta de 2000 por ciento en el uso de agrotóxicos en
las zonas de siembra de transgénicos. No se trata de una progresión del uso de
químicos que ya ocurría con los híbridos, sino un aumento exponencial por ser
semillas manipuladas para tolerar agrotóxicos, principalmente glifosato, lo
cual provocó que más de 20 hierbas invasoras se volvieran tolerantes a éstos.
Los transgénicos fracasan pero las
intenciones de las empresas siguen intactas; por eso las fusiones, las nuevas
técnicas, las maniobras encubridoras, en pos de aumentar el control de
agricultores y consumidores.
Ya vemos también la cresta de la ola del
tsunami tecnológico que se ha ido gestando en años, hacia una agricultura
robotizada, con drones, GPS, sistemas satelitales y aplicaciones digitales para
controlar desde la porción de comida para cada vaca o pollo encerrado, hasta
las dosis de químicos en cada mata en grandes monocultivos. Común a todo es que
proponen eliminar aún más gente del campo. Según Rob Fraley, de Monsanto, se
habían demorado: toda la industria agrícola está en una gran transformación. Es
la última de las grandes industrias que se digitaliza, declaró poco antes de
aceptar la fusión con Bayer.
En contraste, en México sigue en pie la
suspensión de la siembra de maíz transgénico, que ya lleva más de tres años,
gracias a la demanda colectiva de un grupo de ciudadanos y organizaciones,
mientras en la península de Yucatán están suspendidas las siembras de soya
transgénica, en diferentes procesos a cargo de comunidades, organizaciones
campesinas y de apicultores, organizaciones ambientales y sociales. La más
reciente, a iniciativa del Consejo Regional Indígena Maya de Bacalar, el
Colectivo Semillas Nativas Much Kana I’inaj con Educe, la Asamblea de Afectados
Ambientales y otras organizaciones, denuncian que en la propia ley de
bioseguridad hay elementos inconstitucionales. En conferencia realizada el 3 de
octubre, expusieron que el modelo agrícola industrial y en particular los
transgénicos aseguran el despojo de la tierra y las semillas nativas, la
contaminación de suelo y agua, la pérdida de la biodiversidad y daños a la
salud y ambiente por el glifosato.
Pese al aluvión de evidencias en su contra,
este 16 de octubre las empresas, secundadas por gobiernos e instituciones
internacionales, insistirán en que necesitamos alta tecnología, transgénicos y
agricultura climáticamente inteligente para afrontar el hambre y el caos
climático. La falsedad de este discurso está al desnudo y sus impactos
ambientales, de salud y sociales a la vista en el Tribunal Monsanto y sobre
todo, en cada lugar donde las y los campesinos, comunidades, organizaciones
barriales, de estudios, culturales, de científicos críticos, muestran que el
camino para la soberanía alimentaria y la salud ambiental y de las personas es
el opuesto: la agricultura y semillas campesinas, los mercados locales, las
huertas urbanas, biodiversas, descentralizadas y en manos de quienes las
trabajan.
La
autora es investigadora del Grupo ETC para la conservación y promoción de la
diversidad cultural y ecológica.
y Twitter: @escuelanfp
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