Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Seguramente
este número no nos diga nada. Tampoco si hablásemos de 3.600 millones de
personas. Es inimaginable pensar que ambos dígitos están íntimamente relacionados
entre sí. La matemática es caprichosa cuando se trata de observar la
desigualdad económica mundial. Las 62 personas más ricas del mundo poseen la
misma riqueza que los 3.600 millones de personas más pobres del planeta (el 50%
de la población mundial). Así se reparte este mundo.
Desde
el año 2010 hasta la actualidad, estas 62 personas han incrementado su riqueza
en mas de medio billón de dólares. Un 45% más que hace 5 años. Actualmente,
poseen un total 1,76 billones de dólares, esto es, un promedio de algo más de
28.000 millones de dólares per cápita-ultra-rico. Nada mal para estar en
tiempos de crisis.
En
este mismo periodo, los 3.600 millones de pobres redujeron su riqueza en un
billón de dólares. Esto significa un desplome del 38%. Y tampoco mejora mucho
si miramos algo más hacia atrás. Desde principios de siglo XXI, esta población
solo recibió el 1% del incremento total de la riqueza mundial.
Podríamos
continuar cansando y mareando con cifras y más cifras. Pero acabaría siendo
contraproducente. Demasiado número deshumaniza y despolitiza. A veces, nos
avasallan con exceso de datos hasta tal punto de acabar creyendo que todo se
trata de una cuestión aritmética. No. Lo que hay tras esta barbarie es
político. Es económico.
Detrás
de cada número, hay nombres y apellidos. Esas 62 personas tienen rostro. Y los
3.600 millones también. Hay indudablemente una posición de poder de unos pocos
sobre los otros. Este mundo desigual no vino caído del cielo. Es fruto de un
orden económico en el que se toman decisiones económicas. O en el que no se
toman. Por ejemplo, como sucede en el caso de los paraísos fiscales. Nadie
acaba con ellos porque no interesa a los que más tienen. La riqueza oculta en
los paraísos fiscales asciende ya a 7,6 billones de dólares.

La
desigualdad tiene razones. Muchas razones. Y no debemos desconocerlas. La
lluvia cae por razones meteorológicas al igual que la desigualdad tiene sus
explicaciones económicas. Las reglas de propiedad intelectual son abusivas en
detrimento de la mayoría. La seguridad jurídica solo es válida para la tasa de
ganancia de unos pocos. La fragmentación geográfica de la producción mundial
reparte el valor agregado de forma desigual. Y así podríamos seguir y seguir
desgranando cómo funciona este mundo que nos viene impuesto por un orden
hegemónico.
La
democracia no puede ser concebida como tal si se asienta en desigualdades
económicas tan extremas. Solo un golpe de timón podría reconducir esta deriva
para llevarnos a otro puerto más democrático. Un cambio de rumbo que exige
revisar la brújula y la embarcación, las circunstancias adversas, las
posibilidades reales, el cronograma de navegación, la tripulación
disponible y fundamentalmente las herramientas necesarias. La desigualdad no se
irá de nosotros si no encontramos cómo cambiar económicamente este mundo. 62 no
debe ni puede ser igual a 3.600 millones.
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