Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Hace unos días, Manuel Antonio Garretón, brillante intelectual chileno, realizó un balance de las teorías sobre la transición y consolidación de la democracia en América Latina, y concluyó su análisis con una frase contundente en clave comparativa: la democracia boliviana es mejor que la democracia chilena.
No me sorprendió su lectura, porque desde hace mucho tiempo Manuel Antonio Garretón destacó los “enclaves autoritarios” en la democracia chilena; explicó la apatía de los/las jóvenes para actuar en política mediante canales partidistas como un síntoma de crisis de representación, rechazó el aberrante sistema electoral binominal, cosas así. Y por eso, en una mesa del Congreso sobre la Democracia organizado por la Universidad Nacional de Rosario en Argentina, se preguntó, cuestionando, por qué en las encuestas y estudios sobre “la calidad de la democracia” (un vocablo favorito entre analistas de segunda y de tercera en nuestro medio) su país, Chile, aparece casi siempre en primer lugar. Como un ejemplo de institucionalidad y respeto al Estado de derecho —como les gusta decir a los analistas de segunda y de tercera en estos lares— que contrasta con el supuesto desmadre que caracteriza la historia política de Bolivia, su antípoda, un reflejo invertido, el lado oscuro de la luna, en onda Pink Floyd, pero sin arcoíris.

Volviendo al asunto de inicio, la consolidación de la democracia fue un tema dominante en las ciencias sociales durante los años 80 y 90 del siglo XX, con una mirada enfocada en las instituciones políticas: sistema de partidos, asamblea legislativa y poder judicial, que se tradujo en un balance estático de la democracia. Gobernabilidad y gobernanza fueron los términos para dar cuenta de la necesidad de equilibrio entre representación y participación, eficiencia y eficacia, legalidad y legitimidad... hasta que la crisis del neoliberalismo y el “giro a la izquierda” en el continente puso en el centro del debate la ampliación de la democracia; es decir, la capacidad del régimen político para representar las demandas e intereses de la sociedad mediante la renovación o innovación institucional de los mecanismos de participación e inclusión, sobre todo de grupos marginados en lo social, económico, político y/o cultural. Por eso, en opinión de Manuel Antonio Garretón, es mejor nuestra democracia. Y me corresponde contarlo en octubre, un mes emblemático.
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