Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Jean Paul Sartre
"..Hay un factor indiscutible de despolitización en la juventud.
Pero la política ¿qué es? Para mí no es una actitud que el individuo puede
tomar o abandonar según las circunstancias, sino una dimensión de la persona.
En nuestras sociedades, se haga o no política, uno nace politizado; no puede
haber vida individual o familiar que no esté condicionada por el conjunto
social donde aparecemos y, por consecuencia, todo hombre puede y debe – aunque
sea para defender su vida privada – actuar sobre los grupos que lo condicionan.
Decir que la juventud está despolitizada, es desear que lo esté y
trabajar para que se despolitice cada vez más. El hecho de que la gente joven
se interese menos directamente en el combate político sirve de coartada para
apartarla más aún de él. Hay dos maneras de hacerlo.
La primera pone de relieve la propaganda: consiste en presentar
incansablemente, mientras se simula aflicción, la imagen de una juventud
desencantada, cínica, políticamente inútil e ineficaz. En ese espejo pintado
que se le tiende, el joven cree finalmente reconocerse. Se dice: “Si todos los
otros son así, sin duda yo también lo soy”. Es una propaganda notablemente bien
hecha.
El segundo método es una mistificación que se apoya en una maniobra
económica. Se ha querido hacer de la juventud una clase de consumidores.
Se logra con todo mantener la ilusión de la libertad permitiendo a los
jóvenes romper algunos sillones y vociferar en las salas de concierto. Ellos
tienen la impresión de hacer una revolución. En realidad, se los está
engañando.
La juventud es una lucha. No se trata de decir a los jóvenes: “Está muy
mal ser despolitizado” sino de decirles: “ustedes son políticos a pesar de
ustedes mismos. Su actitud política, hoy, es justamente la despolitización, esa
dimisión que permite a una minoría de “adultos” hacer contra ustedes la
política que ellos quieren y que ustedes no quieren. No se trata para ustedes,
de “entrar en la arena” – ya están en ella, hagan lo que hagan -, sino de decir
y de hacer lo que ustedes realmente quieren.
La despolitización no es pues una cuestión de hecho; es el resultado de
una lucha que llevan a cabo el Estado, la gran industria y el comercio con sus
aparatos de propaganda y de difusión.
La información debe abrirse sobre la acción, pues lo contrario
contribuye a la despolitización. Hay que devolver a la gente el sentimiento de
que la acción es posible, hacerles comprender que pueden luchar a su nivel,
contra el sistema de distribución, contra el alzamiento de precios abusivos,
contra la intoxicación de la propaganda oficial, etc.
Los estudiantes, apenas empiezan a trabajar, constatan que la enseñanza
acordada tiene como finalidad exclusiva las formas empleadas en función de las
exigencias de la industria privada y, por otra parte, que bajo su forma actual
ni siquiera es capaz de cumplir esa función.
Es en los estudios literarios, evidentemente- filosofía, sociología,
sicología, historia, literatura-, donde esa contradicción es más evidente. Un
futuro ingeniero agrónomo, un futuro matemático podrían, quizá, en la sociedad
llamada “de consumo”, detentar un cierto poder al precio de su total
alienación.
Pero al mismo tiempo, la mayoría rechaza la vida que le ha sido
prefabricada: alienados, cómplices del patronato, se exige de ellos que hagan,
hasta su jubilación, de empleados o vigilantes de empleados, ¡eso no! No
quieren saber nada de ese hermoso destino.
Han comprendido la lucha que se ha trabado desde el primer año del
secundario entre los sargentos reclutadores de empleados y ellos mismos, los
chicos, que quieren servir a una sociedad – no ésta – y rechazan la selección
que se opera sobre ellos, sin cesar para presentar, al fin de los estudios,
ante el reclutador, el número exacto de reclutados que él exige. Marx dijo:
“Nosotros no queremos comprender el mundo sino cambiarlo”. Claro que para
cambiarlo hay que comprenderlo.
Imposible ser más claro: la Universidad tiene por oficio formar personas
competentes. Por lo tanto es seleccionista y sus profesionales son establecidos
en función de la industria privada.
La alienación del empleado es total, mucho más grande aún que la del
obrero. El obrero sabe que él es explotado, alienado. El empleado no lo sabe.
Es un hombre que ha sido formado para ser un engranaje de la sociedad llamada
“de consumo”, al que se paga a veces bien pero que no tiene ningún poder sobre
su destino, y que tiembla a partir de los cuarenta y cinco años sabiendo muy
bien que corre el riesgo de ser echado al tacho de basura.
Plantear en principio que el papel de la Universidad es fabricar
especialistas es aceptar, el poder, el orden establecido, sean los de Stalin,
la General Motors o de Gaulle. Hay que proceder a la inversa: destruir la idea
de selección desde las guarderías y organizar una enseñanza que ofrezca a todos
los niños las mismas oportunidades de instruirse, de cultivarse, de convertirse
en hombres libres, dejando a cada uno, por supuesto, el derecho de
especializarse en función de sus gustos y de sus talentos.
En el sistema actual algunos triunfarán – tantos cómo haga falta para
hacer funcionar la máquina económica, no más – y los otros serán desechados a
lo largo del camino. Los que tendrán: “A” o “B” conseguirán los puestos, los
otros se convertirán en un proletariado intelectual de “frustrados”. Y serán
siempre los profesores, a fin de año o en el curso del año, poco importa,
quienes operarán esa selección despiadada.
Se trata de desanimar a todos los estudiantes de los cuales nuestra
sociedad industrial no tiene necesidad, es decir en quienes la cultura no sería
económicamente “rentable”.
Si actualmente fuera profesor de Filosofía explicaría que son jóvenes
entrampados que rechazan una enseñanza concebida para hacer de ellos hombres
sojuzgados en función de monopolios capitalistas, cuyas exigencias, presentadas
en el anonimato, a nivel de la región o de la nación, no aparecerán más como
intereses privados sino como la dictadura de la racionalidad.
Yo he participado, el otro día, en la Ciudad Universitaria, en un debate
entre estudiantes sobre las transformaciones posibles de la Universidad. Se
manifestaron dos puntos de vista. Unos decían: “Hay que pelear para imponer una
“universidad crítica” auto-dirigida, en el cual el vínculo docente – estudiante
y el vínculo de todos con la cultura serán fundamentalmente transformados.
En el caso de estudios de medicina, por ejemplo – algunos grupos de
estudiantes preparan ya proyectos precisos -, no se tratará solamente de
asimilar algunos conocimientos, sino de plantear al mismo tiempo el problema de
la relación médico – enfermo, de los vínculos entre los médicos entre sí y
finalmente, del papel de la medicina en la sociedad.
Los estudiantes serán llevados a redefinir ellos mismos la profesión que
han elegido, a decidir si el médico debe ser un técnico de un tipo particular
que trabaja al servicio de una clase, o un hombre que pertenece a la masa y ha
sido llamado por ella para curarla.
Lo mismo en las otras disciplinas: la adquisición del saber correrá
siempre a la par con una reflexión crítica sobre la utilidad social de ese
saber, tanto que la universidad ya no fabricará hombres “unidimensionales” –
empleados administrativos dóciles, alienados del sistema burgués – sino hombres
que habrán recobrado las dos dimensiones de la libertad: la inserción en la
sociedad y la impugnación simultánea de esa sociedad.
A los que proponen este ideal universitario, otros les responden: “La Universidad
crítica no es realizable. ¿Y qué Estado capitalista aceptará financiar una
universidad cuyo fin confesado sería demostrar que la cultura es
anticapitalista? Más que la Universidad crítica, hagamos la crítica de la
Universidad. No la abandonemos, continuemos en ella haciendo una crítica
vigorosa – del saber que allí se dispensa y de los métodos de enseñanza.
Las dos actitudes, en mi opinión, no son inconciliables. La posición que
consiste en decir: “El gobierno no es un interlocutor válido; estamos decididos
a negarnos a todo lo que él proponga”, me parece peligrosa, porque el gobierno
puede decir entonces: “En esas condiciones, hago lo que quiero”. Vale más
batirse para imponer reformas que corroerán un poco el edificio de la
Universidad burguesa, que debilitarán el sistema entero, y servirse luego de
eso como de un trampolín para pedir otra cosa.
Contrariamente a lo que se quiere hacer creer, los estudiantes no se
rehúsan a que se les enseñe algo; piden simplemente el derecho de discutir lo
que se les enseña, de asegurarse de que no se les hace perder su tiempo. El
estudiante, hoy, es alguien a quién se ceba, como se ceba a los gansos, con un
saber orientado que debe darle capacidades bien determinadas.
Y esa falsa cultura ni siquiera la recibe en el lujo y el ocio – muchos
estudiantes llevan una vida muy difícil - sino en la angustia, porque nunca
sabe si será implacablemente eliminado, al cabo de algunos años, por un proceso
de selección destinado a no desprender de la masa nada más que una pequeña
élite de ejecutivos.
Lo que reprocho a todos aquellos que han insultado a los estudiantes de
mayo del 68, es no haber visto que ellos expresaban una reivindicación nueva:
la de la soberanía. En la democracia, todos los hombres deben ser soberanos, es
decir poder decidir, no solos y cada uno en su rincón sino juntos, sobre lo que
hacen
Los estudiantes ya no quieren que su existencia depende el objeto que
producen o de la función que llenan, sino decidir ellos mismos qué es lo que
van a producir, que utilización se hará, que papel van a desempeñar en la
sociedad...”
y Twitter: @escuelanfp
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