Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Stalin va
a la ópera. Se imagina a sí mismo como un mecenas y un conocedor, incluso como
un musicólogo. Y ya saben el chiste sobre los musicólogos, aplicable por
supuesto a críticos y reseñadores: un profesor nos invita a pensar que estamos
comiendo unos ricos huevos revueltos. Entonces llega un tipo que no ha cocinado
los huevos ni los está comiendo, pero habla de ellos como si no tuvieran
secretos para él. Eso es un musicólogo o un crítico. Pero volvamos, Stalin va a
la ópera. Es el 26 de enero de 1936 y acude al Bolshói de Moscú para escuchar
Lady Macbeth de Mtsensk, la primera ópera clásica soviética de Dmitri
Shostakóvich, uno de los principales compositores del siglo XX, un bolchevique
sin partido.
El camarada
Stalin no va solo, tras fumarse un Herzegovina Flor (su marca de tabaco
exclusiva) observa escondido detrás de una cortina, acompañado en el palco
oficial por los camaradas Mólotov, Mikoyán y Zhdánov. Dos días después, en el
editorial en tapa del mismísimo Pravda, la ópera de Shostakóvich es destrozada
y totalmente prohibida bajo el demoledor título “Bulla en vez de música”. El
camarada Stalin no es un crítico cualquiera opinando sobre huevos ajenos. Su
reseña es una declaración política del más alto nivel, irrebatible, valga la
redundancia, la Biblia, en dos palabras.
A
Shostakóvich entonces le aconsejan dos cosas que cumple a rajatabla:
disculparse públicamente abjurando de su error, un insensato desliz pasional de
juventud, y dedicarse en cuerpo y mente a la sagrada música folklórica de la
Unión Soviética, que como todos sabemos es la mejor del mundo, después de la
boliviana, por supuesto. Eso le ayudaría a encaminar su obra hacia lo popular y
auténtico, alejado de formalismos retóricos y cosmopolitas, esas enfermedades
infantiles del imperio.

El
novelista inglés, candidato eterno al Nobel, Julian Barnes ha publicado este
mayo su nueva novela El ruido del tiempo, una obra sobre la relación del arte
con el poder a través de la historia de un cobarde valiente. Barnes, con sus
habituales dosis de humor inglés y su maestría narrativa, perdona la vida a
Dmitri Dmítrievich Shostakóvich quizás porque la ópera salvó la suya tras la
muerte reciente de su compañera.
Shosti,
como lo llamaban los cuates, era un gran aficionado al fútbol (hincha del Zenit
de su ciudad natal, Leningrado, y no del Dínamo, como Barnes asegura), pero no
era de los que gritaba y puteaba; él, fiel a su timidez, tomaba notas en
silencio de la habilidad de un jugador o de su inutilidad. Seguía al equipo en
sus viajes siempre que podía: amaba estar entre la hinchada enloquecida, ver al
Zenit por la tele era para él como beber agua en vez de vodka Stolichnaya.
Barnes cree que para ser un cobarde toda la vida (y callar mientras matan a tus compañeros) hace falta obstinación, perseverancia, una negativa a cambiar. Ser un héroe un rato es para cualquiera: sacas la pistola, pones la bomba y listo. Pero para ser un cobarde a tiempo completo, la ironía debe ser tu compañera eterna. Ella te deja respirar, te defiende el ego, atenúa el pesimismo, te deja vivir refugiado en el salvador folklore. Pero la ironía tiene sus límites, no puedes ser un torturador irónico o un infiltrado del aparato público irónicamente. Es sumamente vulnerable, extraña y peligrosa. Te puede hacer caer en el destructivo sarcasmo, y entonces la ironía pierde su alma. Shostakóvich, el más grande músico soviético, fue condenado a lo peor: a sobrevivir y sucumbir al desencanto. Al permitirle vivir, lo mataron, la última ironía irrefutable de un experto en afilar las garras con el alma, de un cobarde lleno de valentía, de un amante de los goles hermosos apuntados en silencio en su libreta de pentagramas.
Barnes cree que para ser un cobarde toda la vida (y callar mientras matan a tus compañeros) hace falta obstinación, perseverancia, una negativa a cambiar. Ser un héroe un rato es para cualquiera: sacas la pistola, pones la bomba y listo. Pero para ser un cobarde a tiempo completo, la ironía debe ser tu compañera eterna. Ella te deja respirar, te defiende el ego, atenúa el pesimismo, te deja vivir refugiado en el salvador folklore. Pero la ironía tiene sus límites, no puedes ser un torturador irónico o un infiltrado del aparato público irónicamente. Es sumamente vulnerable, extraña y peligrosa. Te puede hacer caer en el destructivo sarcasmo, y entonces la ironía pierde su alma. Shostakóvich, el más grande músico soviético, fue condenado a lo peor: a sobrevivir y sucumbir al desencanto. Al permitirle vivir, lo mataron, la última ironía irrefutable de un experto en afilar las garras con el alma, de un cobarde lleno de valentía, de un amante de los goles hermosos apuntados en silencio en su libreta de pentagramas.
y Twitter: @escuelanfp
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