Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Gustavo
Espinoza M.
El
español Juan Manuel Olarieta, comentando lo que ocurre en su país, sostiene que
allí no hay falta de libertad de expresión, sino más bien exceso de fascismo.
Bien podría usarse esa frase para precisar de una manera categórica lo que hoy
ocurre en Nicaragua. Los que acusan al gobierno Sandinista de “acciones
represivas” y de “atentados contra la libertad de expresión”, en verdad lo que
perfilan con su conducta, es un exceso de fascismo.
Las
llamadas “protestas de la oposición” empezaron en Managua el 18 de abril
pasado. Han transcurrido casi 50 días y en ese lapso mucha agua ha corrido bajo
los puentes, y mucha sangre también. Solo que esta última, no se puede
adjudicar al gobierno de Daniel Ortega, a la Policía o al Ejército Sandinista;
sino las facciones alzadas en armas y que hoy reivindican su demanda esencial:
buscan derribar al gobierno para restaurar la “democracia neoliberal”.
Podría
decirse que tienen legítimo derecho, los adversarios del Sandinismo, a oponerse
al gobierno de Daniel Ortega y aún enfrentarlo; pero si quienes aspiran a ello
se proclaman demócratas, debieran usar métodos democráticos; es decir
organizarse políticamente, ganar la adhesión ciudadana, competir en elecciones,
y derrotar en las ánforas al FSLN. Pero no lo hicieron.
Cuando
tuvieron lugar los comicios más recientes –a fines del 2016- participaron
divididos y perdieron la posibilidad de mostrar como una opción viable capaz de
interesar al pueblo de Nicaragua. En ese contexto, la propuesta sandinista
alcanzó ostensible mayoría, y Daniel Ortega fue reelecto con el 72% de las
adhesiones electorales.
Haciendo
un trazado de la historia, habría que recordar que los sandinistas llegaron al
poder en julio de 1979 enfrentando con las armas en la mano, no a un régimen
democrático, ni a un mandatario ungido por la voluntad ciudadana; sino
derrocando a un dictador que durante 50 años había tenido sumido al país en una
administración crudelísima. La lucha contra el régimen de los Somoza -esa
“estirpe sangrienta”, como se le conocía- le costó a Nicaragua cien mil
muertos. Unos cayeron antes de la victoria y otros después, porque la
Revolución victoriosa de aquel año no fue aceptada, sino más bien brutalmente
combatida por el Imperio; que organizó desde una agresión exterior, hasta una
guerra interna para derribarla.
Cuando
la oposición venció en las elecciones del 90, los sandinistas no se aferraron
al poder, ni recurrieron a las armas para impedir el acceso de sus adversarios.
Democráticamente entregaron el mando del país, y se dedicaron a trabajar en la
base social para ganar –otra vez- la confianza de la población. Y eso, ocurrió
en el 2007. Aquel año, el Sandinismo buscó estabilizar un camino de progreso y desarrollo
promoviendo una suerte de “acuerdo nacional”, un “pacto” con el empresariado y
la alta jerarquía eclesiástica que, unidas, se habían opuesto a cambios
radicales en el periodo anterior. Ambas fuerzas buscaban –mediante ese
“acuerdo”- maniatar al gobierno y frustrar la posibilidad de cambios reales en
la sociedad nicaragüense. Esto último, no fue posible. La dinámica social
impuso modificaciones sustanciales a la vida del país y generó un derrotero de
avances sociales y políticos que se tornó indetenible. Y es eso, lo que explica
lo que ocurre hoy.
Que
fue apenas un pretexto el tema de las disposiciones referidas a la Seguridad
Social, lo acredita el hecho que la norma dispuesta, quedó sin efecto casi de
inmediato. No obstante, “la protesta” siguió ciertamente con otra exigencia:
que se vaya Ortega y que cambie el gobierno. Una demanda “maximalista” que
carecía totalmente de base económica, política o social.
Pero
ella se ha mantenido a lo largo de casi 50 días y se ha expresado en acciones
terroristas en Masaya, Estelí, León, Matagalpa, Granada y Managua. Como resulta
de ellas, alrededor de un centenar de personas ha dejado de existir, y se han
producido ingentes daños materiales a la propiedad pública y privada. Acciones
de neto corte violentista han ocurrido en distintas ciudades del país. Mutatis
Mutandis, en los predios nicaragüenses se ha retratado la violencia terrorista
que azotara a Venezuela entre abril y julio pasado y que hoy luce apenas como
casi un vago recuerdo.
Las
“guarimbas” del país llanero cambiaron de escenario y se “trasladaron” como por
arte de birlibirloque a los predios nicaragüenses, esta vez en manos de las
temibles bandas delictivas procedentes de los Estados Unidos. Como en el
dictado de una cartilla, jóvenes, que pululaban en territorio yanqui
organizados en siniestras “Maras Salvatruchas” aparecieron en la Patria de
Darío, consumando atentados de diverso signo, bloqueando caminos y habiendo uso
de morteros, y otras armas de guerra. A todo esto bien se le puede llamar
“exceso de fascismo”.
¿Cómo
han podido organizarse, armarse y financiarse para durar tanto tiempo y operar
impunemente? En ninguno de nuestros países, eso hubiese sido posible. Para
comenzar, en el Perú, cuando 5 de febrero de 1975 se produjeron acciones
vandálicas consumadas por los Comandando de Acción del APRA, las cosas duraron
horas. Comenzaron a las 10 de la mañana y a las 2 de la tarde hubo Estado de
Emergencia, suspensión de garantías, toque de queda y hasta Ley Marcial. En Brasil,
Temer movilizó recientemente al ejército para enfrentar a las favelas; y en
Chile, los Carabineros atacan con todo a los manifestantes que protestan. En
Nicaragua, no los tocan.
Y
no los tocan porque el gobierno asumió por voluntad propia el compromiso de no
recurrir al Ejército Sandinista y acuarteló a la Policía. Por lo demás, en ese
país –como en Venezuela- la policía está impedida de hacer uso de armas de
fuego. Eso es lo que explica que las bandas armadas operen hoy, a su libre
albedrío, en la tierra de Sandino.
Y
tan limpia ha sido la actitud del gobierno de Ortega en la materia, que ni
siquiera la OEA se ha atrevido a responsabilizarlo por las muertes ocurridas.
Hasta el propio Luis Almagro se ha visto forzado a enfrentarse a estos sediciosos,
acusándolos de incubar “planes golpistas”. Las evidencias, en tal sentido,
resultan sencillamente abrumadoras.
La
respuesta del pueblo ha sido clara. Grandes movilizaciones de masas en defensa
del Gobierno Sandinista tuvieron lugar el 30 de abril –con motivo del
aniversario de la muerte de Tomas Borge y la celebración del 1 de Mayo- y más
recientemente, el 30 de mayo, el Día las Madres. Pero antes, y después, se han
producido conciertos populares en casi todas las ciudades del país, jornadas de
paz, llamamientos a la unidad nacional, movilizaciones pacíficas de la
población. El pueblo en cada lugar se ha volcado a las calles para demandar el
fin de la violencia terrorista desatada impunemente contra Nicaragua.
Y
es que, en definitiva, todo tiene un límite. Las jornadas de paz, puedan
alentar a la gente; y las oraciones, fortalecer la fe de los creyentes; pero
las acciones terroristas no cesarán mientras el enemigo sienta que puede
avanzar. Y eso, hay que enfrentarlo sin concesiones.
En
el escenario internacional hay quienes, quizá de buena fe, se muestran
reticentes ante los hechos de Nicaragua y hasta “se suman” a las proclamas de
“la oposición” mostrando una ingenua vocación “democrática”.
A
ellos hay que decirles una cosa muy clara: si hipotéticamente fuera derrotado
el pueblo de Nicaragua y cayera el gobierno sandinista; no le sucederá a Ortega
una esplendorosa democracia burguesa, sino un régimen neonazi inspirado en el
Fondo Monetario y el Banco Mundial, y protegido por la OTAN; que ya estará en
Nuestra América gracias al “pedido” formulado por Juan Manuel Santos, en nombre
de Colombia.
No
hay que ser iluso, entonces. Hay que entender la necesidad de acciones
concretas para quebrarle el espinazo a la reacción; porque lo que está en
juego, no es cualquier cosa: es la suerte de un pueblo al que todos los
latinoamericanos tenemos el deber de defender sin prejuicios, ni reservas
cobardes; tal como lo reclamara en su momento José Carlos Mariátegui.
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