Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás...
Por: Anselmo
Esprella
La
noche del 18 de diciembre del año 2005, las creencias y las prácticas que
durante 500 años sustentaron el patético edificio colonial, cayeron hecho
trizas sobre el piso de adoquines de la plaza principal de Bolivia. País, en el
que jamás el indígena ha votado por el indígena, en el que la sombra colonial,
se mantenía inalterable, perenne y brutal, una sociedad que aprendió a
escupirse toda vez que se miraba al espejo y en la que se cumplía a cabalidad
la afirmación de Frantz Fanon: “la victoria del colonialismo consiste en que el
colonizado, se desprecie a sí mismo, se avergüence de sí mismo”.
Por
eso, aquel 18 de diciembre, la alegría de los pueblos excluidos, no cabía en
las lágrimas. Porque, nunca se trató solo de los miles de ítems en educación y
salud, de los miles de establecimientos educativos y hospitales, construidos en
12 años, en definitiva, no solo se trata de los 3 millones de indigentes que
hoy son clase media gracias al pueblo. Se trata también de la conquista de
ciudadanía y de desmantelar los vínculos simbólicos y materiales, del Estado
colonial.
“No
soy un animal, saqué el pie de la trampa”. El 9 de junio de 1537, la Iglesia
Católica, descubre que es la tierra la que gira en torno al sol y no al revés,
que los indios tienen alma y sentimientos, pero nadie les cree. Mucho menos los
conquistadores y republicanos, que prefieren mirar para otro lado y continuar
construyendo el desvergonzado sistema de exclusiones que sobrevive hasta
nuestros días.
EI
artículo 14, de la primera Constitución que tuvo Bolivia, señalaba que para ser
ciudadano era necesario, “Saber leer y escribir... y tener algún empleo”1. La
mayoría de quienes habitaban la inmensa extensión de aquella patria reciente,
no sabían ni tenían. Si los elementos esenciales y constitutivos de un Estado,
son el territorio y la población, Bolivia nace como un país desierto. Una
gigantesca geografía de 2,3 millones de kilómetros cuadrados de montaña, selva
y costa, nace sin habitantes, sin ciudadanos.
A
lo largo de la historia nacional, el ámbito en que se construye ciudadanía,
constituirá una práctica reservada a las élites.
En
ninguno de los 157 artículos de aquella Primera Constitución, figuraba la
palabra mujer ni la palabra indio o indígena; seres invisibles y escurridizos,
que no tenían derecho a respirar ni a desahogarse, sin permiso.
Junto
a la Primera Constitución, nacen también las naciones clandestinas. La nación
oficial nunca habla de ellas, pero existen. En este frustrado nacer de Bolivia,
el indígena será el único sector que contribuirá a las arcas. Sector
contribuyente, pero no perteneciente.
EI
26 de octubre de 1839, durante el gobierno del General José Miguel de Velasco,
el Congreso sanciona una ley que refuerza la exclusión a las naciones y
pueblos: “Solo los ciudadanos que sepan leer y escribir y tengan un capital de
400 pesos, gozan del derecho al sufragio”2. Las elites se atribuyen el
privilegio de la democracia, derecho universal negado a los pueblos.
El
20 de marzo de 1866, el General Mariano Melgarejo, emite un decreto que
instruye el remate de las tierras de las comunidades indígenas. (Su
presidencia, representó de muchas formas la llegada al poder, de la elite
minero terrateniente, acaudalados militantes del Partido Rojo, donde
participaba toda la oligarquía boliviana. Después, las castas abominarán su
nombre, pero el miembro “más distinguido” de aquel partido fue: Mariano
Melgarejo). El decreto establecía que toda propiedad comunitaria, es del Estado
y demanda que quienes viven en ellas, compren títulos de propiedad individual,
cuyos precios oscilan entre 80 y 100 pesos. Los juristas de Melgarejo, saben
que el pueblo es analfabeto, por eso “…no se hizo conocer el decreto a la
indiada, resultó ésta infringiendo la norma, a cuya causa hubo de perder las
tierras. El gobierno las vendió a sus acaudalados adictos”3: El Estado republicano,
reconoce a los indígenas como ciudadanos, si éstos, venden sus tierras.
En
octubre de 1934, en plena Guerra del Chaco, los Jilakatas de las provincias
próximas al Lago Titicaca, llegan a un acuerdo con los militares que patrullan
las comunidades buscando adolescentes para arrastrarlos a la guerra. Les dicen,
si vamos a enviar a nuestros jóvenes al matadero, que sirva para que los niños
campesinos aprendan letras. El gobierno se comprometió a construir escuelas
rurales en las comunidades. Salieron entonces de la montaña, unos chiquillos de
ojos espantados, se despidieron de sus padres sin palabras ni lágrimas y
marcharon al Chaco. La mayoría no regresó jamás. A los que por un descuido del
destino pudieron volver de la condenación eterna, la comunidad los llamará
“machaq ciudadano”, “Ciudadano Nuevo” que tuvo que ir al infierno, morir varias
veces, para merecer esa categoría.
El
10 de mayo de 1945, al concluir el Primer Congreso Indigenal, las naciones y
pueblos, marchan por la ciudad desierta gritando vivas a un país que por
primera vez, les permite caminar por las aceras, como cualquier hijo de vecino.
Un año después, los dueños de las cosas, colgarán de un farol al presidente
Villarroel, facilitador de aquella herejía de igualdad y todo volverá a la
normalidad: las personas por la acera, los animales por la calzada.
El
9 de abril de 1952, el pueblo, harto de ser el que siempre muere, en esta gran
guerra de posiciones, contra un Estado asesino serial, en solo tres días acaba
con el ejército republicano. Este hecho permite al pueblo conquistar ciudadanía
política, por lo que el 21 de julio de 1952, se promulga el Decreto de Voto
Universal, hombres y mujeres, cualquiera sea su grado de instrucción y
condición social; podrán sufragar. Pero un partido oportunista se apropiará de
la sangre derramada, de las banderas y del gobierno. A “los revolucionarios” de
papel, les durará la euforia nacionalista, exactamente 4 años, después volverán
a entregar a EEUU las minas y el petróleo, recuperados por el pueblo.
Pero
transcurrirán todavía, otros 50 años, para que el pueblo rompa la maldición y
vote por sí mismo. “Anoche te esperé, 500 años pasaron, ya es hora de que salga
el sol”, decía un graffiti en la ciudad de La Paz, en pleno neoliberalismo y
cuando ya comenzaba a divisarse en el horizonte, la silueta de un pequeño
partido de campesinos, perseguido por la policía, el ejército y la DEA.
Amontonaron
las calles de cadáveres, entonces en plena noche, salió el sol y fue 18 de
diciembre del año 2005.
Como
era de esperarse, el gobierno de Evo, no tuvo ni tendrá ni un solo día de
tregua. Lo sabíamos. Ellos nunca votaron por nosotros ni lo harán. Nunca les
interesó el país ni la democracia.
Casta
que escribía poesía, mientras enviaban al pueblo, al matadero. Por eso
perdieron tres guerras, por eso le robaron sus empresas al país más pobre del
continente y continuaron como si nada, masticando chicle y gobernando un país
al que temen, en la misma proporción que desprecian.
Hace
200 años que la Bolivia de la resaca, viene diciendo que no se puede. Con sus
mejillas coloradas, sus manos sin oficio y su corazón huérfano de pasiones,
tanto que por desidia y cobardía, fueron incapaces de oponerse militarmente a
este gobierno, entonces contrataron mercenarios croatas, húngaros, argentinos,
uruguayos y brasileños, para que conquisten la independencia de la Media Luna y
luego se la entreguen a ellos, que aguardaban desparramados en la hamaca.
En
Bolivia, dicen que los perros de la oligarquía, igual que sus dueños, ladran de
echados.
El
pueblo no renunciará al pan ni a lo conquistado, tampoco al derecho, a tener
derechos.
Notas:
1.-
http://www.lexivox.org/norms/BO-CPE-18261119-1.xhtml
2.-
HERBERT S. Klein, “Historia de Bolivia” librería editorial JUVENTUD. P. 156
3.-
MONTENEGRO Carlos, “Nacionalismo y Coloniaje” editorial LOS AMIGOS DEL LIBRO.
P. 148
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